viernes, 21 de diciembre de 2007

DEDICADO A VOSOTROS

Estimados lectores y amigos.

Afronto estos días que llegan con la misma energía que gasto para lustrarme los zapatos. Prefiero un zafarrancho improvisado a la enfermiza costumbre de la comilona porque sí. Odio el marisco obligatorio, el feroz besugo de mirada turbia que como con desgana de saciado y el asado en despropósito que acompaña a esas cenas pantagruélicas a las que asisto como acólito, que no como presbítero.

Manejo bien los cubiertos y conozco su posición en la mesa, pero a veces me pierdo cuando en una mesa de ocho, hay que suministrar para el doble sin perder una pieza de las muchas que se necesitan por comensal. Enfrío cavas al relente nocturno y sirvo las copas de gas pajizo con la misma soltura que pelo los langostinos de piel adherida, es decir, ninguna.

Colaboro en lo que puedo, pero me escabullo como un pobre que se encuentra un billete de quinientos cuando en la cocina somos más de dos y me doy un garbeo de incógnito con el cuello subido como un dandy, la bufanda por los ojos y el almax preventivo rechinando en las muelas, como si fuera de escayola.

Al pasar las fiestas en localidades pequeñas en las que no vivo el diario, los parabienes de los anónimos conocidos o desconocidos me descolocan un tanto, no por tener que corresponder, sino por la sensación de que esa felicitación espontánea encierra un estribillo de mazapán, tostado por fuera y blando por dentro, que tiene la fecha de caducidad impresa en el código de barras del belfo que te besa. Devuelvo sonrisas de galán con profidén mientras les deseo lo mejor antes de preguntar a mi cuñada: ¿Pero quién coño es esa?

No sucede lo mismo en la intimidad de mi cuarto. Si hay algo en el 2007 que me haya proporcionado satisfacciones, es este blog. Hay personas que se han incorporado a mi vida como esos gatos callejeros a los que invitas a un plato de leche tibia y con dos lametazos en la cara, te conquistan los entresijos y los consideras amigos de toda la vida, pero sin más contacto que la falta de adhesivo. Solo escritura, emociones y una ensalada templada de admiración y algunas gaitas hasta el punto que sus ausencias trascienden la luminosidad de la pantalla y te preguntas por su salud, te imaginas su cara febril en la nebulosa de unos vahos de eucalipto o les ves despachando un caldero de arroz con bogavante en un chiringuito levantino al lado de una botella de Terras Gauda.

Es esa complicidad gratuita la que hace que me sienta querido por fantasmas luminosos que, lo mismo que el agua con el que enjugo las lágrimas, me refrescan y me consuelan, me animan y me sorprenden con un juego sin reglas en el que se combinan el talento, la destreza y sobre todo, la buena voluntad.

Dado que mañana me largo por unos días, solo deciros que he disfrutado de vosotros y con vosotros como un hurón en una conejera. Que el año que viene sigamos juntando palabras y fotos, vídeos y experiencias en este mundo virtual que para mí no lo es tanto y que la felicidad que os deseo de corazón, sea tanta como para contarla por arrobas.

Creo haber dicho que casi no bebo, y es cierto, pero en las ocasiones que lo merecen me deleito con un buen trago. Para esta ocasión abriré una botella de un cava chapó, de esos de precio indecente, que beberé en la intimidad de mi refugio a vuestra salud.

Va por mis amigos. Uff. Algo cayó en el ratón. Don´t worry, lo secaré en la tostadora.

sábado, 15 de diciembre de 2007

EL ENTRECEJO CIRCUNFLEJO

Andaba quedo de mosca y salí de casa con la intención de encontrar en la calle menos frío que en el yermo hogar. Al pasar por el auditorio encontré una entrada de patio y entré al concierto con esa desgana que me daba escuchar una sinfonía de Bruckner, donde las orondas tubas acompasaban sus estreñidas notas con la potente vibración de los timbales, que en días como el de año nuevo se me incrustaban en la frente como si el estruendo estuviera comprimido.

Acudí en varias ocasiones al baño donde, además de aliviar mi resaca en el lavamanos, fumaba con una mano y con la otra espantaba el humo que me hacía formas de centollo y pastillas de alka selktzer.

En esas estaba cuando entró un espejismo veloz con la evidente intención de restar de su cuerpo aquello que le oprimía. Escuché una voz que venía del fondo de la estancia implorando papel. Le iba a pasar el librillo de smoking cuando me percaté de lo inusual de la petición y rebusqué en mis bolsillos hasta encontrar un paquete de pañuelos, tan arrugado como los condones de mi cartera. Lo lancé al hueco ocupado y recibí un gesto de agradecimiento ahogado por un vibrante eco que me sonó a bombardino. Ya en mi sitio, un tipo de marengo me sopló al oído una invitación a un oscuro palco a modo de agradecimiento.

