viernes, 14 de septiembre de 2007

DIAS DE ASUETO (II y final)

Mi segundo período vacacional lo pasé en una pequeña capital de provincia de esas que dividen a su población entre los que viven dentro y fuera del recinto amurallado. En ella nací, crecí y es donde vive mi familia directa y algunos buenos amigos, de esa clase con la que no tienes que hacer planes al llegar, solo incorporarte a su vida y ellos a la tuya como si nos viéramos todos los días.

Los que tenemos la suerte de vivir en el casco antiguo vemos como la población de la zona envejece y la juventud no quiere habitar la zona, quizás por un precio excesivo de la vivienda o influidos por el afán consistorial de peatonalizar las calles, reducir las plazas de aparcamiento y poner unas normas tan estrictas y desafortunadas que rehabilitar los edificios antiguos se convierte en una tarea casi inviable. Se sabe qué hora es por el repique de las campanas llamando a misa y las defunciones no se conocen leyendo las esquelas del periódico local sino por la ausencia repetida al vermú del mediodía, a la compra del pan, a la partida de cinquillo o al rosario de las siete. Solo queda una tienda de ultramarinos, alguna farmacia y eso si, multitud de bares y restaurantes, hoteles y hostales que se han establecido a decenas para aprovechar el turismo de paso que los llenan los fines de semana.

En todos los sitios donde me establezco, aunque sea por poco tiempo, me busco una taberna alejada de mi casa, donde no me conozca nadie para pasar un rato tranquilo y poder leer el periódico, echar a la máquina a fondo perdido, chamullar con algún parroquiano o simplemente bostezar sin que nadie me cuente las muelas que me faltan. He elegido uno que se llama Alaska, maldita coincidencia. Si en Madrid visito el Wiomin aquí lo hago en el estado de los hielos. Parece que lo yanqui me persigue; consultaré con mi astróloga. El otro día estaba enfrascado con un artículo de Alvite cuando llegó un tipo de buen ver y pidió un vodka ruso en vaso bajo con dos cubitos. Tonino, el camarero se dio media vuelta, se lo pensó, esperó cinco segundos y le espetó.

- ¿Lo qué?
- Me da igual que sea stolíchnaya que moskcóscaya.

Lo dijo recalcando perfectamente los acentos. Al camarero, definitivamente se le cambió el nombre. Pasó en un tris de Tonino a Atónito.

- Yo le enseño lo que tengo y si le gusta, le sirvo y si no, hay un bar más abajo donde el dueño seguro que le entiende, que ha vivido muchos años en Alemania. Y sacaba una a una las botellas de vodka y se las mostraba al fino que negaba con la cabeza. Por fin sacó una con etiqueta verde y le dijo:

- Esa está bien. Vaso bajo y dos hielos. Solo dos hielos y deja la botella aquí mismo que tomaré mas copas.

Le sirvió e iba a dejar la botella pero se arrepintió.

- Lo de dejar la botella, como que no, que sabiendo ya que es lo que bebe, me dice: Tonino, un trago, y le pongo un trago. Lo que no tengo claro es cuánto cobrarle porque esto lleva aquí quince años desde que abrimos y jamás hemos puesto una copa.

- Hacemos un trato. Como voy a estar dos días, te doy diez euros por la botella. Si no me la termino, te la quedas y en paz.

Me miró Tonino, le hice la seña de duples y le espetó.

- ¿Pero Vd. Cree que soy gilipollas? Con ese nombre esto tiene que costar por lo menos el doble. Veinte y no se hable más.
- Trato hecho. Y Vd. Métase las señitas por el culo.

Yo, que en el foro camino de manera terapéutica, por desencajar las piernas de la silla, paseo estas calles gustando y degustando sus detalles. Husmeo en los portales, acaricio gatos negros y saludo a todos los que llevan en la cara un semblante de paz. La mejor hora para hacerlo es antes de la diez, cuando abren las tiendas de recuerdos que se llenan de excursiones del inserso que por treinta euros disfrutan de una visita, comida incluida, donde les dan unas sopas de ajo y un trozo de jalufo recalentado. Los grandes monumentos de piedra caliza han sido limpiados y blanqueados. Tengo la impresión de que al arquitecto cirujano plástico se le ha ido la mano y le han aplicado a la catedral el mismo tratamiento que le hicieron a Michael Jackson cuando abjuró de su raza. Está bien un repaso, coño, pero es que le han rejuvenecido cinco siglos.

