sábado, 5 de diciembre de 2009

UNA HISTORIA INACABADA

Hacía años que no veía a Ramón. Le recordaba pálido y desaliñado, escaso de carne pero no excesivamente delgado, con la cara marcada por los años de tensión en la lucha sindical, ojeras color berenjena semiocultas por las lentes de las gafas bajo unos ojos sagaces y brillantes, cuando los rojos creían firmemente que eran peones de brega dispuestos a inmolarse en el trullo y que si les encarcelaban llegarían otros iguales para seguir hasta que aquello reventase o se consiguiera el objetivo.

En la tertulia del Jueves hablamos mucho de gastronomía. La política pasó a la historia porque defender ideologías era tan aburrido e inútil que estuvo a punto de acabar con las reuniones y los temas candentes de actualidad no daban más juego que el chascarrillo insustancial y esa burla indecorosa que los agnósticos utilizamos para relativizar la importancia de las cosas. Cuando te reúnes con gente que solo disfruta de cosas tangibles, como las tetas de una dama o un habano de fumada larga, la comida y la bebida son temas recurrentes que dan mucho de si. Todas las semanas, de siete a once, corren la cerveza, el whisky y algunos botellines de agua para hígados acartonados en vía muerta que han preferido el tedio de la longevidad incierta a la cornada de burro que supondría seguir metiendo alcohol en las venas. Así, cada uno dentro de sus posibilidades, presenta las novedades que ha visitado durante la semana, se revisan viejos templos que antaño fueron de primera para ver si han perdido fuelle y se examinan platos y vinos con la exquisitez y puesta a punto de una liturgia.

- El otro día fui al nuevo bar de tapas de Paco Roncero, en la plaza de Neptuno. Calidad excelente y buen precio. Debéis ir antes de que se llene porque entonces bajará la calidad y subirán los precios, dijo Ernesto. Cuatro platillos maravillosos y una botella de cava gran reserva por cuarenta euros es un regalo. Seguro que está promocionando el local porque si no es así, no le encuentro explicación.

Conociendo a Ernesto, era una apuesta segura. Cambié la cita del Martes y le propuse a mi cliente vernos allí. Prefiero una comida ligera en las mesas alrededor de la barra que el tostón del restaurante formal donde todo se aplaza hasta los postres y acaba sin resultados cuando de la botella de armagnac no queda ni para flambear una pularda.

Llevábamos una hora entre bocados deliciosos, casquería emocionante junto a sorprendentes combinaciones de sabores y buenos vinos , cuando le vi entrar. Su aspecto había cambiado, no así su peso ni sus facciones que seguían manteniendo el porte progre enfundado en un gabán caro de pelo largo y esa mirada sagaz que ahora buscaba entre la multitud una cara conocida o un saludo a mano alzada que le indicara la ubicación de su acompañante. Pasó a mi lado sin mirarme y se sentó junto a una señora elegante de piel blanca y hermosos ojos negros. Como suponía, mi reunión no llegó a nada definitivo y pasado un rato que se me hizo interminable, llamé al camarero para solicitar la factura mientras mi cliente salía apresurado a coger un taxi. No sé si reconoció mi voz o fue algo instintivo pero se volvió y nuestras miradas coincidieron dos segundos eternos hasta que levantó la cabeza y dijo:

- Fabián. ¿Porque eres Fabián, no?
- Si Ramón, el mismo. Hace tanto tiempo..
- Me alegro de verte.¿Tienes prisa?
- Toda la tarde libre; diría más, toda la semana libre.
- Despido a esta dama y te invito a una copa.
- Te estaré esperando.

Las últimas noticias que tenía de él eran que dejó la política en el momento en que Felipe ganó las elecciones. Después de una transición muy dura y haber pisado Carabanchel en dos ocasiones, alguien del sindicato cortó su meteórica carrera y le relegó a un puesto como figurón sin competencias ejecutivas. Hicimos una cena en su honor para entregarle una placa pero no se presentó. Le llamé decenas de veces y no contestaba al teléfono, fui a su casa y parecía vacía. Nadie supo más de él hasta que el tiempo borró su recuerdo, pero yo seguí confiando en que volvería a ver a Ramón, mi gran amigo.

Le vi salir con la mujer de ojos negros y besar sus mejillas . Entró en la sala con la mano por delante adelantándose al apretón que me quería dar, pero no sucedió así. Evité su mano y me refugié entre su abrigo y sus huesos con el abrazo hondo y cálido que sólo se da a un padre o a un camarada. Fue un minuto de calor intenso y emociones reprimidas, el resumen del cariño que nos profesamos y tanto añoraba.

- Ramón, compañero, te encuentro muy bien.
- Yo a ti también y eso que han pasado venticinco años.
- Cinco largos lustros. En esta ocasión no parece que fue ayer.
- Vamos a sentarnos. Tenemos mucho que contarnos.

Pedimos unas copas y parecía no saber por donde empezar. El salón semivacío agrandaba los silencios y los ruidos de los camareros recogiendo las mesas daban un tono de realidad a un encuentro que exudaba emociones y recortaba las palabras. Le rogué calma y que se remontara al ochenta y dos.

Encendió un cigarrillo rubio, tomó un sorbo de ron y comenzó el relato.

Todos en el sindicato esperabais mi presencia en la cena que me organizaron Gálvez y Trujillo. Después de tanta lucha aquello me pareció una fechoría. Era como si a un bravo militar, después de una guerra, le pusieran una medalla y le enviaran a un despacho. Si acudía a la cena estaría dando por hecho que aceptaba resignadamente el puesto y sería un culo encima de un sillón de cuero. Yo no quería semejante cosa. Me estrujaron y me lo querían agradecer con un sueldecillo vitalicio de lameculos, así que decidí dejarlo todo, cerrar mi casa y marcharme a algún sitio donde me sintiera útil.

