En mi juventud era frecuente escuchar un dicho que nunca comprendí. "Te voy a poner mirando para Erbe". Busqué en diccionarios, enciclopedias, cartas de restaurantes, ofertas de cocktelerías, hojas parroquiales.. y no pude descubrir qué era o dónde estaba Erbe.
Estaba claro que no era un sitio idílico, como Jauja, ni un objeto precioso porque el individuo que exclamaba la frase dejaba entrever la intención de estar forzándote el ojete con un instrumento percutor. Pasado el tiempo, y dado que la gente debió de hartarse de decir un lugar que nadie conocía, empezó a utilizarse Cuenca como referencia conocida. Poner a uno mirando para Cuenca era sinónimo de desearle el peor de los suplicios.
Hace poco, en una de mis visitas a mi querido médico, después de examinar cuidadosamente mi analítica y descubrir un asterisco en no sé qué parámetro de la coagulación, me recomendó una colonoscopia..por evitar sustos, que ya tienes una edad... y así nos quedamos tranquilos. Me encanta el plural mayestático de los médicos.
Acudí a la hora fijada, limpio por fuera y por dentro inmaculado, que no me salía nada turbio después de limpiadores fosfosados, enemas y un ayuno prolongado que me hizo flojear las canillas en los pasillos interminables de la santa seguridad social, y esperé paciente a ser llamado por el altavoz requiriéndome a la sala de endoscopias. Pasé, me atendió una señorita muy amable - y de muy buen ver - me pidió que me desnudara de cintura para abajo y me tumbara en una camilla, cubierto por una sábana hasta que volviera. Así lo hice y a su regreso, y después de explicarme los riesgos de tal intervención, me puse de lado, en posición fetal. esperando el artilugio que me desvirgara el virginal orto, tan inocente él.
Así estaba, imaginando a la enfermera a mi lado, cuando noté una presión que se convirtió en un agudo acceso doloroso que me hizo brincar de la camilla. Fu entonces cuando lo vi. Debajo de la pantalla de televisión que mostraba la desnudez más impúdica de mis intestinos, había un aparato azul con varios indicadores luminosos.
¿Se imaginan de que marca era el dichoso aparato?
ERBE, por supuesto.
miércoles, 24 de febrero de 2010
sábado, 5 de diciembre de 2009
UNA HISTORIA INACABADA
Hacía años que no veía a Ramón. Le recordaba pálido y desaliñado, escaso de carne pero no excesivamente delgado, con la cara marcada por los años de tensión en la lucha sindical, ojeras color berenjena semiocultas por las lentes de las gafas bajo unos ojos sagaces y brillantes, cuando los rojos creían firmemente que eran peones de brega dispuestos a inmolarse en el trullo y que si les encarcelaban llegarían otros iguales para seguir hasta que aquello reventase o se consiguiera el objetivo.
En la tertulia del Jueves hablamos mucho de gastronomía. La política pasó a la historia porque defender ideologías era tan aburrido e inútil que estuvo a punto de acabar con las reuniones y los temas candentes de actualidad no daban más juego que el chascarrillo insustancial y esa burla indecorosa que los agnósticos utilizamos para relativizar la importancia de las cosas. Cuando te reúnes con gente que solo disfruta de cosas tangibles, como las tetas de una dama o un habano de fumada larga, la comida y la bebida son temas recurrentes que dan mucho de si. Todas las semanas, de siete a once, corren la cerveza, el whisky y algunos botellines de agua para hígados acartonados en vía muerta que han preferido el tedio de la longevidad incierta a la cornada de burro que supondría seguir metiendo alcohol en las venas. Así, cada uno dentro de sus posibilidades, presenta las novedades que ha visitado durante la semana, se revisan viejos templos que antaño fueron de primera para ver si han perdido fuelle y se examinan platos y vinos con la exquisitez y puesta a punto de una liturgia.
- El otro día fui al nuevo bar de tapas de Paco Roncero, en la plaza de Neptuno. Calidad excelente y buen precio. Debéis ir antes de que se llene porque entonces bajará la calidad y subirán los precios, dijo Ernesto. Cuatro platillos maravillosos y una botella de cava gran reserva por cuarenta euros es un regalo. Seguro que está promocionando el local porque si no es así, no le encuentro explicación.
