Hace varios años se recibió una carta en casa de mis padres. Yo, que vivía en Madrid, seguía empadronado en Segovia, no por sentimientos patriochiqueros sino porque las multas de aparcamiento no llegaban a provincias. Mi flamante Lancia Delta
Mi padre me llamó y comunicó la noticia. Tienes una carta de la junta electoral central. Ábrela, coño, que me tienes en ascuas. Te ha tocado mesa en las próximas elecciones, de presidente nada menos. Ni de coña, ese día estoy enfermo. Tu mismo, pero trabaja bien el engaño que la multa es potente y te puede caer cárcel.
Paperas, escoliosis, inflamación de frenillo, todos los trucos fracasaron. Dos días antes del evento me citaron a una reunión. Llegué tarde porque se alargó el poker y nada más abrir la puerta los elegidos salían con sobres en la mano y abundante documentación. Un carpetón beis y un mal gesto de un funcionario fue todo lo que saqué de aquella tarde de Marzo, además de una ruina de full que me dejó la billetera planchada, como el pañuelo de un cura. Tenía venticuatro horas largas para mirar los apuntes y una visa de crédito para invitar a cenar a mi novia unos percebes gallegos de la zona de Marruecos y una botella de albariño que había visto más molinos de viento que verdes prados. Algunas copas y otras más hasta que la churrera me mandó a casa, allá por las nueve, silbando para no hablar y caminando deprisa para no perder el equilibrio. Llegó la tarde de la víspera y mi madre, inquisidora como todas, preguntó por la ropa para el acontecimiento y cuando le respondí que mi vieja cazadora de ante era todo lo que había llevado, esa chupa con coderas de vinos y licores, me cogió del brazo y me llevó a un comercio donde agenciarme algo decente, que no quería un adefesio presidiendo una mesa donde votaban todos los vecinos y amigos. Allí coincidí con una mujer, gran política que alcanzó prestigio nacional y europeo, en busca de algo de abrigo porque pensaba recorrer parte de la provincia el día siguiente para ver como se desarrollaba la votación en los pueblos importantes. Mi madre la conocía, como no, y fuimos debidamente presentados, yo en mi condición de máxima autoridad y ella como aspirante al escaño que ganaría sin duda, aunque un maremoto asolara la meseta.
Eligió un chubasquero discreto y yo una americana para salir del paso, bastante más cara que el sueldo que me ganaría el día siguiente.
Gasté cerca de diez minutos en leer los cien folios y quedé convencido de que aquello que no supiera se resolvería en el momento. Solo me quedó clara una cosa: en la mesa podrían estar representantes de los partidos si en el momento de constituirla presentaban su documentación en regla. Para mí, eso era un gran escollo. Además de atender al público tenía que aguantar las ínfulas de los tocapelotas. Un mal rollo dentro de otro mal rollo.
Llegué puntual, a las ocho en punto. Se abrió el colegio y busqué mi feudo. Recorrí todas las estancias y al final de un pasillo, fuera del barullo central, encontré mi sitio, frio y algo desangelado. Conocí a mis compañeros, dos chavales jóvenes y empezamos con la estrategia. De momento tú apuntas nombres y tú buscas. A la hora, se cambia el turno. Pasaban los minutos y no se acercaba nadie. Se me encendió la bombilla. Os quiero fuera de aquí hasta las ocho ventinueve. Yo me voy al water a rellenar los papeles, y cuando llegue, firmamos las actas, constituimos la mesa y tararí que te vi. A la hora fijada, asomé el güito por una cortina, me senté y dispuse la documentación para que la firmaran los puntos. A las ocho treinta la mesa quedó constituída. A las ocho treinta y tres llegaron los compromisarios y les pegué una pedorreta que todavía les suena en los tímpanos. Ver, oir y sobre todo, callar.
La política llegó de los primeros. La prensa local esperaba el protocolario apretón de manos y se quedaron atónitos ante el ósculo que nos dimos y el dicharacho que nos echamos. Vaya, fulano, qué elegante estás. Pues, anda que tú, vaya chupa guapa, hay que ver lo bien que te sienta. Que te sea leve y cuenta bien los votos, que me da que eres de los otros. Que si, mujer, que todo controlado.