Pasan los días tranquilos pero hace un frío que me las pelo. Este Agosto locuelo me ha jugado una mala pasada porque vengo con una rebequita por todo abrigo y necesito el tres cuartos de la mili para vivir la noche sosegada, de aquí, mi sitio.

Las cañitas en la plaza y las cenas deliciosas de viandas y compañías se acaban pronto.

Cojo mi coche y voy al aeropuerto donde me espera un vuelo para terminar los días de asueto en las islas. Tengo un contrato prematrimonial que me obliga a pasar, al menos, una semana en la playa y cumplo mi compromiso manu militari. Un hotel top stars donde pasaré unos días amarrado a una pulsera de plástico que me permite consumir a destajo comidas y bebidas, pero ya soy parco en ambas cosas, no así mi pareja que disfruta sus cervezas y sus whiskys todo agua mientras se tumba, bien en la playa o la piscina durante horas sin miedo a las quemaduras, porque el clima es fantástico. Veinte grados de noche y ventiocho por el día con una brisa ligera, como si te abanicara una libélula. Alquilo un coche para visitar la isla en un ofertón impresionante. Tres días, setenta euros. La verdad es que no me esperaba un maserati, pero al corsa que me dieron le sonaban las articulaciones como a un puto artrítico y cuando cogía los ciento diez por la autovía la sensación era la de estar conduciendo una rally en las pedregosas pistas del desierto del Gobi. Sin embargo, mi moza que tanto me regaña cuando paso de ciento cincuenta con mi auto, miraba al cuentakilómetros y no me decía nada y yo pensaba: Ahora si estoy yendo al límite.

Para un tipo emprendedor como yo, que el hotel disponga de Casino es todo un reto para una de mis formas favoritas de invertir dinero: Poca pasta, mucha ganancia. Mi tío Casiano lleva ese nombre porque su padre, una noche en que perdió hasta la medalla de la virgen de los remedios, ya sin nada y sabiendo que su mujer estaba a punto de dar a luz, le propuso al dueño ponerle a su hijo el nombre de Casino a cambio de una ficha de mil pesetas que se jugó al quince y que perdió. Afortunadamente, al cura no le pareció adecuado Casino por no venir en el santoral pero encontró Casiano que satisfizo a las dos partes. Sabiendo que venía a este sitio me advirtió: Los casinos están para ganar tu dinero. Tú vas a los casinos para ganarles su dinero, pero yo no he visto nunca suicidarse a un casino.

Acudí todas las noches y gané unas y perdí otras. Un crupier gallego, en un mano a mano al black jack y cuando yo estaba en racha me decía: Usea, que tiene tres mesas abiertas con asientos libres, estoy solo tocándome los coyons tan tranquilo y me hace trabayar apostanto lo mínimo. Y encima me está jodiendo, de Madrid debe ser Vd.

Volveré.

PD. Hasta ahora no había querido saber el número de lectores que tengo, pero la vanidad es un pecado capital. Como buen pecador he instalado la herramienta y me he quedado sorprendido. El resultado no deja lugar a la duda, pero no me deprimo. Eso es que no me publicito bien. La editorial "El Probe Miguel" me ha ofrecido una colaboración para su hoja semestral "Las miserias del necesitado". Discutimeros el money del bisnes y a chupar del bote. Bye, bye

viernes, 7 de septiembre de 2007

DIAS DE ASUETO

He disfrutado de un mes de inmerecidas vacaciones repartidas en tres lugares diferentes en períodos de 10 días.

En mi primera turné fui, como todos los años y por motivos familiares a un pueblo de Castilla-León, ni grande ni pequeño, donde conozco de vista a muchos de sus habitantes, pero me lío con los nombres porque generalmente van asociados a un mote. De esta manera, a un tal Liborio Manzámpulas, no se le conoce por su nombre y apellido. Allí se le conoce por El Gurriato, y los Gurriatos pueden ser cien diferentes. Solo si es necesario se especifica el nombre: Liborio El Gurriato, y de esos solo hay tres. A saber de quién se trata, pero ellos se entienden.