Conociendo a Ernesto, era una apuesta segura. Cambié la cita del Martes y le propuse a mi cliente vernos allí. Prefiero una comida ligera en las mesas alrededor de la barra que el tostón del restaurante formal donde todo se aplaza hasta los postres y acaba sin resultados cuando de la botella de armagnac no queda ni para flambear una pularda.
Llevábamos una hora entre bocados deliciosos, casquería emocionante junto a sorprendentes combinaciones de sabores y buenos vinos , cuando le vi entrar. Su aspecto había cambiado, no así su peso ni sus facciones que seguían manteniendo el porte progre enfundado en un gabán caro de pelo largo y esa mirada sagaz que ahora buscaba entre la multitud una cara conocida o un saludo a mano alzada que le indicara la ubicación de su acompañante. Pasó a mi lado sin mirarme y se sentó junto a una señora elegante de piel blanca y hermosos ojos negros. Como suponía, mi reunión no llegó a nada definitivo y pasado un rato que se me hizo interminable, llamé al camarero para solicitar la factura mientras mi cliente salía apresurado a coger un taxi. No sé si reconoció mi voz o fue algo instintivo pero se volvió y nuestras miradas coincidieron dos segundos eternos hasta que levantó la cabeza y dijo:
- Fabián. ¿Porque eres Fabián, no?
- Si Ramón, el mismo. Hace tanto tiempo..
- Me alegro de verte.¿Tienes prisa?
- Toda la tarde libre; diría más, toda la semana libre.
- Despido a esta dama y te invito a una copa.
- Te estaré esperando.
Las últimas noticias que tenía de él eran que dejó la política en el momento en que Felipe ganó las elecciones. Después de una transición muy dura y haber pisado Carabanchel en dos ocasiones, alguien del sindicato cortó su meteórica carrera y le relegó a un puesto como figurón sin competencias ejecutivas. Hicimos una cena en su honor para entregarle una placa pero no se presentó. Le llamé decenas de veces y no contestaba al teléfono, fui a su casa y parecía vacía. Nadie supo más de él hasta que el tiempo borró su recuerdo, pero yo seguí confiando en que volvería a ver a Ramón, mi gran amigo.
Le vi salir con la mujer de ojos negros y besar sus mejillas . Entró en la sala con la mano por delante adelantándose al apretón que me quería dar, pero no sucedió así. Evité su mano y me refugié entre su abrigo y sus huesos con el abrazo hondo y cálido que sólo se da a un padre o a un camarada. Fue un minuto de calor intenso y emociones reprimidas, el resumen del cariño que nos profesamos y tanto añoraba.
- Ramón, compañero, te encuentro muy bien.
- Yo a ti también y eso que han pasado venticinco años.
- Cinco largos lustros. En esta ocasión no parece que fue ayer.
- Vamos a sentarnos. Tenemos mucho que contarnos.
Pedimos unas copas y parecía no saber por donde empezar. El salón semivacío agrandaba los silencios y los ruidos de los camareros recogiendo las mesas daban un tono de realidad a un encuentro que exudaba emociones y recortaba las palabras. Le rogué calma y que se remontara al ochenta y dos.
Encendió un cigarrillo rubio, tomó un sorbo de ron y comenzó el relato.
Todos en el sindicato esperabais mi presencia en la cena que me organizaron Gálvez y Trujillo. Después de tanta lucha aquello me pareció una fechoría. Era como si a un bravo militar, después de una guerra, le pusieran una medalla y le enviaran a un despacho. Si acudía a la cena estaría dando por hecho que aceptaba resignadamente el puesto y sería un culo encima de un sillón de cuero. Yo no quería semejante cosa. Me estrujaron y me lo querían agradecer con un sueldecillo vitalicio de lameculos, así que decidí dejarlo todo, cerrar mi casa y marcharme a algún sitio donde me sintiera útil.
Estuve de temporero varios meses, subí a la vendimia francesa, de allí a Alemania con un contrato en la construcción y más tarde a Suiza donde encontré la paz necesaria trabajando en una panadería. Aprendí el oficio, incorporé nuevas recetas y compré un viejo horno en un pueblecito de montaña. Al calor de los panes calientes, en la soledad de las noches gélidas de los Alpes, olvidé mis rencores y comprendí que la felicidad no se alcanzaba con el cargo sino con la satisfacción del trabajo bien hecho. El negocio prosperaba por la afluencia de visitantes y tuve que contratar personal. Nadia, una muchacha polaca me ayudaba en la tienda y Tarik, un recio turco amasaba los bollos mientras yo me concentraba en encontrar nuevas texturas. Comencé a importar harinas de diferentes lugares para experimentar. Esa vez mezclé harinas castellanas y griegas de diferente fuerza, añadí levadura madre que se hacía querer lentamente en la fría alacena y dejé fermentar la masa cerca del horno hasta que triplicó el volumen. Aquello parecía un pan globo, hinchado, áspero y tan lleno de aire que parecía que iba a estallar.
