martes, 24 de julio de 2007

EL TRANSPORTE PUBLICO

Si amigos, he descubierto el Transporte Público.

Cada vez que cogía el coche para moverme por la ciudad mi conciencia cívica me machacaba el cerebro con mensajes como “ Contaminas mucho”, “Si estás en un atasco es porque quieres, Imbécil”, “En metro llegarías antes” y así sucesivamente. Con todo y eso no terminaba de gustarme la idea de utilizar el TP. Con mi cerebro y mi corazón enfrentados decidí apuntarme a una nueva terapia promovida por el Ayuntamiento con el lema: COCHE EN CASA, NO DES LA BRASA. Sin duda un esfuerzo mental de los técnicos de marketing del consistorio.

Como era la primera sesión no asistimos muchos. Contando con el profesor éramos 3. El otro era uno con aspecto descuidado que aprovechaba el descanso para beberse 5 cafés, comer a destajo bollos y galletas y guardarse una buena cantidad en los bolsillos. Es para luego, decía. ¿Oye, tu tienes coche? Coche no VANETE. No tiene motor pero se duerme bien. Según confesó el extraño olor que desprendía era porque usaba como desodorante zetazetapaf para repeler bichos y chinches. A pesar de todo se le veía feliz

El cursillo consistía en sentarnos en una butaca donde el instructor mostraba y explicaba imágenes donde se veían situaciones de grandes atascos y violencia urbana. Anteriormente y con el fin de que no cerráramos los ojos ante ninguna situación de alto impacto nos colocaban en los ojos unos alambres similares a los de la película La Naranja Mecánica para no poder cerrarlos.

La verdad es que proyectaban imágenes muy duras. Grandes atascos donde un recorrido de 100 metros se convertía en media hora de viaje, ciudadanos alterados por el estrés enzarzados en peleas por asuntos sin importancia. Recuerdo con especial interés uno de una pareja discutiendo dentro de un coche, llegando a agredirse solo porque el novio había pegado un moquete debajo del asiento. La mujer muy enfadada anunciaba a grito pelado que era un guarro y que pasaba de la boda. Llevaba un bonito vestido blanco y un ramo de flores. Otro que me llamó la atención era un conductor negándose a que le limpiaran los cristales. La mujer seguía insistiendo y amagando hasta que el hombre salió del coche y le derramó por la cabeza el cubo del agua y el fairi. Sorprendida, soplaba sacando burbujitas de la boca mientras el bebé que llevaba en la espalda atacaba al ciudadano cabreado con el limpia de canto acertándole en un ojo. Cuando llegó la policía y le preguntó que camino había tomado la mujer, murmuraba que estaba él como para fijarse en detalles. El último que recuerdo. Un monumental pifostio en la Castellana llena a rebosar de coches y autobuses, todos ellos pitando. De repente se oían unas sirenas y se veía a un cortejo policial con motos y coches a toda pastilla por el carril central inhábil para la circulación. En el centro de la comitiva se observaba a Zapatero fumando un pitillo sonriendo y charlando amistosamente con Sonsoles. Según nos comentó el instructor, tanto despliegue se debía a que el presidente acudía a una cita imprescindible. La inauguración de un cementerio solo para gente de izquierdas, sin capilla ni nada, que se había levantado en Taruguillo, en las inmediaciones de Arganda. Digo yo que incluir ese video fue obra del mismo Gallardón que después de saber que Rajoy no cuenta mucho con él para la sucesión, intentó un acercamiento a los socialistas que le hicieron una pedorreta. Y claro, el pobre muchacho se sintió ofendido y pasó al ataque.

Lo cierto es que salí del seminario impresionado y decidí no volver a coger mi coche para circular por Madrid. Tomé nota y empecé a usar el TP. Para un burgués liberal de izquierdas como yo el paso definitivo al bus y al metro se me hacía cuesta arriba. Mi alternativa natural estaba clara. El Taxi.

Pasaron unos meses con mi concepto de conciencia ciudadana adormilado, como si permaneciera en el limbo de una caja de lexatines. Recuerdo que fue a primeros de Julio después de un asado magnífico y una botella de Imperial Reserva cuando se iluminó mi cerebro. Primero fueron flases intermitentes para luego quedar definitivamente encendido. Hasta la iluminación de mi mente, claramente de neón por su comportamiento en el proceso de encendido era de alto consumo pero de bajo rendimiento. Había despertado de mi letargo. Pensé en las ventajas del diesel, menos contaminante y con menos consumo que la gasolina, también en que el taxi transportaba a más personas que el coche particular, pues mientras yo iba solo conduciendo, el taxi mueve al menos a dos personas, por lo que el gasto de combustible se dividía entre dos. Lo que no me quedó claro es porqué pagaba yo solo la cuenta. La próxima vez le digo al peseta que le pago la mitad de lo que marque el taxímetro. Así lo hice. Paré uno y le indiqué que me llevara a la calle Leganitos. Antes, le expuse mi teoría y me mandó al carajo. Solo deciros que me quedé iceberg. Incrédulo, bajé y zanjé la cuestión con un portazo.
El paso definitivo para ser usuario completo del TP llegó de la manera más inesperada. Tomé un taxi, di una dirección. Terminé mis asuntos y salí a la calle principal con la intención de coger otro de vuelta a casa. Recordé que no tenía dinero y acudí al cajero. Saqué mi tarjeta oro de la Banca López Queimada. Introduje el número secreto. Pi pi pi pi , retirada de efectivo, 200, Lo sentimos pero no podemos realizar la operación. Mierda de cajero. Acudí a otro y obtuve el mismo resultado. Introduje la tarjeta en un tercero, esta vez en una sucursal del Banco del Parque Guell y me salió en la pantalla: GAME OVER. Desesperado golpeé con la cabeza el maldito aparato y de pronto vi que ponía: TILT y se tragó la visa.

Me quedaba un euro y mi casa quedaba lejos. Agaché la cabeza, me metí en el metro y miré el mapa. Tuve la misma sensación que hacía unas semanas cuando me entregaron la gráfica de mi electrocardiograma. Pregunté mucho, me equivoqué bastante. Descubrí razas que solo recordaba de mi colección infantil de cromos Vida y Color. Eran siete estaciones y un trasbordo pero tardé hora y tres cuartos. Llegué a casa y llamé a mi banco para ponerles a caer de un burro. Entonces me contaron la cruda realidad. Tenía en la cuenta seis euros. Todavía me faltaban unos céntimos para comprar un bonometro.

2 comentarios:

boomer dijo...

Grandes tragedias del transporte público...

maría mariuki dijo...

Lo cierto es que con el transporte público te pasa lo mismo si es al revés. Si eres habitual del TP cuando te compras un coche no te planteas usarlo hasta que no pasa un tiempo. Será porque siempre he ído corta de dinero pero no podía evitar calcular el coste en gasolina en comparación con los billetes de TP. En fin, al precio que está todo ahora se ha convertido en la única opción.