Para un urbanita irredento como yo que busca ante todo el más absoluto anonimato, vivir en un pueblo, aunque sea unos días, me hace ser cauteloso y no abrir demasiado el pico porque aquí las noticias corren como liebre delante de galgo. La última vez me corté un dedo con el cuchillo jamonero y en 48 horas me habían amputado hasta el codo.

Nada más llegar me pusieron al día de lo más importante sucedido desde mi última visita y resumiendo, todo quedó en dos nacimientos, cuatro enfermedades, una boda y cinco fallecimientos que Dios tenga en su gloria. En cuanto a los ecos de sociedad, el siempre habitual enfrentamiento entre los Corroscos y los Gorrinillos por las lindes de aquella tierra yerma, que acabará en tragedia y la apertura de un restaurante chino que no se llama La Gran Muralla ni El Buda Feliz. Simplemente tiene un cartel que pone: Restaurante Chino, para que no haya duda que lo es. Le auguro seis meses abierto, y eso teniendo en cuenta que los Chinos son de soportar mucha penuria, pueden dormir siete en una cocina de diez metros cuadrados y comer un puñadito de arroz al día. Me temo que aquí la aleta de tiburón y la salsa de ostras no van a ser de su agrado. Otro gallo les cantaría si en vez de cerdo hubieran puesto en el menú tostón agridulce. Eso podría llegar a ser una bomba. Aquí no hay fiesta sin cochino que asan ya gordito porque si no, no sabe a ná. Ellos sabrán, pero a mi si supera los cuatro kilos en canal me parece estar comiendo uno de los cerditos del cuento, ya en edad escolar y con cierto olor a adolescencia que no me gusta.

En mi paseo habitual entré en algunos bares y comprobé que, a diferencia de otros años en que las conversaciones variaban entre la política local, el fútbol y las envidias habituales, este año tocaba por unanimidad el tema de los topillos y su exterminio. No había nadie que no se hubiera cepillado cientos de las formas más dispares: A tiro limpio, a pisotones, a palos, ahogados, envenenados o quemados. Se formulaban nuevos sistemas de exterminio a cual más cruel. No hay mal que por bien no venga. Hasta las seseras más secas reverdecían imaginando trampas y putadas y ni los sudokus y los autodefinidos pudieran haber hecho tanto por despertar la imaginación del pueblo. Como siempre hay que aportar algo positivo a estas situaciones, tengo que afirmar a su favor que los roedores no son culpables de su situación y en su contra que arrasaron la huerta de Raimundo de la que me nutro de maravillosos tomates y dulces lechugas. Solo por eso salí al campo con la intención de coger a uno vivo y propinarle un sonoro capón. Vi muchísimos pero no pude atrapar ninguno. Ya, cansado y camino al pueblo encontré uno chiquitito y muertito y en él descargué mi ira. Quité una hoja a mi libreta de notas y escribí con mi boli parker que llevo conmigo desde la primera comunión. ¡TE JODES! y la dejé junto a su peludo cuerpo. Y es que a veces tengo un pronto de ira que no controlo desde aquel día que para curarme una paperas me aplicaron un electroshock. Esto fulmina cualquier virus o bacteria de cuello para arriba, me dijo el doctor, pro no habían calculado bien los efectos secundarios.

En verano, con los políticos y los periodistas de vacaciones, los periódicos los venden por gramos. Por un euro que es lo que gasto a diario en prensa, me daban: El Mundo, La Razón y la separata de ABC Alfa y Omega que todavía no sé bien de que va. Parece que, sin los jerifaltes, el país está mucho más tranquilo y todo se normaliza, como si no hicieran falta. Soy de la opinión de que todo funcionaría mejor si solo hubiera un juez de guardia, un abogado de oficio sin oficio, un cabo de la guardia civil, a poder ser sin bigote para enchironar a los hideputas y los demás trabajando o disfrutando según se lo permita su economía.

El pueblo llano es el que más satisfacciones me da. Voy paseando por el pueblo, paso por una obra y veo a un albañil con pantalones cortos y una camiseta amarilla que pone DESGUACES EL ÑARRA. Se le acerca un señor mayor con un mapita en la mano y le pregunta:

- ¿Por favor, me podría indicar donde está la Casa Consistorial?

