miércoles, 18 de diciembre de 2013

OTRA DE PELMAS



Hace tiempo que escribí sobre los plastas, esa gente que te hace un roto en el cerebro cuando después de media hora de monólogo no entienden que tu cara de morsa no es producida por los sulfitos del vino sino por el hastío que provocan con sus interminables vicisitudes vitales que no importan ni a dios. También conté que soy un imán para ellos, un objetivo asequible que al ver a un tipo callado con un periódico entre las gafas de cerca asumen que lees por no tener algo mejor que hacer. Es entonces cuando inician el acercamiento taimado, esa pregunta inocente sobre el bouquet del valdepeñas o si la textura  arrugada del mejillón colorao que te han puesto de tapa se debe al mal estado del producto o a una cocción inadecuada. Si respondes amablemente, dáte por perdido. Es entonces cuando su escaso cerebro desarrolla un ritmo alocado que se transmite a su aparato vocal en una sucesión interminable de  chuminadas.

Con el tiempo he desarrollado una técnica que me permite identificarlos y evitarlos pero como todo en esta vida, no hay nada que pueda saltarse al destino.

Decir que Paquito cose para la calle no sería faltar a la verdad en ninguna de las dos acepciones. Un tipo calvete, delgaducho y pelma irrecuperable, bien conocido en el barrio  por sus asaltos a lengua armada era el tipo a evitar. Durante años le mantuve a raya pese a sus múltiples ataques en todo tipo de situaciones. De sus variopintas ocupaciones, paseante de perros, operador de limpieza según su argot, vamos..que saca  cubos de basura, portero de Domingo, la que más le satisface es la de modistillo. Lo mismo te mete un bajo que te cose una cremallera, te apaña un agujero en el bolsillo que te hace un culo de pollo para subsanar el roto en aquella chaqueta que se te enganchó en el picaporte del bar cuando habías tomado unos vasitos. 

Cierto día fui invitado a una cena elegante. Uno, que es voluble en el más amplio sentido de la palabra, propenso a engordes y adelgazamiento, dispone de un escaso surtido de trajes en el guardarropa, pocos pero escogidos y de diferentes tallas. Con mi optimismo natural empecé por probarme una de la talla 50. Ni por asomo entraba aquello. La 52, de la que tengo varios, me quedaba escasa de sisa y me hacía bulto en la zona del pestorejo. Por suerte disponía de uno de la 54, de aquellos tiempos en los que andaba más entrado en manteca y para mi disgusto comprobé que me quedaba fetén. Asunto solucionado. Aseo de cuerpo entero, afeitado a contrapelo, toquecito facial de Eight & Bob, una mierda de colonia más cara que el caviar beluga pero poco conocida lo que hace que las churris pregunten y algo de espuma para domar los cuatro pelos que me quedan. A la hora de vestirme se cumplió el oráculo que me indicaba que debía ser cuidadoso con la lana fría a finales de Otoño. Al introducir la biela por la pernera noté una cierta presión en el pinrel. No hice caso y el dobladillo se descosió al completo. Miré la hora, las ocho y diez. La cena empezaba a las nueve y media. Tiré de chandal, esa indumentaria que uso para estar en casa, que uno no es amigo de la violencia y los deportes son, incluido el jilé, fuente inagotable de lesiones, este último más a daños monetarios y de autoestima que musculares, pero dañino al fin. Salí a la calle esperando que la sastra de la esquina estuviera abierta, pero no. En el bar de Javi Mediomuelle no había hembra con pinta de saber enhebrar la aguja, por lo que no tuve más remedio que buscar al inefable Paquito. 

Inquieto cual musaraña me acerqué al portal, toqué el timbre y esperé contestación. Nada. Insistí y cuando me iba al chino a buscar un pegamento textil sonó la vicetiple voz del individuo.

- ¿Quien llama?
- Hola, Paco, soy  Anselmo el de Fulanas 24. Tengo una urgencia y necesito ayuda. No te llevará nada de tiempo y te pagaré generosamente.
- ¿Anselmo el antipático?
- No soy antipático, sólo algo tímido.
- No te puedo ayudar, estoy dibujando unos patrones que me han encargado para la pasarela Sivienes.
- Es coser  un dobladillo. ¿Veinte pavos?
- Ye te he dicho que no.
- Treinta?
- Cincuenta, que esto no es urgencias del clínico.
- ¡Hecho!  cabronazo
- ¿Cómo?
- Que si, que un abrazo.
- Sube y no te pongas meloso que soy blando de corazón.

