sábado, 31 de mayo de 2008

LA PIEDRA III (Gloria in Excelsis)


Me encontraba enfrentado a mi idea de riqueza como un lobo en celo que solo dispusiera para el refocile de una perrita de Lladró . Discernía entre el codicioso mordisco en el cuello que encarcelaría momentáneamente a mi primo y me solucionara la vida o refocilarme con la enana porcelánica en una pirueta amatoria jamás vista que sobrepusiera mi amor a la familia, al ambicioso plan de jubilación. En un acto de contrición tan largo que me llevó lo que se tarda en ingerir un galón de calimocho, no se bien si por los benéficos efectos balsámicos del alcohol, o porque me da llorona cuando me mamo, resolví solicitar el perdón divino y dejar la suerte de mi primo a su destino.

Caminaba buscando la paz y en una obra vi una fogata dentro de un barril metálico donde se calentaban unos obreros y me acerqué con la intención de quemar el expediente policial que ahora ensuciaba mis manos. Con toda seguridad la manga de agua fina pero constante estaba destiñendo la cartulina y mi mano de payo al orballo se tornaba celeste en la palma y añil en las uñas lo que me daba la imagen de un limpiabotas a la intemperie después de lustrar de azul los zapatos de un pijo.

Saludados los presentes, entablamos un dicharacho sobre temas de gran calado: la mala calidad de los ladrillos, la mezcla óptima de arena y cemento y la importancia del canto piñón en la fabricación de los hormigones. Pegamos un repaso a la actualidad, nos jiñamos en el seleccionar por no llevar a Raúl, le hicimos una pedorreta a Mariano y otra a José Luís porque los obreros deben estar siempre enfrentados al mandatario opresor y repasamos el Top 10 de Wines Spectator con un acuerdo mayoritario de que el Clos de Papes nunca llegaría al retrogusto tánico y salvaje del cariñena de pellejo. Alabamos la decisión del cocinero Santamaría y acordamos que los platos de los restaurantes carísimos deberían llevar la composición química igual que los precocinados y de este modo confeccionamos una receta que venderíamos al Adriá.

MELINDRES DE PICHON CARBONATADO CON ECUACIÓN DE PRIMER GRADO.

Ingredientes:

- Contramuslos de pichón de la plaza de España.
- Agua con gas o en su defecto, un chorrito de sifón
- E340+E441+D120+A666=X, siendo X un valor superior a los 80 Euros.

Acabado el almuerzo, dispersados los operarios, procedí a la incineración de la carpeta secreta. No debía estar muy seguro de querer hacerlo porque la órdenes de mi corazón se enfrentaban a las de mi sesera acercando y alejando el cartapacio de la fogata en una lucha interior en la que mi brazo ejecutor parecía movido por un muelle invisible que no podía controlar, pero igual que en las películas, la bondad puede a la perfidia y después de quemarme la mano hasta los tendones, no tuve más remedio que soltarlo y asistir compungido a la quema de aquello que pudo ser mi salvación definitiva.

Decepcionado y algo magullado, sujeté mi piedra mágica con la mano buena esperando una señal de optimismo, una vibración alfa de origen telúrico que me indicara actividad. Al cerrarla en mi puño, me sobrecogió una sensación de terror. Pasaron por mi mente, como vagones del metro del infierno, escenas de desgracias, accidentes, hospitales y calabozos en un film serie B donde el protagonista era yo. Aterrado, lancé la piedra con todas mis fuerzas hasta que la vi desaparecer detrás de una tapia. Al instante, gritos de dolor, tumulto en la calle y varias personas que se asomaron señalándome como el culpable de alguna fechoría. Intenté correr pero no pude. Me dejé atrapar y fui llevado a un lugar donde se encontraba una persona tendida en el suelo, inconsciente, mientras uno le palpaba el pulso, otro colocaba junto a la pared el bastón blanco y otro le robaba los cupones sujetos al pecho con una pinza. Llegaron al unísono una ambulancia y una lechera y fuimos distribuidos convenientemente, cada uno en nuestro vehículo camino del hospital y del cuartelillo.