Un tio muy raro me habló de los progresos del AVE y de lo caprichoso del terreno que le engendraba oquedades en contra de su voluntad. De la sanidad excelente. Su idea de la nueva España, de muchos países en uno y uno en todos que yo interpreté como unos conjuntos disjuntos cuya intersección era el conjunto vacío . De los pobres de clase media y plasma en el salón, de los inmigrantes musculosos de prole renovadora.

Me solicitó opinión y le comenté que llevaba en paro desde Marzo, que esperaba hace meses una operación de rodilla y que me diera currelo que andaba como huérfano.

Cuando aquello terminó, se levantó para aplaudir. Fue entonces cuando ví en su cara el entrecejo circunflejo^^. No había duda. Mi anfitrión era el mismísimo ZP.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

EN LA COLUMNA DE UMBRAL / 101

EL INSTIGADOR


La muerte de Francisco Umbral ha dejado dos huecos en mi vida. Uno en la estantería porque un libro suyo ha pasado a mi mesilla donde se encuentran los libros importantes y otro en el periódico EL MUNDO donde escribía su columna que tantos placeres y algunos sinsabores me proporcionaba.

Mal asunto para Pedro J. este de sustituir a un consagrado por otro que sepa mezclar con acierto, la prosa de un gran escritor y la puntería de opinar a diario sobre los acontecimientos cotidianos. Para ello ha invitado a una serie de periodistas y columnistas que, desde su criterio, puedan ocupar algún día el espacio que Paco dejó. Algo así como un concurso-oposición donde los plumillas desenvuelven su mejor literatura y dan su particular visión de los aconteceres diarios en el privilegiado espacio de la última página, que para mi es siempre la primera.

Son 100 los invitados a concursar por el puesto y como podéis imaginar no soy uno de los candidatos, pero eso no tiene importancia. Yo tengo mi propia publicación y me invito con el número 101 para que no haya sospecha que me considero alguien capaz de afrontar semejante reto.

Mi única razón para cometer tal atropello reside en algunas conversaciones que mantengo con lectores de mi blog que me piden un cambio de estilo y que “me moje”, vertiendo mis opiniones que ellos consideran acertadas y que para mí son reflexiones de bar poco fundamentadas pero, quizás, bien contadas. Algo así como el periodismo de ahora que, salvo excepciones, no basa la noticia en un estudio previo que la otorgue credibilidad sino que la criba en un cedazo donde sólo se caen los guijarros que les molestan y quedan expuestos a la luz de la pretendida veracidad, aquellos que satisfacen a su amado patrón. Eso que se llama la línea editorial del periódico.

Después de varios lustros leyendo prensa a diario, he de reconocer que evito la información que proporcionan más del cincuenta por ciento de los columnistas habituales, tanto de la zurda como de la diestra y leo con recelo de conejo a otros tantos que deslizan algunas zanahorias envenenadas de vez en cuando.

Así las cosas, aunque gasto de largo en publicaciones, mi lectura es cada vez más breve. Almaceno periódicos que semanalmente descargo en el contenedor de reciclados, no sólo con la intención de devolverles una vida nueva, sino esperando que en la barriga oscura del depósito azul se produzca una fermentación que depure, además de la celulosa, la insidiosa información de aquellos periodistas consagrados por una prosa hábil pero alejada de la noticia sin contaminantes partidistas.

Hace poco que escribo, en Abril hará un año y aunque soy un flojeras inconstante, he encontrado una afición deliciosa que me permite mezclar fantasías obsesivas con realidades abrumadoras en un ejercicio tan beneficioso para mi alma como si del mejor confesionario se tratara, eso si, sin la atosigante obligatoriedad del sacramento divino ni la penitencia culposa del que junta palabras como forma de sustento.

Obligado por la causa de no mostrar mis cartas y poder caer, de esa manera, en mis propios partidismos, he elegido el relato inventado como forma de comunicación con el exclusivo propósito de entretener. Se que hay algunos que no entienden mi postura de no exteriorizar mis opiniones y sentimientos con el fin de conseguir, tal vez, un aumento de la clientela, pero me conformo con lo que tengo. Una palabra de aliento es suficiente para halagar mi vanidad y comprender que el ejercicio de escribir a fondo perdido es más gratificante que hacerlo bajo la turbia mirada estrábica de un patrón que mire en el mismo acto, la prosa desajustada de un novato y las teclas de una caja registradora que suena como el Money de Pink Floyd cada vez que se publica un escrito amañado, en el que la autocensura democrática es tan peligrosa como la anterior, pero eso si, alabada por nuestra bendita constitución.

No te molestes, Pedro J. Mañana publicas el 96 y ya te queda poco para decidirte, pero no cuentes conmigo. Prefiero a mis escasos fieles lectores que escribir mis devaneos en tu púlpito catedralicio. Eso sí, de los 100, solo merecen el puesto una docena, el resto, caca de la vaca.