Noté flojera de piernas, no tanto como aquel día recién aterrizado  del viaje de novios. Salí a por tabaco y tardé tres días en regresar. Media hora en subir quince escalones, eso era temblor y no el terremoto de San Francisco, pero aquello era diferente, me enfrentaba al mayor depredador verbal de todos los tiempos y encima.. mariquita.  Todavía tengo pesadillas. En coser tardó apenas tres minutos pero quiso que me los probara. Me negué. Insistió tanto y andaba tan apurado que me quedé en calzoncillos, unos preciosos de la sirenita  de Disney que me cayeron en el amigo invisible, algo duros de huevera pero firmes de botón con lo que evitas que se te salga la chorra, ideales para consultas médicas, celebraciones donde corre el champán, diurético y traidor donde los haya porque después de una botella olvidas lo elemental y no hay cosa peor para perder el poco prestigio que le queda a uno que salir del baño con la bragueta bajada y la mustia fuera.  La estampa le fascinó. Su primera intención fue la de tocarme el paquete para comprobar si cargaba por el izquierdo. Fue un manotazo rápido producto de los nervios pero se clavó la aguja medio centímetro. Arremetió contra mí en un furibundo ataque que interpreté  como un simulacro de kung-fu por los aspavientos y cuyo fin último era la patada huevera o el arrancamiento de moño.  Yo, con el pantalón del chandal arrugado entre los pies perdí el equilibrio y caí  cual marrano en canal encima de una mesita de  chichinabo ya que se partió cual oblea, repleta de telvas,  coronado por un plato con  un chusco de pan y medio salchichón. Fue un ostión memorable. Medio conmocionado noté un fuerte dolor en la mano izquierda. En vista de mi estado, a Paquito se le soltó la lengua y dando gritos histéricos salió al vecindario a pedir ayuda. Qué escandalera no montaría que en pocos minutos se presentaron una patrulla de la policía y cinco sanitarios del Samur. Breve inspección, camilla y a la ambulancia. De allí al hospital para reducir una posible factura. Una escayolita y un día ingresado para observar la evolución de un fuerte golpe en el tarro que me provocó un chichón del tamaño de un polvorón de la misma estepa. Atontado pero tranquilo me encontraba cuando llegó a la habitación el susodicho  para interesarse por mi estado. Le comenté que todo iba bien, que marchara con viento fresco pero, para mi desgracia, se empeñó en velar mi dolor toda la noche. Vencido y desarmado fui sometido a la mayor tortura verbal que los tiempos recuerdan. Su infeliz infancia huérfano desde niño, la escuela del pueblo, las mofas que sufrió en la mili, los patrones que dibuja, los diseños que le roban los modistos de tronío y su amistad con determinada anciana de la que piensa heredar un pisito y a la que llama cuchicuchi son los recuerdos que guardo de aquella terrible noche. Me salvó del hastío total el fuerte dolor de almendra que me produjo su soliloquio, una visita al escáner para determinar daños mayores. Nunca estuve más confortable en esa claustrofóbica máquina. Pasado el mal trago, de vuelta en casa me recomendaron una rehabilitación para recuperar el movimiento de la mano. No se sabe cómo pudo enterarse del sitio pero todos los días, a la salida, me espera impertérrito para que le convide a un vinito con limón y comerse mis tapas pues es, además, comedor voraz a esas horas previas al almuerzo, lo que sin duda le evita el gasto de hacer comida.

Me quedan dos sesiones y en vista de que no se va a olvidar de mí, he puesto el piso en venta. Me iré del barrio, aunque sea a una chabola de drogatas con tal de alejarme del peligro. Ayer se lo dije y me contestó que no me preocupara, que daría con mi paradero...y que no me olvidara de pagarle los cincuenta euros del arreglo. ¡Tócale los cojones!. Me han ofrecido un trabajo de cabo primero en Siria, al lado de los rebeldes. Aceptaré. Nada tan peligroso como el pelma de Paquito. Lo juro.