Pasé la noche entre rejas. El camastro era cómodo y el rancho comestible pero en mi opinión deberían haber prescindido del vinagre en las alubias porque atrajo a un nubarrón de avispas de las que me tuve que zafar, no por las picaduras, sino por temor a que me sorbieran el rico caldillo en el que mojaba un chusco de medio kilo que me estaba sabiendo a gloria.

El juez decidió dejarme en libertad provisional hasta conocer el parte médico del pobre apedreado. Decidí ir al hospital para interesarme por su estado de salud y me tranquilicé cuando supe que estaba fuera de peligro. La piedra le había atinado en el ojo derecho por el que apenas veía sombras pero con el que identificaba sin dudar el color de los billetes y el tamaño de las tetas de las mozas que pasaban a su lado. Salía de urgencias cuando se me acercó una señora de pelo negro y belfo poblado y me invitó a un café. Se identificó como la mujer del ciego y me iba a comentar algo con cara seria cuando un médico se acercó y nos comentó que se había producido un milagro. La contusión había activado el nervio óptico y el cieguito volvía a ver por el ojo chungo. Mi alegría se desbordó, sin embargo, la señora, en un alarde de prodigiosa sangre fría solo acertaba a preguntarle al médico.

- Doctor, doctor, ¿No le quitarán la licencia para vender cupones? porque si se la quitan, le vacío la órbita con la peladora de patatas y a este gilipollas de la pedrada le capo con la minipimer.

La piedra había obrado un nuevo prodigio. Tenía que encontrarla. La busque por todas partes, en la calle, en el hospital, en la ambulancia pero nunca más di con ella. Supe después que el invidente seguía en su esquina y que el negocio le iba genial. Pasé a su lado y vi el colgante con el amuleto colgando del cuello. Un jubilado me contó que todos los días daba el premio gordo. Uno de los muchos números que vendía era agraciado con el premio máximo. Por supuesto, compré un cupón, pero no me tocó. Ahora paso todos los días y compro varios números, pero sigue sin tocarme. Insistiré hasta conseguirlo o hasta que un descuido, le robe la piedra mágica y la suerte vuelva a mi lado.

Es posible que la piedra no beneficie a quien la posea, sino a los que desconocen sus propiedades. Mejor, dejaré que el destino decida mi camino.

sábado, 17 de mayo de 2008

COMPLICACIONES Y ALGUNOS DESASTRES

El azar es caprichoso. Revolotea sobre tí como una gran manada de pájaros que a veces pasan sin rozarte y otras chocan en cadena hasta convertir tus rutinas en una empanada de desatinos ante los que no puedes defenderte. La balsa sobre la que navegas en un lago calmo puede naufragar sin más razones que una brisa mal parida o un agujero que las termitas socavaron glotonas mientras tú pensabas que el todopoderoso estaba contigo porque le llamabas al móvil y comunicaba.

Un cúmulo de despropósitos mundanos se ha cernido sobre mi menda sometiéndome a trabajos forzados que, como remero de galeras con las manos de una dama, se ve obligado a recuperar tiempos y trabajos perdidos en una semifinal donde los patrones no son sino unos negracos que galopan los cien en la mitad de tiempo que tú, pero a los que debes ganar antes de que lleguen la meta.

Un terrible fallo informático me ha dejado al borde del coma. Bien la ansiedad con la que fagocito archivos de toda calaña o un antivirus con la fecha de caducidad en el ojo del culo han hecho que de mis ordenadores, conectaditos entre si, solo quede el barbecho de un formateo reciente y una copia de seguridad que tiene el dudoso honor de poseer el mayor índice de infecciones jamás visto. Una última pasada me ha dejado la friolera de 8126 por lo que desconozco si podrán ser sanada y devuelta a la vida civil o deberá pasa pasar por la incineradora de recortes quirúrgicos donde quedará mutilada sin honores, y yo, me tendré que conformar con los huesos resecos del banquete del día anterior sin más carne que la que dejaría un vasco grandote en una chuleta de ternera.