Estuve de temporero varios meses, subí a la vendimia francesa, de allí a Alemania con un contrato en la construcción y más tarde a Suiza donde encontré la paz necesaria trabajando en una panadería. Aprendí el oficio, incorporé nuevas recetas y compré un viejo horno en un pueblecito de montaña. Al calor de los panes calientes, en la soledad de las noches gélidas de los Alpes, olvidé mis rencores y comprendí que la felicidad no se alcanzaba con el cargo sino con la satisfacción del trabajo bien hecho. El negocio prosperaba por la afluencia de visitantes y tuve que contratar personal. Nadia, una muchacha polaca me ayudaba en la tienda y Tarik, un recio turco amasaba los bollos mientras yo me concentraba en encontrar nuevas texturas. Comencé a importar harinas de diferentes lugares para experimentar. Esa vez mezclé harinas castellanas y griegas de diferente fuerza, añadí levadura madre que se hacía querer lentamente en la fría alacena y dejé fermentar la masa cerca del horno hasta que triplicó el volumen. Aquello parecía un pan globo, hinchado, áspero y tan lleno de aire que parecía que iba a estallar.

** Continuará

miércoles, 9 de septiembre de 2009

RESOLUCION

Esta mañana, en la sala de un velatorio, con la trapa de su mirada recién echada y el sillón de cuero ardiéndome en el culo, decidí seguir entre vosotros.

Cambié el asfixiante aire acondicionado por la fresca calima africana del mediodía. Busqué sombra en un banco al pie de una farola y allí, en esa media distancia que hay entre un sofoco y un alivio, vi a aquellos a quienes de verdad nos importaba el muerto y pensé que ese puñado era una turba. Nunca tan pocos abultaban tanto ni los susurros eran tan ruidosos.

Vosotros, mi multitud, me habéis animado a seguir y así será. Sacaré de la caja las herramientas que lo controlan, dejaré de mirar la procedencia de mis huéspedes y haré de mi blog un disfrute sin más obligación que no tenerla, pero dejadme empezar de cero.

Soy un vago miserable. Me cuesta esforzarme y lo que escribo me desazona. No es literatura, es un estilo de ser. Espero que no me tengáis en cuenta la abundancia ni la escasez.

Vuestro afectísimo.

Martín

domingo, 3 de mayo de 2009

REFLEXIONES

Algo más de un mes alejado voluntariamente de mi blog y alrededores. Resulta que un día, no sé cómo ni por qué, decidí dejar de escribir en este cubículo. ¿Desilusión? Seguro. Si algo en lo que pones parte de tu alma no progresa, termina por agotar. Quizás he puesto demasiada fantasía en esto. Prestidigitador de mis estadísticas, asumía como estancias, rápidas pasadas por la meta hasta que San Google me lo explicó. Aquellos que llegan a tu casa, son, la mayoría, hijos de la nada. Engordan tus gráficos de calorías vacías, como el alcohol. Llenan la panza pero no alimentan. Visitantes de verdad, de los que leen tus desvaríos, tienes muy pocos.

Renegué del medio porque daba todo lo que podía. ¿Acaso se puede pedir más al que lo da todo? Depende del objetivo. Si el objetivo es pasar por la vida como uno más, no. Claro que no. Pero en mi connivencia con la vanidad del halago pasaba las semanas en el limbo de las 25 visitas diarias como si fuera el objetivo a llegar. Y lo conseguía. ¿El último fin? Escribir en otro lado. Llegar a más gente, más visitas, más posibilidades de que alguien te diga. Tio, eres bueno, escribe para mi.

Cuando supe que los habitantes de mi blog pasaban por mi casa con la indiferencia de un lerdo, me enfadé. Terriblemente. Los buscadores mandan tráfico muerto, igual que la gente que pasa delante del escaparate de una relojería. Desde dentro tienes la sensación de que miran, pero pocos entran y menos aún compran.

Todo ello por pretender mejorar. Antes contaba historias, ahora quiero contarlas bien. Para ello, y sin una cultura lingüística, siendo un pésimo lector, arbitrario y poco dado a seguir el rumbo de lo establecido como bueno, lo que antes era pan comido se ha convertido en un galimatías en el que no sé si lo que escribo está bien o es una puta mierda. Quiero que quede constancia que he leído escritores consagrados que escriben mucho peor que yo, y que he leído en los alrededores de este blog, relatos magníficos que merecerían estar en los altares de la literatura.

Hay dos cosas que me apetece hacer. La primera, felicitar por su blog a mi querida Aliere, y decirla que acepto el reto y contestaré a su meme. Es tal la putada, que se me erizan los vellos pero cumpliré. La segunda, por mi querido y admirado Gustavo Tisera, que me sugirió que rematara el último post. Lo haré con el mejor humor que pueda.

Para terminar, deciros que no sé si el instigador seguirá instigando. Lo más probable es que no, pero con total seguridad, Martín seguirá escribiendo. Si alguno quiere seguir mis andanzas, encontrará la manera de hallarme porque yo seguiré visitando su casa.

A los que reciben mis relatos por email, que no se preocupen. Los seguirán recibiendo aunque cambie de nombre, de estilo o de sexo. Hasta que me manden directamente a la carpeta de spam.

Besos y abrazos para todos.