El paleto se queda pensando un rato y dice.

- La casa por la que pregunta está saliendo del pueblo, a unos dos kilómetros, pero yo le aconsejo que si quiere buenas putas, se vaya a la capital.

Al abuelo le entró tal ataque de risa que casi se mea allí mismo mientras el paleta que no entendía nada, tenía tal cara de mosqueo que tuve que apartarle mientras el hombre se tranquilizaba.

También echo mis partidas en el pueblo. Estábamos tres en el bar de Modestín el Escurrido cuando aparcó delante el mercedes de Nino el Chatarras. Un coche demasiado grande para un tipo que no llega al metro sesenta y muy elegante para alguien poco aficionado al agua potable que solo usa para tomarse la pastilla de la tensión y de vez en cuando para elimiar el exceso de roña. Al entrar nos reta a un mus y acepto gustoso pero la fortuna en este caso no me acompaña y me toca de pareja con él. Yo prefiero el juego sosegado y el chino a chino pero Nano es un fantasma y nos pelan en media hora. A la hora de pagar, cuatro euros cada uno, que abono al momento. Nano, gran fantasma, como no podría ser de otra manera saca un billete de quinientos y Modestín, con razón le recrimina diciendo que no tiene tanto cambio y que va avasallando como otras veces y que con el cuento del billete se va sin pagar.

- Esto es lo que hay. O cobras o me lo apuntas.
- Sabes Nano que no tengo cambio de quinientos.
- Pues ya vendré otro día.

Ya se iba todo ufano cuando Malaquías, que tiene aspecto de pobre de pedir, mal aliñado pero limpio y muy buena persona, de profesión jubilado del campo, le suelta.

- De eso nada, Nano. Yo te cambio.

Y sacó del bolsillo un rollo del tamaño de un canuto de papel higiénico con billetes de todos los colores, entre ellos muchos de quinientos y doscientos. Evitó darle billetes grandes y le dió el cambio en unidades de cinco, diez y veinte.

- Y ahora paga tus deudas y si necesitas más, me lo pides.

El Nano pagó su cuenta y salió con las orejas gachas murmurando cómo coño tendría el Malaquías tal cantidad de viruta.

Y es que en los pueblos nunca sabes donde salta el conejo ni donde el topillo hace la hura.

Llegaron los programas de las fiestas patronales y comprendí que era momento para desaparecer. El saludo del alcalde, las damas y la reina de andar por casa, y el concierto gratuito de El Koala son motivos suficientes para desearles lo mejor hasta la próxima vez, cuando quizás ya no exista el restaurante chino, o sí, que en los pueblos nunca se sabe.

lunes, 6 de agosto de 2007

LOS PELMAS

Soy un imán para los pesados. Se me acercan como sinpapeles al tajo y me cuentan sus cosillas durante horas hasta que pierdo el oremus y les envío al carajo, pero ni por esas. En unos días, parece que me huelen y me encuentran con las defensas bajas y su inmisericorde relato vital revuelve mis sesos hasta que mi cerebro me manda la señal. DANGER. DANGER. POSIBLE COLAPSO NEURONAL, y salgo pitando como alma biturbo.

Yo, que soy persona que le gusta la buena compañía y una amena conversación, cosa que hago casi todas las mañanas con un vecino amigo, ando por las tardes al retortillo, esquivando plastas y plomos, miro de reojo en los ventanales de los bares antes de entrar, cambio de ruta como si estuviera amenazado por la ETA y me pongo barba postiza y peluca, como el solitario, pero sin la pistola y las ganas de matar del cabronazo ese.

Dos son los casos graves, pero hoy os hablaré de uno. A Venancio le conocí en un bar que cerró al poco tiempo. Su público se dispersó y un día me pilló y tuvimos una conversación amable. Me contó parte de su vida y yo escuché atónito como su padre murió cuando él era niño, la hambruna de la posguerra, sus miles de trabajos, que yo no sabía que hubiera tantas profesiones, y su situación actual de jubilado con pequeña pensión que gasta alegremente entre copas de Dyc y máquinas tragaperras. Hace poco tuvo suerte y le tocó la especial. Yo previendo la que me esperaba, pagué mi cocacolita con la intención de zafarme cuanto antes, pero el miserable del camarero se entretuvo hablando con otro cliente sobre si un tal Cacá era bueno o malo para el Madrid, que digo yo que con ese nombre… y me ligó de plano.