A las nueve habían votado nueve y a las diez diecinueve. Carajo con los abuelos, sí que madrugan poco, claro, con estos fríos, cualquiera sale del sobre. El asunto se empezó a animar y a las doce había una cola parecida a la del paro.
- Vengo a votar
- El DNI, por favor.
- ¿El qué?
- La papela, abuelo, la papela. Decía un chavalote rubiasco.
- Emerenciano Bocajarra Pansinsal, soltaba yo.
- ¿Bocarraja con be o con uve?, decía el cándido vocal.
- Con be, pelma con be.
- 84, decía el del PSOE.
- Tú te callas, melón, que estos señores tienen el bachiller y saben de qué va esto.
A la una, cuando el guiso estaba en plena ebullición, se me presentó un feligrés que me conminó con aires intimidatorios a bajar la urna a la calle para que un pariente aquejado de apoplejía y en silla de ruedas, pudiera votar. Le indiqué amablemente que disponía de las fuerzas vivas suficientes para elevar al enfermo hasta la mesa, desde la cruz roja a la policía nacional, la guardia civil, la policía municipal y si hiciera falta, un campeón de levantamiento de piedras vasco que había contratado el ayuntamiento para casos parecidos. El individuo me contestó que nanay, y que, o bajaba la urna, o me montaba un cirio pascual de los de órdago. Me negué y al cabo de cinco minutos, treinta pelanas me abuchearon, me insultaron y los muchachos de la cámara me sacaron un buen puñado de fotos con las que animarían los titulares del día siguiente. La policía se encargó de mediar en el asunto y a los diez minutos subió el jeta a la sillita de la reina en los brazos de dos fornidos policías y deposité su voto en la urna con la misma devoción con la que le rezaría a su puta madre.
Aquello se tranquilizó a la hora de comer hasta quedar más desierto que los monegros. El bocadillo que nos dio el gobierno civil, tenía un pase, pero la cocacola que estaba de cuerpo presente desde las diez, parecía al tacto la candorosa teta de una cabra de hojalata. Salió primero a comer el menor de ellos. A su vuelta sería mi turno y quedaría para el final el menos espabilado, Jeromín, pobre chaval. Me acerqué a un bar cercano, pedí un tentenpié rapidito con una cerveza fresquita y una café. No había empezado a soplar el cortado cuando llegó la policía municipal para indicarme que habían clausurado la mesa. Salí de naja y ya me estaban pidiendo paso los calamares cuando llegué con un flato violento y vi que la mesa estaba vacía. Como no había nada que hacer se habían bajado a tomar un chispazo, los muy cabrones.
Después de las disculpas y de otras fotos de los periodistas, até los pies de mis muchachos a la mesa y la tarde transcurrió sin más incidentes.
Llegó el recuento. Los afiliados de los partidos querían un escrutinio voto por voto, mirando cada papeleta a ver si había el más mínimo fallo para declararla nula. Les puse firmes. Se haría a mi manera. Comenzamos a abrir los sobres del congreso y ponerlos en montones. PP, PSOE y varios. Contamos los votos. Tropecientos PP, otros tantos PSOE, los demás tantos. Total pascual. ¿Cuadra? Si, pues a otra cosa.
Lo del Senado fue más complicado. Eso no eran papeletas, eran resmas. Tuvimos un descuadre de un voto que alguien solucionó de manera involuntaria. Uno de los votos nulos tenía una sarta de definiciones graciosas de los políticos que se presentaban. Uno de los compromisarios estaba enfrascado leyéndolo cuando, no sé si por la risa o por el frio que hacía en el local, estornudó encima con tal abundancia que le dejó spontex. Ni que decir tiene que todos estuvieron de acuerdo en no contabilizarlo y en regalar al chico unos pañuelos de celulosa.
Terminé pronto. A eso de las doce y media presentaba las actas en la oficina electoral y media hora más tarde hacía seda en mi cama, cansado pero feliz.
Me despertó mi madre abanicándome con el periódico local. La jornada de votación se salda casi sin incidentes. La famosa política LDP la más madrugadora. En esa foto salía yo. Un presidente de mesa se niega a bajar la urna para que vote un paralítico. En esa foto salía yo. Una mesa se clausura durante media hora porque el presidente y los 2 vocales se van a comer y la dejan vacía. En esa foto no salía yo. Solo salía la mesa, abandonada, mi nombre y mis apellidos. Nunca me han llamado para otra. Espero que dure la racha.