A consecuencia, pero no solo por ello, el caos se ha instalado en mis tuétanos en forma de cabreo mayúsculo, trabajo sin hacer, emolumentos sin cobrar y sinsabores que me han dejado como el palo de un helado.

Acabo de volver a la vida. Estos días, la caridad cristiana me ha permitido conectarme en cortos lapsos en los que he disfrutado a medio gas de vuestros blogs sin tiempo ni ganas de comentar vuestras ocurrencias y vicisitudes.

Volveré poco a poco a la rutina. Escribiré lo prometido y recuperaré la calma. Esa calma que tanto me gusta. Esa calma que equilibra la ferocidad de mis malignos y me permite disfrutar de mis putos achaques con la sonrisa de un gili sin más pretensiones que la supervivencia acomodada de un burgués venido a menos que ha ido a más.

Las canciones que me gustan demasiado las esucho poco, quizás para no desgastarlas y poder usarlas en el momento adecuado con la eficacia antibacteriana de una penicilina inyectada a traición por un practicante ciego.

Os dejo una de mis " Imprescindibles". Conocida, cómo no. Si os gusta, no la escuchéis muchas veces. Tiene tanta intensidad que debe usarse con precaución.

martes, 6 de mayo de 2008

LA PIEDRA y el primo Cachete.

Arrastré el último cubo y lo puse con los otros. Juntos, con su tapadera naranja, en formación de a uno, parecían un contingente de chaparros reservistas del UPA venezolano esperando el transporte para ir a la revolución. En cada uno de ellos, la dirección del edificio: Cerillera Lucita Cajetilla 13 bis. Los letreros me habían quedado muy bien. A mano alzada, con pincel y tinta china, los había escrito con la precisa caligrafía que un amanuense cartujo en celo escribiría con la minga al poner el nombre de su amada en rubia orina frente al paredón del convento.

La piedra estaba ñoña. Colgaba de su cadena algo lacia, incluso había perdido color. Acaso tuviera algo que ver el collejón que me engrudó Tito por no haberle pagado y que en el mismo acto me grabó en la frente la silueta del abrechapas que estaba en el mostrador y encestó el amuleto de un brinco desde mi pecho que cayó en la copa de orujo en una parábola perfecta . Solo sé que el licor se oscureció y la piedra demudó un tanto el color, del susto, supuse. A lo mejor es que el orujo era casero o lo hacían con disolvente, nunca se sabe.

Algo decepcionado probé mi suerte. Cuarenta céntimos era todo mi capital y los invertí en la tragaperras no sin antes frotar las monedas con ella para trasmitirlas el magnetismo benéfico que emanaba de su interior. Clin, clin clin, nada. Clin, clin, clin,.. torí torí torá, clan, clan, clan, clan, clan, cinco euritos. ¡Lo sabía! Ya nada me arredraba, ganaría el gran premio. Doce horas después, con la piedra desgastada de tantos frotamientos y tres monedas de uno en el bolsillo, el camarero me echaba a escobazos mientras me agarraba al dispensador de bolas para niños suplicando la última oportunidad, pero no fue posible. La mirada amenazante del tabernero emitía un fulgor maligno que no me asustaba, pero el cuchillo jamonero que ahora agitaba como faca de quinqui fue suficiente para convencerme de que debía dejarlo para otro día. No había sido una mala inversión. Había multiplicado por cinco en poco tiempo, algo que no habría conseguido en la bolsa ni aunque hubiera comprado en su mejor momento acciones de un chicharro despistado en el mar de cotizaciones absurdas.

Aquello no podía continuar así. Tenía fuerza para combatir, juventud para arriesgar, talento para aburrir y la piedra de la suerte como compañera fiel, el faro de mi destino, la cuerda de mi escalada, la fe inquebrantable de un mormón evangelista sin su inseparable compañero encamado con purgaciones. Aquella noche, en la intermitente oscuridad de mi habitación sin persianas, veía el reflejo del luminoso parpadeante del puticlub de enfrente reflejado en la pared, como el que mira al cielo una noche de Agosto buscando estrellas fugaces y se encuentra con la cruda realidad de que Pimpollo´s no era un astro sino un antro y que mi vida cambiaría desde ese momento.

Al día siguiente me despedí del trabajo pero antes de terminar mi relación laboral le hice al jefe el favor de quemar los papeles en la caldera. Iba por la segunda caja cuando vi un grupo de folios grapados de un grosor poco habitual. Al examinarlo me fijé que detrás de la tapa de cartulina, en la primera página se leía: CONFIDENCIAL. TOP SECRET. Metí el legajo entre los pantalones y la camiseta, terminé la faena y salí de naja en busca de un sitio tranquilo donde leer aquello que tanto me intrigaba. En un parque tranquilo, al solecillo de Abril, empecé la lectura de los documentos sustraídos. No podía creer lo que estaba leyendo. Era información de la Interpol donde salía la lista de los facinerosos más buscados y por los que daban fuertes recompensas. Incluía nombres, motes, sitios por donde habían sido vistos y un número de teléfono al que llamar por si alguien conocía el paradero de cualquiera de ellos. En la segunda página, a todo color y con su bigotón de Burt Reynolds aparecía la foto de mi primo Cachete que huyó después de un turbio asunto de tráfico ilegal de tabaco rubio en Estados Unidos. Su planteamiento era sencillamente genial. Quería traer tabaco de contrabando a España desde Virginia, el mayor estado productor en los USA. Llegó y vio asombrado que un paquete costaba allí tres veces más que en España, por lo que invirtió la operación. Compró centenares de cajas en el estanco de Eustaquio y las envió por barco a Florida donde desembarcarían como embutidos y chacinas. El pobre no tuvo en cuenta que allí se vigilan mucho más a los inocentes chorizos que a los lanzagranadas y le pillaron de pleno. El envío no fue revisado, simplemente incinerado sin comprobar la carga y como la entrada de alimentos ilegales era además de un delito penal, también ecológico, le pusieron en busca y captura como delincuente muy peligroso. La recompensa: 5 millones de dólares.

Lo bueno del caso es que yo sabía donde se metía mi primo. En una brillante operación cosmética y dado que no quería desprenderse del bigote, lo dejó crecer, se rapó la cabeza, se puso un gorro raro y me mezcló con la gente asiática del barrio chino barcelonés en una copia que parecía clavada al mismísimo Fu Manchu. Allí, sirviendo chop suey, llevaba casi diez años de anonimato entre el glutamato y el licor de lagarto, entre la salsa de ostras y el pato pekín viviendo en una trastienda con otros diez compañeros que admiraban su arte para la trasformación y el tamaño de su paquete poco común en el mundo oriental.
- Cachete pilila glande. Cachete enseñal pilila.
- Vale, pero si me la saca Flor de Loto.
- Flol de Loto no, sel mi plometida. Cachete glan cablón. Chinito coltalá pilila y halá celdo aglidulce.

Me debatía en un estanque de dudas. Podía solucionar mi vida con una simple llamada, pero arruinaría la vida de mi primo. Saqué el colgante de mi cuello y en ese momento se levanto una ráfaga de viento. El cuaderno se revolvió entre mis manos y voló unos metros. Quedó boca abajo y cuando lo recogí con la piedra en la mano me fijé que la página donde había quedado decía: MUY IMPORTANTE. Se ruega diligencia en la búsqueda de los delincuentes porque estos delitos prescriben en diez años desde su ejecución. Aquello era la mejor noticia. Daría a la interpol la información sobre mi primo unas horas antes de que prescribiera el delito, le detendrían pero no habría tiempo para juzgarle porque ya habrían pasado más de diez años, quedaría libre y yo millonario perdido. La piedra me había vuelto a solucionar la vida.

¿Acabará así la historia? ¿Habrá continuación? ¿Me saldrá de las pelotas seguir con este cuento? Estos y otros enigmas se resolverán en el siguiente post de este insigne blog.