** Continuará
En la tertulia del Jueves hablamos mucho de gastronomía. La política pasó a la historia porque defender ideologías era tan aburrido e inútil que estuvo a punto de acabar con las reuniones y los temas candentes de actualidad no daban más juego que el chascarrillo insustancial y esa burla indecorosa que los agnósticos utilizamos para relativizar la importancia de las cosas. Cuando te reúnes con gente que solo disfruta de cosas tangibles, como las tetas de una dama o un habano de fumada larga, la comida y la bebida son temas recurrentes que dan mucho de si. Todas las semanas, de siete a once, corren la cerveza, el whisky y algunos botellines de agua para hígados acartonados en vía muerta que han preferido el tedio de la longevidad incierta a la cornada de burro que supondría seguir metiendo alcohol en las venas. Así, cada uno dentro de sus posibilidades, presenta las novedades que ha visitado durante la semana, se revisan viejos templos que antaño fueron de primera para ver si han perdido fuelle y se examinan platos y vinos con la exquisitez y puesta a punto de una liturgia.
- El otro día fui al nuevo bar de tapas de Paco Roncero, en la plaza de Neptuno. Calidad excelente y buen precio. Debéis ir antes de que se llene porque entonces bajará la calidad y subirán los precios, dijo Ernesto. Cuatro platillos maravillosos y una botella de cava gran reserva por cuarenta euros es un regalo. Seguro que está promocionando el local porque si no es así, no le encuentro explicación.
Conociendo a Ernesto, era una apuesta segura. Cambié la cita del Martes y le propuse a mi cliente vernos allí. Prefiero una comida ligera en las mesas alrededor de la barra que el tostón del restaurante formal donde todo se aplaza hasta los postres y acaba sin resultados cuando de la botella de armagnac no queda ni para flambear una pularda.
Llevábamos una hora entre bocados deliciosos, casquería emocionante junto a sorprendentes combinaciones de sabores y buenos vinos , cuando le vi entrar. Su aspecto había cambiado, no así su peso ni sus facciones que seguían manteniendo el porte progre enfundado en un gabán caro de pelo largo y esa mirada sagaz que ahora buscaba entre la multitud una cara conocida o un saludo a mano alzada que le indicara la ubicación de su acompañante. Pasó a mi lado sin mirarme y se sentó junto a una señora elegante de piel blanca y hermosos ojos negros. Como suponía, mi reunión no llegó a nada definitivo y pasado un rato que se me hizo interminable, llamé al camarero para solicitar la factura mientras mi cliente salía apresurado a coger un taxi. No sé si reconoció mi voz o fue algo instintivo pero se volvió y nuestras miradas coincidieron dos segundos eternos hasta que levantó la cabeza y dijo:
- Fabián. ¿Porque eres Fabián, no?
- Si Ramón, el mismo. Hace tanto tiempo..
- Me alegro de verte.¿Tienes prisa?
- Toda la tarde libre; diría más, toda la semana libre.
- Despido a esta dama y te invito a una copa.
- Te estaré esperando.
Las últimas noticias que tenía de él eran que dejó la política en el momento en que Felipe ganó las elecciones. Después de una transición muy dura y haber pisado Carabanchel en dos ocasiones, alguien del sindicato cortó su meteórica carrera y le relegó a un puesto como figurón sin competencias ejecutivas. Hicimos una cena en su honor para entregarle una placa pero no se presentó. Le llamé decenas de veces y no contestaba al teléfono, fui a su casa y parecía vacía. Nadie supo más de él hasta que el tiempo borró su recuerdo, pero yo seguí confiando en que volvería a ver a Ramón, mi gran amigo.
Le vi salir con la mujer de ojos negros y besar sus mejillas . Entró en la sala con la mano por delante adelantándose al apretón que me quería dar, pero no sucedió así. Evité su mano y me refugié entre su abrigo y sus huesos con el abrazo hondo y cálido que sólo se da a un padre o a un camarada. Fue un minuto de calor intenso y emociones reprimidas, el resumen del cariño que nos profesamos y tanto añoraba.
