lunes, 10 de junio de 2013

ANUNCIOS POR PALABRAS


HOGAR

Cambio lavadora automática sin estrenar por lavadora manual que no esté demasiado sobada. Imprescindible buenas tetas.           REF: 88865534

Vendo lavavaginas procedente de regalo de boda por no usar. AEG Aqua-sensor del 2013. Difícil meterse dentro porque está lleno de hierros y cuando lo consigues no se puede acceder a los botones. Me apaño mejor con el bidé. Barato Barato. REF: 237655455

Cambio bicicleta de montaña sin estrenar por otra de playa ya que vivo en Matalascañas.  REF: 196455432.

Vendo horno pirolítico porque se me achicharran los alimentos. Es poner la pirólisis y chaf, todo sale como la ceniza de un puro. Casi regalado. REF: 776545543

Vendo mandolina (de tocar) porque los Reyes Magos se equivocaron. Yo quería una de esas que cortan  finitas las patatas. Jodé Melchor vaya tino tuviste. Ganga. REF: 777666555

Vendo cama de agua de 1,50 porque el oleaje me dificulta el coito. Ideal abstemios .             REF: 554423908

MASCOTAS  Y ANIMALES

Regalo canario flauta porque no atina ni de coña con el andante de Mozart. Ni parecido, oigan. REF: 6575898798

Vendo iguana de casi un metro, muy bonita pero con muy mala leche. De un coletazo me saltó un ojo y era el bueno. El de cristal ni lo tocó la muy puta. Inclusive a plazos. REF: 97665565652

Vendo gallo. Serio, elegante y cumplidor pero pica los huevos. He probado a entrar al gallinero con suspensorio pero lo atraviesa con los espolones. Amoratados los tengo. Ideal acojonados o mujeres con pelotas. (coraje, leñe).  Buen precio.     REF: 888676763

Encontrado animalito, color rosa  entre calles Trafalgar y Lepanto. Tamaño melón japonés. No come. Le abrí la boca con esfuerzo y me soltó una pedorreta. Le hice el boca a boca y recuperó la salud pero cada vez está más mustio. Si en unos días no aparece el dueño le tendré que poner la indición letal. Urgente. REF: 678969813. (Foto a pie de página)
 

AMISTAD

Gay 25, activo, resultón,  busca similares con objeto de ampliar círculos amistades . Si se ponen pesados también dejaría que me ampliaran el mío, pero sin pasarse que me duele que rabio. Ojete estrecho, qué se le va a hacer. REF: 767662356

19 Gótica querría amistad con Románico (de Roma) para intercambio de lenguas. Abstenerse halitósicos o con prótesis removible. REF: 85127552

Marino mercante, 39, chulazo, aseado. Calibre del 22 con cargador de 5 tiros, busca amor en cada puerto, aunque sea de montaña. Con la crisis me han bajado el sueldo y no hay forma de patrocinarme el puterío. REF: 878378784

Masoca, 33,  busco dominanta que me ponga las pilas. Tensión máxima 220 Volt.  a 370 se funden los plomillos de los empastes y se me sueldan los molares. Abstenerse profesionales de lanza térmica, electricistas sin experiencia o reponedoras de petardos en mascletás.   REF: 8886752375

Choni reconocida. 37, busca chatarrero para vender al peso 189 piercings por problemas económicos. Los del chichi me los quedo porque con el meneíto del triquitriqui se oyen las campanadas del Big Ben y queda vacilón. REF: 243676246

Monosabio, trucha total busca picador para corridas sin público. Se ruega no acudir a cita con la vara y el castoreño. Canta mucho. REF: 6556465632
 
Busco pobre que no desprecie las monedillas de cobre, que no mire de reojillo cuando se las das y que hace que para soltarlas tengas que meterlas entre las doraditas de 20 y 50. Es que la caridad me sale por un pico.  REF: 623657532
 
 
 
 
 
 