martes, 23 de julio de 2013

UN GRAN TIPO



Sir Thomas Glensire, Escocés de nacimiento y Español por decisión propia se largó de su palacio a las afueras de Edimburgo con la intención de no volver jamás. De noble linaje la única obligación que le exigía la familia era que se licenciara en alguna carrera, no importaba cual, porque se podía dedicar a la vida muelle pero con estudios.  No se anduvo con rodeos. Llamó al rector que le atendió personalmente y sin más preámbulos le espetó. Quiero saber cuál es la carrera más sencilla que se cursa en esta universidad. Examinaron durante un par de minutos las posibilidades y quedaron en que se matricularía en Buenas Maneras y Protocolo, algo sencillo pues lo llevaba aprendido de cuna pero su carácter abúlico, bastante dejado, hizo que tardara 7 años lo que podría haber hecho en 3 y eso que sobornó convenientemente al profesor de "uso adecuado del sombrero de copa" un laborista feroz enmascarado que chocaba frontalmente con su formación Tory. Cinco mil libras fueron suficientes para resolver el problema y obtener el diploma que enmarcó y regaló a su padre con la siguiente dedicatoria:

Buenas maneras, qué locura
parece y es tontería
estudiar algo que sería
natural, conservar la compostura.
Me repugna el Kilt,
Lo siento padre
y aunque el perro me ladre,
jamás vestiré bombín

Sólo tuvo un interés obsesivo: los idiomas. Dedicó muchas horas con los mejores profesores  y con esfuerzo consiguió entender y hacerse entender en Francés, Alemán y Español, además de algo de Flamenco, Danés y Ruso.  Después de visitar casi todos los países de Europa con la intención de buscar acomodo en alguno que le satisficiera,  recaló en Madrid cumplidos los 29. Aunque no lo dijo a la familia, la verdadera razón de su huida era una fatal fobia a la lluvia que le causaba sarpullido y una murria llorona que disimulaba como podía aduciendo un catarro eterno, algo así como un proceso alérgico que documentó un médico amigo  con un falso diagnóstico para convencer a la familia de la necesidad de buscar un clima soleado que le aliviara el sufrimiento sin perder la jugosa herencia.

De los Países Bajos recuerda unos mejillones cargados de nata y los aeropuertos de los que nunca salió por las borrascas , de la bella Francia unas magníficas ostras normandas que engulló en un hotel mientras pedía un taxi para salir de ese infierno tan lluvioso como su Escocia natal, de Alemania sus vinos blancos, una cerveza rubia que probó empujado por el entusiasmo del personal en la feria de Munich. No era ni mucho menos como esas ales tibias y tostadas de su Inglaterra natal por lo que la cató con recelo y de la que opinó para gran disgusto del tabernero después del breve sorbo: "pis de gato". Pasó por  Polonia, Austria, salió de naja de Copenhague donde ni pisó la calle y a Grecia ni se acercó por no saber griego, ni ganas  de aprenderlo.  Con intención de marchar a Marruecos no tuvo más remedio que hacer escala en Madrid  un soleado Mayo de 1972. Su enlace con Rabat le dejaba unas horas libres y decidió tomar un taxi que le llevara al Bernabéu, único monumento español del que tenía noticia además de la Alhambra de Granada y el Acueducto de Segovia. Aquel traslado fue para él como si se le hubiera aparecido el mismo Jesucristo. Visitó el estadio, comió opíparamente en una terraza aledaña una docena de  chuletillas de lechal que le parecieron un delicioso infanticidio, una botella de Vega Sicilia que el maître  le endosó cuando le requirió un buen vino tinto y un suflé flambeado  con el que creyó estar en el mismo cielo. Cuál sería su felicidad que se quitó la americana y se remangó la camisa hasta los codos dejando al aire sus pálidos antebrazos, cosa que no había hecho desde su más tierna infancia.  Un camarero le quiso agasajar y sabiendo su procedencia Británica le sirvió de parte de la casa un té y un whisky de malta que acompañó de una  cubitera con gordos hielos.  Sir Thomas le miró sorprendido, rechazó el té, los hielos y pronunció la frase que le haría famoso en los bares que frecuenta desde entonces. 