- Ramón, compañero, te encuentro muy bien.
- Yo a ti también y eso que han pasado venticinco años.
- Cinco largos lustros. En esta ocasión no parece que fue ayer.
- Vamos a sentarnos. Tenemos mucho que contarnos.
Pedimos unas copas y parecía no saber por donde empezar. El salón semivacío agrandaba los silencios y los ruidos de los camareros recogiendo las mesas daban un tono de realidad a un encuentro que exudaba emociones y recortaba las palabras. Le rogué calma y que se remontara al ochenta y dos.
Encendió un cigarrillo rubio, tomó un sorbo de ron y comenzó el relato.
Todos en el sindicato esperabais mi presencia en la cena que me organizaron Gálvez y Trujillo. Después de tanta lucha aquello me pareció una fechoría. Era como si a un bravo militar, después de una guerra, le pusieran una medalla y le enviaran a un despacho. Si acudía a la cena estaría dando por hecho que aceptaba resignadamente el puesto y sería un culo encima de un sillón de cuero. Yo no quería semejante cosa. Me estrujaron y me lo querían agradecer con un sueldecillo vitalicio de lameculos, así que decidí dejarlo todo, cerrar mi casa y marcharme a algún sitio donde me sintiera útil.
Estuve de temporero varios meses, subí a la vendimia francesa, de allí a Alemania con un contrato en la construcción y más tarde a Suiza donde encontré la paz necesaria trabajando en una panadería. Aprendí el oficio, incorporé nuevas recetas y compré un viejo horno en un pueblecito de montaña. Al calor de los panes calientes, en la soledad de las noches gélidas de los Alpes, olvidé mis rencores y comprendí que la felicidad no se alcanzaba con el cargo sino con la satisfacción del trabajo bien hecho. El negocio prosperaba por la afluencia de visitantes y tuve que contratar personal. Nadia, una muchacha polaca me ayudaba en la tienda y Tarik, un recio turco amasaba los bollos mientras yo me concentraba en encontrar nuevas texturas. Comencé a importar harinas de diferentes lugares para experimentar. Esa vez mezclé harinas castellanas y griegas de diferente fuerza, añadí levadura madre que se hacía querer lentamente en la fría alacena y dejé fermentar la masa cerca del horno hasta que triplicó el volumen. Aquello parecía un pan globo, hinchado, áspero y tan lleno de aire que parecía que iba a estallar.
** Continuará
miércoles, 9 de septiembre de 2009
RESOLUCION
Esta mañana, en la sala de un velatorio, con la trapa de su mirada recién echada y el sillón de cuero ardiéndome en el culo, decidí seguir entre vosotros.
Cambié el asfixiante aire acondicionado por la fresca calima africana del mediodía. Busqué sombra en un banco al pie de una farola y allí, en esa media distancia que hay entre un sofoco y un alivio, vi a aquellos a quienes de verdad nos importaba el muerto y pensé que ese puñado era una turba. Nunca tan pocos abultaban tanto ni los susurros eran tan ruidosos.
Vosotros, mi multitud, me habéis animado a seguir y así será. Sacaré de la caja las herramientas que lo controlan, dejaré de mirar la procedencia de mis huéspedes y haré de mi blog un disfrute sin más obligación que no tenerla, pero dejadme empezar de cero.
Soy un vago miserable. Me cuesta esforzarme y lo que escribo me desazona. No es literatura, es un estilo de ser. Espero que no me tengáis en cuenta la abundancia ni la escasez.
Vuestro afectísimo.
Martín
Cambié el asfixiante aire acondicionado por la fresca calima africana del mediodía. Busqué sombra en un banco al pie de una farola y allí, en esa media distancia que hay entre un sofoco y un alivio, vi a aquellos a quienes de verdad nos importaba el muerto y pensé que ese puñado era una turba. Nunca tan pocos abultaban tanto ni los susurros eran tan ruidosos.
Vosotros, mi multitud, me habéis animado a seguir y así será. Sacaré de la caja las herramientas que lo controlan, dejaré de mirar la procedencia de mis huéspedes y haré de mi blog un disfrute sin más obligación que no tenerla, pero dejadme empezar de cero.
Soy un vago miserable. Me cuesta esforzarme y lo que escribo me desazona. No es literatura, es un estilo de ser. Espero que no me tengáis en cuenta la abundancia ni la escasez.
Vuestro afectísimo.
Martín
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