martes, 28 de mayo de 2013

EL SASTRE ITALIANO


Andaba yo paseando al perro que llevo dentro. Sucedió un domingo después de una fatídica carrera de fórmula 1 donde las cosas se torcieron tanto que obvié las dos últimas vueltas y salí del bar con la intención de reponer fondos y andar unas manzanas para aliviar mi creciente cabreo. Retirado algo de efectivo en el cajero de mi barrio, justo en el momento de guardarlo en la cartera y  todavía frente a la pantalla que indicaba mi mal estado financiero, alguien a mi espalda solicitó mi ayuda. Volví la cabeza y vi a un hombre algo nervioso que con intenso acento italiano me pidió que le indicara como salir hacia la carretera de Barcelona. Me acerqué a su coche y noté que tenía la cara mazada a golpes con especial relevancia de un ojo a la virulé en tonalidades que iban del negro sotana al morado nazareno dentro de una procesión de ocres al más puro estilo del Greco. La manera más sencilla de orientarle era que diera la vuelta por la calle que bajaba, tomara la dirección contraria y girara por una gasolinera cercana que le encaminaría irremediablemente a su destino. Se negó alegando que estaba prohibido  y que a los extranjeros se les exigía el pago al contado de las sanciones y no tenía dinero pues había sido atracado. Convinimos en que solucionara el entuerto en una rotonda más abajo y me tendió la mano en acto de agradecimiento. El apretón pareció sincero pero se alargaba en el tiempo mientras me contaba que había comprado un Rolex en una tienda, que al salir tres desalmados le atizaron candela al punto de tener que acudir a un hospital donde estuvo ingresado dos días. Me enseñó una bolsa de papel repleta de pastillas, una máquina para medir la glucosa pues era diabético y alabó mi natural elegancia, cosa que me extrañó pues la chaqueta que llevaba en ese momento, aunque de buena factura, arrastraba varias temporadas. Al comentar que no era para tanto me dijo que era sastre, adivinó mi talla y continuó el dicharacho alegando que estaba en España como colaborador de una tal Ferragamo cuya colección se había presentado en un reciente desfile de moda.

Solicitó de nuevo mi mano en actitud llorosa y  en acto de agradecimiento me ofreció gratis una chaqueta de piel que casualmente llevaba en el asiento de atrás y encima era de mi talla. La prenda en cuestión colgaba de una percha de baja estofa y estaba envuelta en un plastiquillo de tintorería que no correspondía a la calidad que pregonaba y cuyo coste superaba los tres mil euros. Tanto se empeñó que cogí la prenda aunque no conseguí palpar el material, no tanto por si misma sino para que me soltara la mano que sujetaba con firmeza por segunda vez. Alabó mi caballerosidad, las buenas relaciones de hermandad entre países hermanos y remató el discurso brillante de emociones con una petición irrechazable. No tenía dinero para la gasolina necesaria con que llegar a Barcelona donde tenía familiares que le prestarían  para regresar a su amada Italia. Una bicoca. setenta euritos que le daría para todo el periplo incluido lo suficiente para una comidita que le evitara la hipoglucemia tan temida por los diabéticos y que produce sudoraciones, mareos y desmayos imprevistos.  He de reconocer que fue un segundo de perplejidad hasta que deposité la chaquetita en el asiento delantero y me alejé a buen paso mientras el sastre italiano profería imprecaciones contra mi persona donde lo más bonito fue sinvergüenza y vafanculo.
Definitivamente le había jodido el timo pero ahora me arrepiento de no haberle dado diez pavos porque el trabajo fue tan elaborado y brillante que uno no tan precavido como yo habría caído con total seguridad.

Y es que soy de la opinión de que los buenos trabajos hay que pagarlos aunque sean de un timador que además ha sufrido un accidente laboral como el que sin duda soportó para obtener ese barroco cromatismo en la filós

jueves, 4 de abril de 2013

KALÍ


Conocí a Kalí - en realidad no se llama Kalí, pero el día que me dijo su nombre no fui capaz de recordarlo de enrevesado que era - , después de muchos  meses observándole. A eso de las diez de la noche en verano y de las nueve en invierno le veía pasar a través de la cristalera del bar donde suelo ir casi todos los días, un cafetín con veladores de mármol donde tomar una copa de vino sin el fastidio del fútbol  que hacía que estuviera semivacío los días de partido, es decir,  casi todos. Puntualmente pasaba con dos maletas enormes, una negra y otra roja y las dejaba a la vera de un banco en la parte final de una plaza ajardinada, casi al borde de la carretera. Se alejaba y volvía a los diez minutos  con otro maletón y un haz de cartones impecablemente doblados, otro de plásticos y una bolsita de mano donde supuestamente guardaba las provisiones. Ya anochecido empezaba a montar su pequeño campamento,  su negrísimo rostro se confundía con la noche y solo podía seguir sus movimientos por el color de su ropa algo ajada pero siempre limpia, sin ninguna mancha visible.  Cuando salía ya estaba instalado en su cajón de frigorífico con la cubierta de plástico perfectamente encajada, sin resquicios por donde pudiera entrar el agua. Yo me sentaba en un  poyete frente a él, a escasos veinte metros,  y observaba la luz de una pequeña linterna  alumbrando en su interior por las ventanillas que usaba para la aireación..

 Cierto día de llovizna suave me atreví a pasar cerca de su cubículo. La luz interior se movía a intervalos regulares como si realizara un trabajo rutinario. Al pasar miré al interior sin disimulo y a través del ventanuco, acostado en una fina alfombrilla sobre las lamas de madera del banco,  vi que estaba leyendo un libro grueso de aspecto amarillento. Notó mi presencia, miró hacia mí y desvió inmediatamente la vista hacia su lectura. Le deseé buenas noches y me contestó con otro saludo igual que sonó con un eco extraño que me recordó al que sale de una cueva.

Llegó la primavera y apetecía salir a la terraza de aquel bar. Una noche cualquiera con la luna espléndida, cambió su ruta y pasó delante de mí. Fue el primer saludo cara a cara que intercambiamos y después, a diario, alzábamos las manos en silencio en un gesto de complicidad muda.   No se le conocía relación alguna con la gente del vecindario, no tenía compañeros de miseria con los que compartir la tristeza que emanaba de su cara, tampoco fumaba ni bebía. Era un solitario bien encarado, un hombretón de enorme envergadura que parecía llevar sobre sus hombros un peso enorme muy superior a la carga que podría soportar de acuerdo a su físico.

Una mañana bien temprano pasé por la plaza, le vi recogiendo los enseres y decidí esperar para ver hacia dónde se dirigía. Tomó la calle principal y al llegar a una plaza se desvió por una callejuela poco transitada. Disimulé como pude y doscientos metros más abajo llegó a un portal, llamó a un timbre y la puerta se abrió. No había pasado un minuto cuando estaba de nuevo en la calle, ya sin equipaje. Entré en una bar a tomar  un café mientras pensaba si hacía lo correcto inmiscuyéndome en su vida cuando volvió con el resto de los bártulos. Acabé la taza y me coloqué a una distancia prudencial en la semioscuridad anterior al alba. Caminamos un rato  y llegamos a su destino: una panadería donde se situó en la entrada. De una bolsa de plástico sacó algunos ejemplares de la farola y ahí, de pie, pasaba la jornada esperando una limosna que le llegaba sin que la pidiera. Se limitaba a saludar a todos los clientes y como pude observar mucha gente le depositaba unas monedas de la vuelta de su compra, respondía con un agradecimiento de acento incierto y mostraba su mejor sonrisa de dientes blancos, algo desencajados. Compré pan y la salida le di unas monedas y entablé conversación.  

- ¿Cómo te llamas?

Respondió algo ininteligible en un idioma que supuse africano.

- Pero todo el mundo me conoce por Kalí.

- ¿Qué tal el negocio?

Me miró como si no entendiera la pregunta. Lo más probable es que no conociera el significado de la palabra.

- ¿quiero decir si consigues suficiente para vivir?

- El hotel es barato, ya sabes, dijo con sonrisa pícara,  y como suficiente para vivir.  Aquí me dan el pan gratis y consigo algo más si ayudo a las señoras a subir la compra o sujeto  la correa de los perros mientras les atienden. No me puedo quejar.

Todos mis intentos para proporcionarle comida fueron inútiles, ni siquiera una bolsa de detergente para lavar su ropa. Cambié mis hábitos y casi a diario me acercaba a comprar el pan en aquella tahona que me obligaba a andar más de lo acostumbrado pero  que me posibilitaba acercarme a ese ser hermético. Cierto día vi que una señora le daba una lata de cocacola fresquita que aceptó con regocijo. La abrió con premura y sorbió el líquido con gran satisfacción. De su bolso de mano sacó una bolsa de patatas fritas que comió despacio, deleitándose como si fuera un manjar exquisito. Al filo de las 3, cuando llegaba a hacer mi compra le obsequiaba con un lata y un paquete de papas que compraba en el chino próximo. Era el momento de su descanso después de toda la mañana en pie. Nos recostábamos en cualquier coche que estuviera aparcado y allí, entre el olor del pan recién horneado me habló de su tierra yerma, de las luchas tribales que diezmaban la población en horrendos crímenes, de niños soldado asesinos por unas monedas o una botella de licor, de aquella novia orgullosa que prefirió el tiro, el machetazo o la violación atroz en vez de dejar su tierra. De su caminata desde el centro de Africa hasta el mar. De las interminables jornadas en la patera. Del sufrimiento de arrojar por la borda los cadáveres de compañeros de viaje, de su llegada a Cádiz, de la huida para no ser recluido en centros de acogida, de las duras  labores del campo primero, y de la construcción después donde destajaba para sacar algo más, de la pérdida del trabajo y de su condición actual de mendigo involuntario. De aquello me hablaba ese hombre de mirada triste y sonrisa de ángel negro, hasta que desapareció como llegó.

Nadie conoce su paradero. Recorrí el barrio y sus parques, llamé al timbra de aquella casa donde en algún cuartucho le permitían dejar el equipaje y nadir me supo dar razón. Supongo que se habrá mudado de ciudad, quizás de país en busca de un trabajo que le permita ofrecer a aquella mujer que tanto añoraba una nueva casa, un rebaño  y una familia.

Ahora comprendo por qué  dormía cerca de la carretera en vez de hacerlo en un lugar más tranquilo y menos ruidoso de aquel parque. No quería perder la consciencia de que su destino era incierto y temía acostumbrarse a su mísera condición y vegetar hasta la muerte en una suerte de acomodo letal que le hiciera perder sus sueños.

Te deseo lo mejor, Kalí,  aunque no pierdo la esperanza de volver a verte alguna mañana y tomar una lata y una pequeña bolsa de patatas mientras charlamos de un futuro mejor, en tu caso,  uno inmensamente mejor.