-  Antes bebería un whisky frio que una taza de agua caliente- 

Pagó la cuenta en libras, cosa que mosqueó al dueño hasta que miró el tipo de cambio en el periódico y comprobó que le entregaba más del doble de lo consumido, se despidió con la amabilidad de un Sir y pidió un coche que le llevara al aeropuerto. Llegó a tiempo de recuperar el equipaje antes de que embarcara a Rabat, rompió el billete, consiguió pesetas  como para comprar un auto y de vuelta al centro pidió al taxista que le llevara al mejor hotel.  Dos años estuvo en una suite del Ritz de donde sólo se ausentaba  cuando el tiempo se revolvía. Entonces miraba el periódico y ahuecaba el ala allí donde las isobaras anunciaran sol , daba igual sur que norte o centro. Aquellos viajes duraban lo que tardaba en aparecer un nublado ,  unos miserables cirros o cualquier presagio de lluvia. Compró pisos en Madrid y Sevilla y a los cinco años era una gran conocedor de gótico y románico, pintores de todas la épocas, jereces de todo pelaje con especial deleite en los olorosos aunque nunca despreciaba una manzanilla a la que siempre sobraba frio ya que perdía carácter, mariscos gallegos , carnes rojas,  asados castellanos, fritos andaluces, catedrales y ermitas... Se convirtió en una gran conocedor de este país en cinco años de holganza huyendo de las nubes.
Coincidí con él en el Arlington, una coctelería coqueta y pronto hicimos amistad.  Con el paso de los años utiliza un castellano prodigioso, lleno de matices,  pero conserva su acento británico que mezcla con algunas expresiones incorrectas, no porque ignore su buen uso sino para dar a su elocución un tono snob. Muchos sábados quedábamos para hacer alguna visita corta a poblaciones cercanas, pueblos con historia como Alcalá o Aranjuez, otras a pueblos de los que había oído hablar por tener una bodega  que prometía y que casi siempre le decepcionaban. En su viejo Jaguar, este escocés que abomina de la lluvia y del té, no así del whisky, después de dar un corto pasea, casi siempre entorno a las 12 del mediodía, hacía un alto en el camino y preguntaba con sorna. Querido, ¿No es ya hora de tomar "un" copa?  Entrábamos en cualquier bar, examinaba cuidadosamente el entorno, miraba la barra de pinchos y si algo le parecía mal, con educación exquisita se acercaba al camarero y pedía un oporto blanco, un campari con aperol  o cualquier bebedizo que con seguridad no vendía el establecimiento. Se despedía cortésmente y añadía. Verá usted, me tomaría otra cosa pero soy un ser caprichoso, y nos pirábamos raudos en busca de otro sitio donde calmar su sed. 

Hasta el momento permanece soltero, no por falta de amantes y pretendientes sino por su  rechazo al compromiso. He tenido en mis brazos muchas bellas damas que merecerían ser desposadas pero eso me obligaría a dos cosas: permanecer con ellas hasta el fin de mi vida con las alas recortadas e invitar a mi familia a la boda, lo que sería terrible para mis nervios. Me contó una noche en el Arlington que no recordaba el nombre de muchas de sus amantes pero las identificaría de nuevo por las arrugas que dejaron en la almohada. Vive solo con su ama de llaves que le limpia, plancha y cocina aunque como dice es tirar el dinero. Salgo de casa con la intención de volver para el almuerzo pero  las cosas más interesantes me suceden media hora antes de la comida. Alarga el aperitivo hasta las cuatro, tapea pequeñas porciones de diferente pelaje sin que le falte el buen jamón del que entiende tanto como el mismo Joselito y duerme su siesta hasta que la curiosidad le puede y sale de casa con el espíritu  renovado de un niño a una exposición, conferencia o su partida de bridge.  Más tarde unos jereces antes de pasar a la cena que riega con buenos tintos para rematar en alguno de sus bares favoritos, esos donde se encuentra con amigos de años, para degustar unos whiskys, eso si, siempre sin hielo. Gran tipo este escocés errante de la lluvia...y del abominable té.

lunes, 10 de junio de 2013

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Monosabio, trucha total busca picador para corridas sin público. Se ruega no acudir a cita con la vara y el castoreño. Canta mucho. REF: 6556465632
 
Busco pobre que no desprecie las monedillas de cobre, que no mire de reojillo cuando se las das y que hace que para soltarlas tengas que meterlas entre las doraditas de 20 y 50. Es que la caridad me sale por un pico.  REF: 623657532