- Coño, No te había visto.
- Pues yo a ti si.
- Tómate algo que te invito, que hoy me han tocado dos máquinas.
- Gracias, pero tengo un poco de prisa.
- Ni prisas ni leches. ¿Me vas a despreciar una invitación?
- Venga, algo rapidito.

Y pasaron veinte minutos de tedio donde habló de sus hijos, que si el uno, que si la otra, que si el nieto. Me enseñó las fotos de familia y cuando me iba a mostrar una del padre fallecido hace 50 años, salté como por acción de un muelle y le corté. No sabía que excusa poner así que mi cerebro traicionero me jugó una mala pasada. Le espeté.

- Si me quieres invitar de verdad, invítame al Bingo. Pones, pongamos.. 30 euritos y si se gastan, pongo yo algo luego y si nos toca, a medias. Pensé sinceramente que iba a decir que no. Fallé.

- Una idea cojonuda. Eso está hecho.

Mientras caminábamos al antro de perversión pensé que mientras duraba la partida no hablaría y eso me tranquilizó.

Había mesas vacías pero eligió una donde se sentaban tres señoras del estilo a las chicas de oro, pero sin la abuela y algo más castizas. Le comenté que podríamos estar más cómodos en otro sitio pero sentenció: ¡Es mi mesa de la suerte! ¡Si nos tenemos que apretar, nos apretamos!

Se presentó a las señoras, besó alguna mano, entabló una animada charleta con una de ellas, pidió los cartones y empezó el suplicio. A cada número cantado, respondía en voz alta de la siguiente manera.

- Veinte.
- Con quién.
- Uno
- El otro
- Setenta y siete.
- La Guardia Civil.
- LINEA, se oyó al fondo.
- ¡Pues que se la paguen, coño!
- Continuamos
- Cincuenta y cinco.
- Por el…. Te la hinco. No digo culo por respeto a las señoras.
- Ochenta y Ocho.
- Los ochíviris
- Sesenta y nueve
- El erótico
- Setenta y Uno.
- Galdós y Unamuno.

Y así todos toditos los números. Yo, abochornado intenté levantarme de la mesa pero tenía que mover a toda la gente, por lo que agaché el tupé esperando que nadie me reconociera. La gente pedía silencio al principio y luego le abucheaba sin contemplaciones, pero el pelma, erre que erre. De repente se santiguó, pegó un beso sonoro a sus dedos en cruz, calló y estuvo en silencio algunos números. Sonó como un trueno.

BIIINNNGGGOOOO.

Lo cantó tan alto que asustó a media sala. Las señoras pegaron un respingo de tal calibre que a una de ellas se le desajustó el marcapasos y las otras dos demudaron el color y el moreno piscina se tornó mantequilla de Soria. Yo, que de pequeño fui fallero menor, soporté el impacto con gran entereza pero pegué un viaje al guisqui de Venancio, que voló a la mesa de al lado y le dio de lleno a un señor muy puesto y le arruinó, por este orden, el peinado del peluquín y el traje de Hermenegildo Zegna.

Solo recuerdo que salí disparado sin atender a la enferma ni pedir perdón al del guiscazo. Hace unos días paré por Mazarinos y me dijo Pruden, el encargado, que Venancio me estaba buscando para darme quince euros del premio. Todavía no se porqué se fue tan deprisa, le dijo el plasta. Para mí que fueron los nervios, que toma mucha cocacola y eso es veneno puro.

Le conté el episodio y se despiporró de risa.
- Puedes venir tranquilo por aquí, no creo que vuelva.
- ¿Porqué estás tan seguro?
- Porque le cobré tus quince euros por un Dyc. Aquí los tienes, te los mereces.

- Eres un hacha, y le abracé hasta dejarle sin respiración.

Todavía me queda joselito, un niño de cuarentaytantos, plomo, plomo. Al loro.