Hace tiempo que escribí sobre los plastas, esa gente que te
hace un roto en el cerebro cuando después de media hora de monólogo no
entienden que tu cara de morsa no es producida por los sulfitos del vino sino
por el hastío que provocan con sus interminables vicisitudes vitales que no
importan ni a dios. También conté que soy un imán para ellos, un objetivo
asequible que al ver a un tipo callado con un periódico entre las gafas de
cerca asumen que lees por no tener algo mejor que hacer. Es entonces cuando
inician el acercamiento taimado, esa pregunta inocente sobre el bouquet del
valdepeñas o si la textura arrugada del
mejillón colorao que te han puesto de tapa se debe al mal estado del producto o
a una cocción inadecuada. Si respondes amablemente, dáte por perdido. Es
entonces cuando su escaso cerebro desarrolla un ritmo alocado que se transmite
a su aparato vocal en una sucesión interminable de chuminadas.
Con el tiempo he desarrollado una técnica que me permite
identificarlos y evitarlos pero como todo en esta vida, no hay nada que pueda
saltarse al destino.
Decir que Paquito cose para la calle no sería faltar a la
verdad en ninguna de las dos acepciones. Un tipo calvete, delgaducho y pelma
irrecuperable, bien conocido en el barrio
por sus asaltos a lengua armada era el tipo a evitar. Durante años le
mantuve a raya pese a sus múltiples ataques en todo tipo de situaciones. De sus
variopintas ocupaciones, paseante de perros, operador de limpieza según su
argot, vamos..que saca cubos de basura,
portero de Domingo, la que más le satisface es la de modistillo. Lo mismo te
mete un bajo que te cose una cremallera, te apaña un agujero en el bolsillo que
te hace un culo de pollo para subsanar el roto en aquella chaqueta que se te
enganchó en el picaporte del bar cuando habías tomado unos vasitos.
Cierto día fui invitado a una cena elegante.
Uno, que es voluble en el más amplio sentido de la palabra, propenso a engordes
y adelgazamiento, dispone de un escaso surtido de trajes en el guardarropa,
pocos pero escogidos y de diferentes tallas. Con mi optimismo natural empecé
por probarme una de la talla 50. Ni por asomo entraba aquello. La 52, de la que
tengo varios, me quedaba escasa de sisa y me hacía bulto en la zona del
pestorejo. Por suerte disponía de uno de la 54, de aquellos tiempos en los que
andaba más entrado en manteca y para mi disgusto comprobé que me quedaba fetén.
Asunto solucionado. Aseo de cuerpo entero, afeitado a contrapelo, toquecito
facial de Eight & Bob, una mierda de colonia más cara que el caviar beluga
pero poco conocida lo que hace que las churris pregunten y algo de espuma para
domar los cuatro pelos que me quedan. A la hora de vestirme se cumplió el
oráculo que me indicaba que debía ser cuidadoso con la lana fría a finales de
Otoño. Al introducir la biela por la pernera noté una cierta presión en el pinrel.
No hice caso y el dobladillo se descosió al completo. Miré la hora, las ocho y
diez. La cena empezaba a las nueve y media. Tiré de chandal, esa indumentaria
que uso para estar en casa, que uno no es amigo de la violencia y los deportes
son, incluido el jilé, fuente inagotable de lesiones, este último más a daños
monetarios y de autoestima que musculares, pero dañino al fin. Salí a la calle
esperando que la sastra de la esquina estuviera abierta, pero no. En el bar de Javi
Mediomuelle no había hembra con pinta de saber enhebrar la aguja, por lo que no
tuve más remedio que buscar al inefable Paquito.
Inquieto cual musaraña me acerqué al portal, toqué el timbre
y esperé contestación. Nada. