miércoles, 18 de diciembre de 2013

OTRA DE PELMAS



Hace tiempo que escribí sobre los plastas, esa gente que te hace un roto en el cerebro cuando después de media hora de monólogo no entienden que tu cara de morsa no es producida por los sulfitos del vino sino por el hastío que provocan con sus interminables vicisitudes vitales que no importan ni a dios. También conté que soy un imán para ellos, un objetivo asequible que al ver a un tipo callado con un periódico entre las gafas de cerca asumen que lees por no tener algo mejor que hacer. Es entonces cuando inician el acercamiento taimado, esa pregunta inocente sobre el bouquet del valdepeñas o si la textura  arrugada del mejillón colorao que te han puesto de tapa se debe al mal estado del producto o a una cocción inadecuada. Si respondes amablemente, dáte por perdido. Es entonces cuando su escaso cerebro desarrolla un ritmo alocado que se transmite a su aparato vocal en una sucesión interminable de  chuminadas.

Con el tiempo he desarrollado una técnica que me permite identificarlos y evitarlos pero como todo en esta vida, no hay nada que pueda saltarse al destino.

Decir que Paquito cose para la calle no sería faltar a la verdad en ninguna de las dos acepciones. Un tipo calvete, delgaducho y pelma irrecuperable, bien conocido en el barrio  por sus asaltos a lengua armada era el tipo a evitar. Durante años le mantuve a raya pese a sus múltiples ataques en todo tipo de situaciones. De sus variopintas ocupaciones, paseante de perros, operador de limpieza según su argot, vamos..que saca  cubos de basura, portero de Domingo, la que más le satisface es la de modistillo. Lo mismo te mete un bajo que te cose una cremallera, te apaña un agujero en el bolsillo que te hace un culo de pollo para subsanar el roto en aquella chaqueta que se te enganchó en el picaporte del bar cuando habías tomado unos vasitos. 

Cierto día fui invitado a una cena elegante. Uno, que es voluble en el más amplio sentido de la palabra, propenso a engordes y adelgazamiento, dispone de un escaso surtido de trajes en el guardarropa, pocos pero escogidos y de diferentes tallas. Con mi optimismo natural empecé por probarme una de la talla 50. Ni por asomo entraba aquello. La 52, de la que tengo varios, me quedaba escasa de sisa y me hacía bulto en la zona del pestorejo. Por suerte disponía de uno de la 54, de aquellos tiempos en los que andaba más entrado en manteca y para mi disgusto comprobé que me quedaba fetén. Asunto solucionado. Aseo de cuerpo entero, afeitado a contrapelo, toquecito facial de Eight & Bob, una mierda de colonia más cara que el caviar beluga pero poco conocida lo que hace que las churris pregunten y algo de espuma para domar los cuatro pelos que me quedan. A la hora de vestirme se cumplió el oráculo que me indicaba que debía ser cuidadoso con la lana fría a finales de Otoño. Al introducir la biela por la pernera noté una cierta presión en el pinrel. No hice caso y el dobladillo se descosió al completo. Miré la hora, las ocho y diez. La cena empezaba a las nueve y media. Tiré de chandal, esa indumentaria que uso para estar en casa, que uno no es amigo de la violencia y los deportes son, incluido el jilé, fuente inagotable de lesiones, este último más a daños monetarios y de autoestima que musculares, pero dañino al fin. Salí a la calle esperando que la sastra de la esquina estuviera abierta, pero no. En el bar de Javi Mediomuelle no había hembra con pinta de saber enhebrar la aguja, por lo que no tuve más remedio que buscar al inefable Paquito. 

Inquieto cual musaraña me acerqué al portal, toqué el timbre y esperé contestación. Nada. Insistí y cuando me iba al chino a buscar un pegamento textil sonó la vicetiple voz del individuo.

- ¿Quien llama?
- Hola, Paco, soy  Anselmo el de Fulanas 24. Tengo una urgencia y necesito ayuda. No te llevará nada de tiempo y te pagaré generosamente.
- ¿Anselmo el antipático?
- No soy antipático, sólo algo tímido.
- No te puedo ayudar, estoy dibujando unos patrones que me han encargado para la pasarela Sivienes.
- Es coser  un dobladillo. ¿Veinte pavos?
- Ye te he dicho que no.
- Treinta?
- Cincuenta, que esto no es urgencias del clínico.
- ¡Hecho!  cabronazo
- ¿Cómo?
- Que si, que un abrazo.
- Sube y no te pongas meloso que soy blando de corazón.

Noté flojera de piernas, no tanto como aquel día recién aterrizado  del viaje de novios. Salí a por tabaco y tardé tres días en regresar. Media hora en subir quince escalones, eso era temblor y no el terremoto de San Francisco, pero aquello era diferente, me enfrentaba al mayor depredador verbal de todos los tiempos y encima.. mariquita.  Todavía tengo pesadillas. En coser tardó apenas tres minutos pero quiso que me los probara. Me negué. Insistió tanto y andaba tan apurado que me quedé en calzoncillos, unos preciosos de la sirenita  de Disney que me cayeron en el amigo invisible, algo duros de huevera pero firmes de botón con lo que evitas que se te salga la chorra, ideales para consultas médicas, celebraciones donde corre el champán, diurético y traidor donde los haya porque después de una botella olvidas lo elemental y no hay cosa peor para perder el poco prestigio que le queda a uno que salir del baño con la bragueta bajada y la mustia fuera.  La estampa le fascinó. Su primera intención fue la de tocarme el paquete para comprobar si cargaba por el izquierdo. Fue un manotazo rápido producto de los nervios pero se clavó la aguja medio centímetro. Arremetió contra mí en un furibundo ataque que interpreté  como un simulacro de kung-fu por los aspavientos y cuyo fin último era la patada huevera o el arrancamiento de moño.  Yo, con el pantalón del chandal arrugado entre los pies perdí el equilibrio y caí  cual marrano en canal encima de una mesita de  chichinabo ya que se partió cual oblea, repleta de telvas,  coronado por un plato con  un chusco de pan y medio salchichón. Fue un ostión memorable. Medio conmocionado noté un fuerte dolor en la mano izquierda. En vista de mi estado, a Paquito se le soltó la lengua y dando gritos histéricos salió al vecindario a pedir ayuda. Qué escandalera no montaría que en pocos minutos se presentaron una patrulla de la policía y cinco sanitarios del Samur. Breve inspección, camilla y a la ambulancia. De allí al hospital para reducir una posible factura. Una escayolita y un día ingresado para observar la evolución de un fuerte golpe en el tarro que me provocó un chichón del tamaño de un polvorón de la misma estepa. Atontado pero tranquilo me encontraba cuando llegó a la habitación el susodicho  para interesarse por mi estado. Le comenté que todo iba bien, que marchara con viento fresco pero, para mi desgracia, se empeñó en velar mi dolor toda la noche. Vencido y desarmado fui sometido a la mayor tortura verbal que los tiempos recuerdan. Su infeliz infancia huérfano desde niño, la escuela del pueblo, las mofas que sufrió en la mili, los patrones que dibuja, los diseños que le roban los modistos de tronío y su amistad con determinada anciana de la que piensa heredar un pisito y a la que llama cuchicuchi son los recuerdos que guardo de aquella terrible noche. Me salvó del hastío total el fuerte dolor de almendra que me produjo su soliloquio, una visita al escáner para determinar daños mayores. Nunca estuve más confortable en esa claustrofóbica máquina. Pasado el mal trago, de vuelta en casa me recomendaron una rehabilitación para recuperar el movimiento de la mano. No se sabe cómo pudo enterarse del sitio pero todos los días, a la salida, me espera impertérrito para que le convide a un vinito con limón y comerse mis tapas pues es, además, comedor voraz a esas horas previas al almuerzo, lo que sin duda le evita el gasto de hacer comida.

Me quedan dos sesiones y en vista de que no se va a olvidar de mí, he puesto el piso en venta. Me iré del barrio, aunque sea a una chabola de drogatas con tal de alejarme del peligro. Ayer se lo dije y me contestó que no me preocupara, que daría con mi paradero...y que no me olvidara de pagarle los cincuenta euros del arreglo. ¡Tócale los cojones!. Me han ofrecido un trabajo de cabo primero en Siria, al lado de los rebeldes. Aceptaré. Nada tan peligroso como el pelma de Paquito. Lo juro.

martes, 23 de julio de 2013

UN GRAN TIPO



Sir Thomas Glensire, Escocés de nacimiento y Español por decisión propia se largó de su palacio a las afueras de Edimburgo con la intención de no volver jamás. De noble linaje la única obligación que le exigía la familia era que se licenciara en alguna carrera, no importaba cual, porque se podía dedicar a la vida muelle pero con estudios.  No se anduvo con rodeos. Llamó al rector que le atendió personalmente y sin más preámbulos le espetó. Quiero saber cuál es la carrera más sencilla que se cursa en esta universidad. Examinaron durante un par de minutos las posibilidades y quedaron en que se matricularía en Buenas Maneras y Protocolo, algo sencillo pues lo llevaba aprendido de cuna pero su carácter abúlico, bastante dejado, hizo que tardara 7 años lo que podría haber hecho en 3 y eso que sobornó convenientemente al profesor de "uso adecuado del sombrero de copa" un laborista feroz enmascarado que chocaba frontalmente con su formación Tory. Cinco mil libras fueron suficientes para resolver el problema y obtener el diploma que enmarcó y regaló a su padre con la siguiente dedicatoria:

Buenas maneras, qué locura
parece y es tontería
estudiar algo que sería
natural, conservar la compostura.
Me repugna el Kilt,
Lo siento padre
y aunque el perro me ladre,
jamás vestiré bombín

Sólo tuvo un interés obsesivo: los idiomas. Dedicó muchas horas con los mejores profesores  y con esfuerzo consiguió entender y hacerse entender en Francés, Alemán y Español, además de algo de Flamenco, Danés y Ruso.  Después de visitar casi todos los países de Europa con la intención de buscar acomodo en alguno que le satisficiera,  recaló en Madrid cumplidos los 29. Aunque no lo dijo a la familia, la verdadera razón de su huida era una fatal fobia a la lluvia que le causaba sarpullido y una murria llorona que disimulaba como podía aduciendo un catarro eterno, algo así como un proceso alérgico que documentó un médico amigo  con un falso diagnóstico para convencer a la familia de la necesidad de buscar un clima soleado que le aliviara el sufrimiento sin perder la jugosa herencia.

De los Países Bajos recuerda unos mejillones cargados de nata y los aeropuertos de los que nunca salió por las borrascas , de la bella Francia unas magníficas ostras normandas que engulló en un hotel mientras pedía un taxi para salir de ese infierno tan lluvioso como su Escocia natal, de Alemania sus vinos blancos, una cerveza rubia que probó empujado por el entusiasmo del personal en la feria de Munich. No era ni mucho menos como esas ales tibias y tostadas de su Inglaterra natal por lo que la cató con recelo y de la que opinó para gran disgusto del tabernero después del breve sorbo: "pis de gato". Pasó por  Polonia, Austria, salió de naja de Copenhague donde ni pisó la calle y a Grecia ni se acercó por no saber griego, ni ganas  de aprenderlo.  Con intención de marchar a Marruecos no tuvo más remedio que hacer escala en Madrid  un soleado Mayo de 1972. Su enlace con Rabat le dejaba unas horas libres y decidió tomar un taxi que le llevara al Bernabéu, único monumento español del que tenía noticia además de la Alhambra de Granada y el Acueducto de Segovia. Aquel traslado fue para él como si se le hubiera aparecido el mismo Jesucristo. Visitó el estadio, comió opíparamente en una terraza aledaña una docena de  chuletillas de lechal que le parecieron un delicioso infanticidio, una botella de Vega Sicilia que el maître  le endosó cuando le requirió un buen vino tinto y un suflé flambeado  con el que creyó estar en el mismo cielo. Cuál sería su felicidad que se quitó la americana y se remangó la camisa hasta los codos dejando al aire sus pálidos antebrazos, cosa que no había hecho desde su más tierna infancia.  Un camarero le quiso agasajar y sabiendo su procedencia Británica le sirvió de parte de la casa un té y un whisky de malta que acompañó de una  cubitera con gordos hielos.  Sir Thomas le miró sorprendido, rechazó el té, los hielos y pronunció la frase que le haría famoso en los bares que frecuenta desde entonces. 

-  Antes bebería un whisky frio que una taza de agua caliente- 

Pagó la cuenta en libras, cosa que mosqueó al dueño hasta que miró el tipo de cambio en el periódico y comprobó que le entregaba más del doble de lo consumido, se despidió con la amabilidad de un Sir y pidió un coche que le llevara al aeropuerto. Llegó a tiempo de recuperar el equipaje antes de que embarcara a Rabat, rompió el billete, consiguió pesetas  como para comprar un auto y de vuelta al centro pidió al taxista que le llevara al mejor hotel.  Dos años estuvo en una suite del Ritz de donde sólo se ausentaba  cuando el tiempo se revolvía. Entonces miraba el periódico y ahuecaba el ala allí donde las isobaras anunciaran sol , daba igual sur que norte o centro. Aquellos viajes duraban lo que tardaba en aparecer un nublado ,  unos miserables cirros o cualquier presagio de lluvia. Compró pisos en Madrid y Sevilla y a los cinco años era una gran conocedor de gótico y románico, pintores de todas la épocas, jereces de todo pelaje con especial deleite en los olorosos aunque nunca despreciaba una manzanilla a la que siempre sobraba frio ya que perdía carácter, mariscos gallegos , carnes rojas,  asados castellanos, fritos andaluces, catedrales y ermitas... Se convirtió en una gran conocedor de este país en cinco años de holganza huyendo de las nubes.
Coincidí con él en el Arlington, una coctelería coqueta y pronto hicimos amistad.  Con el paso de los años utiliza un castellano prodigioso, lleno de matices,  pero conserva su acento británico que mezcla con algunas expresiones incorrectas, no porque ignore su buen uso sino para dar a su elocución un tono snob. Muchos sábados quedábamos para hacer alguna visita corta a poblaciones cercanas, pueblos con historia como Alcalá o Aranjuez, otras a pueblos de los que había oído hablar por tener una bodega  que prometía y que casi siempre le decepcionaban. En su viejo Jaguar, este escocés que abomina de la lluvia y del té, no así del whisky, después de dar un corto pasea, casi siempre entorno a las 12 del mediodía, hacía un alto en el camino y preguntaba con sorna. Querido, ¿No es ya hora de tomar "un" copa?  Entrábamos en cualquier bar, examinaba cuidadosamente el entorno, miraba la barra de pinchos y si algo le parecía mal, con educación exquisita se acercaba al camarero y pedía un oporto blanco, un campari con aperol  o cualquier bebedizo que con seguridad no vendía el establecimiento. Se despedía cortésmente y añadía. Verá usted, me tomaría otra cosa pero soy un ser caprichoso, y nos pirábamos raudos en busca de otro sitio donde calmar su sed. 

Hasta el momento permanece soltero, no por falta de amantes y pretendientes sino por su  rechazo al compromiso. He tenido en mis brazos muchas bellas damas que merecerían ser desposadas pero eso me obligaría a dos cosas: permanecer con ellas hasta el fin de mi vida con las alas recortadas e invitar a mi familia a la boda, lo que sería terrible para mis nervios. Me contó una noche en el Arlington que no recordaba el nombre de muchas de sus amantes pero las identificaría de nuevo por las arrugas que dejaron en la almohada. Vive solo con su ama de llaves que le limpia, plancha y cocina aunque como dice es tirar el dinero. Salgo de casa con la intención de volver para el almuerzo pero  las cosas más interesantes me suceden media hora antes de la comida. Alarga el aperitivo hasta las cuatro, tapea pequeñas porciones de diferente pelaje sin que le falte el buen jamón del que entiende tanto como el mismo Joselito y duerme su siesta hasta que la curiosidad le puede y sale de casa con el espíritu  renovado de un niño a una exposición, conferencia o su partida de bridge.  Más tarde unos jereces antes de pasar a la cena que riega con buenos tintos para rematar en alguno de sus bares favoritos, esos donde se encuentra con amigos de años, para degustar unos whiskys, eso si, siempre sin hielo. Gran tipo este escocés errante de la lluvia...y del abominable té.

lunes, 10 de junio de 2013

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Encontrado animalito, color rosa  entre calles Trafalgar y Lepanto. Tamaño melón japonés. No come. Le abrí la boca con esfuerzo y me soltó una pedorreta. Le hice el boca a boca y recuperó la salud pero cada vez está más mustio. Si en unos días no aparece el dueño le tendré que poner la indición letal. Urgente. REF: 678969813. (Foto a pie de página)
 

AMISTAD

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19 Gótica querría amistad con Románico (de Roma) para intercambio de lenguas. Abstenerse halitósicos o con prótesis removible. REF: 85127552

Marino mercante, 39, chulazo, aseado. Calibre del 22 con cargador de 5 tiros, busca amor en cada puerto, aunque sea de montaña. Con la crisis me han bajado el sueldo y no hay forma de patrocinarme el puterío. REF: 878378784

Masoca, 33,  busco dominanta que me ponga las pilas. Tensión máxima 220 Volt.  a 370 se funden los plomillos de los empastes y se me sueldan los molares. Abstenerse profesionales de lanza térmica, electricistas sin experiencia o reponedoras de petardos en mascletás.   REF: 8886752375

Choni reconocida. 37, busca chatarrero para vender al peso 189 piercings por problemas económicos. Los del chichi me los quedo porque con el meneíto del triquitriqui se oyen las campanadas del Big Ben y queda vacilón. REF: 243676246

Monosabio, trucha total busca picador para corridas sin público. Se ruega no acudir a cita con la vara y el castoreño. Canta mucho. REF: 6556465632
 
Busco pobre que no desprecie las monedillas de cobre, que no mire de reojillo cuando se las das y que hace que para soltarlas tengas que meterlas entre las doraditas de 20 y 50. Es que la caridad me sale por un pico.  REF: 623657532
 
 
 
 
 
 

martes, 28 de mayo de 2013

EL SASTRE ITALIANO


Andaba yo paseando al perro que llevo dentro. Sucedió un domingo después de una fatídica carrera de fórmula 1 donde las cosas se torcieron tanto que obvié las dos últimas vueltas y salí del bar con la intención de reponer fondos y andar unas manzanas para aliviar mi creciente cabreo. Retirado algo de efectivo en el cajero de mi barrio, justo en el momento de guardarlo en la cartera y  todavía frente a la pantalla que indicaba mi mal estado financiero, alguien a mi espalda solicitó mi ayuda. Volví la cabeza y vi a un hombre algo nervioso que con intenso acento italiano me pidió que le indicara como salir hacia la carretera de Barcelona. Me acerqué a su coche y noté que tenía la cara mazada a golpes con especial relevancia de un ojo a la virulé en tonalidades que iban del negro sotana al morado nazareno dentro de una procesión de ocres al más puro estilo del Greco. La manera más sencilla de orientarle era que diera la vuelta por la calle que bajaba, tomara la dirección contraria y girara por una gasolinera cercana que le encaminaría irremediablemente a su destino. Se negó alegando que estaba prohibido  y que a los extranjeros se les exigía el pago al contado de las sanciones y no tenía dinero pues había sido atracado. Convinimos en que solucionara el entuerto en una rotonda más abajo y me tendió la mano en acto de agradecimiento. El apretón pareció sincero pero se alargaba en el tiempo mientras me contaba que había comprado un Rolex en una tienda, que al salir tres desalmados le atizaron candela al punto de tener que acudir a un hospital donde estuvo ingresado dos días. Me enseñó una bolsa de papel repleta de pastillas, una máquina para medir la glucosa pues era diabético y alabó mi natural elegancia, cosa que me extrañó pues la chaqueta que llevaba en ese momento, aunque de buena factura, arrastraba varias temporadas. Al comentar que no era para tanto me dijo que era sastre, adivinó mi talla y continuó el dicharacho alegando que estaba en España como colaborador de una tal Ferragamo cuya colección se había presentado en un reciente desfile de moda.

Solicitó de nuevo mi mano en actitud llorosa y  en acto de agradecimiento me ofreció gratis una chaqueta de piel que casualmente llevaba en el asiento de atrás y encima era de mi talla. La prenda en cuestión colgaba de una percha de baja estofa y estaba envuelta en un plastiquillo de tintorería que no correspondía a la calidad que pregonaba y cuyo coste superaba los tres mil euros. Tanto se empeñó que cogí la prenda aunque no conseguí palpar el material, no tanto por si misma sino para que me soltara la mano que sujetaba con firmeza por segunda vez. Alabó mi caballerosidad, las buenas relaciones de hermandad entre países hermanos y remató el discurso brillante de emociones con una petición irrechazable. No tenía dinero para la gasolina necesaria con que llegar a Barcelona donde tenía familiares que le prestarían  para regresar a su amada Italia. Una bicoca. setenta euritos que le daría para todo el periplo incluido lo suficiente para una comidita que le evitara la hipoglucemia tan temida por los diabéticos y que produce sudoraciones, mareos y desmayos imprevistos.  He de reconocer que fue un segundo de perplejidad hasta que deposité la chaquetita en el asiento delantero y me alejé a buen paso mientras el sastre italiano profería imprecaciones contra mi persona donde lo más bonito fue sinvergüenza y vafanculo.
Definitivamente le había jodido el timo pero ahora me arrepiento de no haberle dado diez pavos porque el trabajo fue tan elaborado y brillante que uno no tan precavido como yo habría caído con total seguridad.

Y es que soy de la opinión de que los buenos trabajos hay que pagarlos aunque sean de un timador que además ha sufrido un accidente laboral como el que sin duda soportó para obtener ese barroco cromatismo en la filós

jueves, 4 de abril de 2013

KALÍ


Conocí a Kalí - en realidad no se llama Kalí, pero el día que me dijo su nombre no fui capaz de recordarlo de enrevesado que era - , después de muchos  meses observándole. A eso de las diez de la noche en verano y de las nueve en invierno le veía pasar a través de la cristalera del bar donde suelo ir casi todos los días, un cafetín con veladores de mármol donde tomar una copa de vino sin el fastidio del fútbol  que hacía que estuviera semivacío los días de partido, es decir,  casi todos. Puntualmente pasaba con dos maletas enormes, una negra y otra roja y las dejaba a la vera de un banco en la parte final de una plaza ajardinada, casi al borde de la carretera. Se alejaba y volvía a los diez minutos  con otro maletón y un haz de cartones impecablemente doblados, otro de plásticos y una bolsita de mano donde supuestamente guardaba las provisiones. Ya anochecido empezaba a montar su pequeño campamento,  su negrísimo rostro se confundía con la noche y solo podía seguir sus movimientos por el color de su ropa algo ajada pero siempre limpia, sin ninguna mancha visible.  Cuando salía ya estaba instalado en su cajón de frigorífico con la cubierta de plástico perfectamente encajada, sin resquicios por donde pudiera entrar el agua. Yo me sentaba en un  poyete frente a él, a escasos veinte metros,  y observaba la luz de una pequeña linterna  alumbrando en su interior por las ventanillas que usaba para la aireación..

 Cierto día de llovizna suave me atreví a pasar cerca de su cubículo. La luz interior se movía a intervalos regulares como si realizara un trabajo rutinario. Al pasar miré al interior sin disimulo y a través del ventanuco, acostado en una fina alfombrilla sobre las lamas de madera del banco,  vi que estaba leyendo un libro grueso de aspecto amarillento. Notó mi presencia, miró hacia mí y desvió inmediatamente la vista hacia su lectura. Le deseé buenas noches y me contestó con otro saludo igual que sonó con un eco extraño que me recordó al que sale de una cueva.

Llegó la primavera y apetecía salir a la terraza de aquel bar. Una noche cualquiera con la luna espléndida, cambió su ruta y pasó delante de mí. Fue el primer saludo cara a cara que intercambiamos y después, a diario, alzábamos las manos en silencio en un gesto de complicidad muda.   No se le conocía relación alguna con la gente del vecindario, no tenía compañeros de miseria con los que compartir la tristeza que emanaba de su cara, tampoco fumaba ni bebía. Era un solitario bien encarado, un hombretón de enorme envergadura que parecía llevar sobre sus hombros un peso enorme muy superior a la carga que podría soportar de acuerdo a su físico.

Una mañana bien temprano pasé por la plaza, le vi recogiendo los enseres y decidí esperar para ver hacia dónde se dirigía. Tomó la calle principal y al llegar a una plaza se desvió por una callejuela poco transitada. Disimulé como pude y doscientos metros más abajo llegó a un portal, llamó a un timbre y la puerta se abrió. No había pasado un minuto cuando estaba de nuevo en la calle, ya sin equipaje. Entré en una bar a tomar  un café mientras pensaba si hacía lo correcto inmiscuyéndome en su vida cuando volvió con el resto de los bártulos. Acabé la taza y me coloqué a una distancia prudencial en la semioscuridad anterior al alba. Caminamos un rato  y llegamos a su destino: una panadería donde se situó en la entrada. De una bolsa de plástico sacó algunos ejemplares de la farola y ahí, de pie, pasaba la jornada esperando una limosna que le llegaba sin que la pidiera. Se limitaba a saludar a todos los clientes y como pude observar mucha gente le depositaba unas monedas de la vuelta de su compra, respondía con un agradecimiento de acento incierto y mostraba su mejor sonrisa de dientes blancos, algo desencajados. Compré pan y la salida le di unas monedas y entablé conversación.  

- ¿Cómo te llamas?

Respondió algo ininteligible en un idioma que supuse africano.

- Pero todo el mundo me conoce por Kalí.

- ¿Qué tal el negocio?

Me miró como si no entendiera la pregunta. Lo más probable es que no conociera el significado de la palabra.

- ¿quiero decir si consigues suficiente para vivir?

- El hotel es barato, ya sabes, dijo con sonrisa pícara,  y como suficiente para vivir.  Aquí me dan el pan gratis y consigo algo más si ayudo a las señoras a subir la compra o sujeto  la correa de los perros mientras les atienden. No me puedo quejar.

Todos mis intentos para proporcionarle comida fueron inútiles, ni siquiera una bolsa de detergente para lavar su ropa. Cambié mis hábitos y casi a diario me acercaba a comprar el pan en aquella tahona que me obligaba a andar más de lo acostumbrado pero  que me posibilitaba acercarme a ese ser hermético. Cierto día vi que una señora le daba una lata de cocacola fresquita que aceptó con regocijo. La abrió con premura y sorbió el líquido con gran satisfacción. De su bolso de mano sacó una bolsa de patatas fritas que comió despacio, deleitándose como si fuera un manjar exquisito. Al filo de las 3, cuando llegaba a hacer mi compra le obsequiaba con un lata y un paquete de papas que compraba en el chino próximo. Era el momento de su descanso después de toda la mañana en pie. Nos recostábamos en cualquier coche que estuviera aparcado y allí, entre el olor del pan recién horneado me habló de su tierra yerma, de las luchas tribales que diezmaban la población en horrendos crímenes, de niños soldado asesinos por unas monedas o una botella de licor, de aquella novia orgullosa que prefirió el tiro, el machetazo o la violación atroz en vez de dejar su tierra. De su caminata desde el centro de Africa hasta el mar. De las interminables jornadas en la patera. Del sufrimiento de arrojar por la borda los cadáveres de compañeros de viaje, de su llegada a Cádiz, de la huida para no ser recluido en centros de acogida, de las duras  labores del campo primero, y de la construcción después donde destajaba para sacar algo más, de la pérdida del trabajo y de su condición actual de mendigo involuntario. De aquello me hablaba ese hombre de mirada triste y sonrisa de ángel negro, hasta que desapareció como llegó.

Nadie conoce su paradero. Recorrí el barrio y sus parques, llamé al timbra de aquella casa donde en algún cuartucho le permitían dejar el equipaje y nadir me supo dar razón. Supongo que se habrá mudado de ciudad, quizás de país en busca de un trabajo que le permita ofrecer a aquella mujer que tanto añoraba una nueva casa, un rebaño  y una familia.

Ahora comprendo por qué  dormía cerca de la carretera en vez de hacerlo en un lugar más tranquilo y menos ruidoso de aquel parque. No quería perder la consciencia de que su destino era incierto y temía acostumbrarse a su mísera condición y vegetar hasta la muerte en una suerte de acomodo letal que le hiciera perder sus sueños.

Te deseo lo mejor, Kalí,  aunque no pierdo la esperanza de volver a verte alguna mañana y tomar una lata y una pequeña bolsa de patatas mientras charlamos de un futuro mejor, en tu caso,  uno inmensamente mejor.

miércoles, 20 de febrero de 2013

COMO DECÍAMOS AYER....



Ya lo dijo el fraile después de 3 años de maco. Se incorporó a su cátedra como si nada hubiera pasado. Eso mismo hago, reincorporarme tal cual, como si hubiera sido el martes de carnaval  cuando escribí el último post.  Ya lo he dicho a alguno de vosotros que os habéis interesado por mi estado anímico: estoy sintiendo algo en las tripas que me inclina a volver a escribir pero no sé si será un virus estomacal pasajero o un parásito que pudiera prosperar en mis intestinos,  una tenia imaginaria en el apartahotel de los mondongos que se nutra de los desánimos y me devuelva esa necesidad casi febril de relatar. El tiempo resolverá.

Pero vayamos al grano.  Una historieta de las mías que, supongo,  tendrá cierta capa de herrumbre debido al escaso mantenimiento que ha tenido la maquinaria de narrar.

Abandonar el blog a su suerte no fue una buena idea, lo reconozco,  pero la vida toma derroteros inciertos, como la pareja de ases en el póquer que siendo la mejor jugada es con la que más viruta he palmado. Decidí escribir en formato largo y me aturullé en la página veinte. Mi negocio de importación y posterior venta de callicida para cabras resultó un fracaso porque éstos malditos animales, aún teniendo unos ojos de gallo del carajo, no se quejan y el cabrero que es ahorrador por naturaleza,  hace la vista gorda y no gasta una perra. 

Cómo gran aficionado al tinto de verano, gaseosa La Pitusa de gran carga carbónica y vino tetrabrik Cumble Gledos, que dice el chino que me lo suministra, contraje un problema de gases. Noté que me estaba excediendo  porque el amable tendero me regalaba un litro por cada 100 comprados, algo insólito en tiendas de origen asiático. Decidí acudir a mi farmacéutica de cabecera y me recetó aerored plus y abstinencia absoluta de burbujas, cosa que no logré del todo porque, si bien abandoné el summer tint, me decanté por la sidra Pedaleiros como remedio para solventar unos ligeros temblores de manos que me surgían al alba. Algunos meses después me di cuenta de que no me convenía tampoco porque los bramidos de las tripas no desaparecían, no evacuaba flato y llenaba yo solito el contenedor de vidrio varias veces a la semana. Demasiado trajín, pensé. 

 En estado de confusión, opté por la salud y me apunté a un cursillo de yoga subdural donde me enseñaron relajación de esfínteres,  estimulación prostática con dedo doble, -  algo que me resultó   incómodo puesto que tenía prolapsado el plexo hemorroidal y salía del gabinete a media altura, tipo mandril - , conversión de gaseoso a sólido, esa práctica basada en la fisión nuclear que consistía en la aplicación de electrodos de energía trifásica de 380 Volt, en  el abdomen. Se pretendía una ignición del metano en explosión controlada que dejaría únicamente un residuo similar al de la ceniza de un  habano del 4, evacuatorio por vía natural. No me convenció porque sentía ardores y quedaban unas pequeñas quemaduras que provocaban rechazo en las chicas del puticlub porque decían que tenía un sifilazo. Después de éstas   y otras mandangas que sirvieron de alivio para mi cartera pero no para mi problema volví al mundo de la farmacopea y después de probar varios remedios opté por la autogestión y empecé a mezclar comprimidos varios hasta que di con la fórmula. 3 aerored plus, 4 flatoriles  y 6 bismatroles  en ayunas con repetición  antes y después de las comidas en la misma dosis. Todo un éxito, oigan.  En aquel tiempo andaba yo ultimando un plan de negocio para una nueva empresa, una academia de estudios para muchachos poco aplicados con un nombre bien elegido, "Burrito Tu, Burrito Yo", que tuvo muy pobre acogida en las redes sociales en las que lo intenté promocionar, algo que no entiendo porque no hay mejor método educativo para chavales de bajo nivel cultural que ponerse a su altura. En fin, allá ellos.

A lo que iba, en ello estaba cuando un inoportuno incendio en la caldera de mi casa me obligó a cambiar el aparato. Por lo visto las calderas de gas no admiten otro combustible que el que recomienda el fabricante, vaya tela. Yo, consumidor responsable y reciclador pertinaz vertía en el quemador el aceite sobrante de la freidora que daba una llama mucho más luminosa y un ambiente cordial de churrería de pueblo que hacía las delicias de mis vecinos que me aplaudían la cara nada más salir del portal. Dentro del mismo las peleas estaban prohibidas. La portera, Doña Gumersinda Pelanabos, mujer enjuta con el pectoral liso como espalda de guitarra, no se sabe con certeza si por no haber desarrollado el tetamen  o por no conocérsele varón que le aliviara el pronto, domina el palo de escoba con la maestría de un samurai  y no permite riñas dentro de la finca porque coge mala fama, los pisos bajan y se rebaja su comisión en la compraventa cuando es ella quien los enseña.

El día de la sustitución, hubo un corte de agua en el edificio por motivo de un atasco de origen incierto aunque todos sabemos, por los alaridos del patio,  que el inmenso Pepe Zamburiña había, por fin, obrado. Gran aficionado al marisco pero económico  como pocos,  consume nécoras, centollos y bueyes sin pelar lo que sin duda le produjo una obturación colorectal de la que consiguió librarse en el momento menos oportuno. Ya le advertimos los amigos. ¡Paco, no te comas la cáscara de los mariscos que un dia te la preparas!  y él contestaba ufano. ¡Que lo dicen por la tele, que es en la piel donde está el alimento!  Y así le fue. Con la nueva caldera instalada, a la hora de llenar el circuito, junto con el agua se produjo una masiva entrada de aire en la instalación que hacía que aquello no calentara. Purgas y más purgas, todo inútil hasta que vi la luz. Vacié todo el caudal, abrí uno por uno los tapones de los radiadores, introduje la fórmula mágica que tan buenos resultados me había proporcionado pero multiplicada por cinco y procedí al  llenado. Al principio el agua circulaba con dificultad pero una vez disuelto el pildoramen  todo fue como la seda.  De ahí a montar mi empresa reparadora tardé lo que una paloma en estercolar tu coche recién lavado. Tres meses de éxito con el eslogan más impactante jamás creado.  SI TE SUENAN LOS RADIADORES NO TE TOQUES LOS COJORES. LLÁMAME.

El motivo de la quiebra no fue por problemas técnicos ni de clientela, sino de mi doctora del seguro que se negó a recetarme 200 cajitas a la semana de los productos que utilizaba, esa bruja adicta a la coca light seguro que gastaba más que yo. La otra solución, comprarlos sin receta resultaba demasiado onerosa para mi cuenta de resultados por lo que opté por el mutis, cosa fácil porque pertenecía a la generación SIN. Sin papeles, Sin IVA, Sin seguro.

Un tiempo después, algo desorientado en lo laboral me apunté a un curso del INEM con un futuro prometedor. ANALISIS Y ELIMINACION DE VIRUS PARA GRANDES SUPERFICIES. ENTORNOS OPERATIVOS:  V.I.M., A.J.A.X. y Z.O.T.A.L. Cuando vi que el material que suministraban no era un ordenata Ultimate Generation sino un mocho del tamaño de una jarapa alpujarreña, me empecé a mosquear. Después de un mes de aprendizaje y viendo que se me resentía la riñonada abandoné el  curso con gran disgusto de mis tutores que me obligaban a hacer prácticas en sus respectivos domicilios. No hay mal que por bien no venga. El pausado movimiento circular que imprimía al friegasuelos me dio una pericial sin igual para menear la masa de los churros, algo fundamental para conseguir una textura sedosa. Ahora mismo he montado un negociete de venta de churros y  porras calentitos por la internete  pero hay un problema que tengo que resolver. Para conservar el calor pongo una base de serrín de encina al que alimento con un chorrito de alcohol. prendo una esquina y eso dura días a temperatura óptima pero no encuentro agencia que me lo transporte porque dicen que ahumo las demás mercancías. Bobadas, pienso yo. ¿Acaso no es más caro el salmón ahumado que el fresco? Pues lo mismo que las naranjas, coño, y es que no tienen visión de negocio. Si alguien me puede dar una solución apañada de precio será bien recibida. Si es que alguno conecta  porque después de tres años de maco epistolar esto estará yermo, como el flis de mi portera.
Bye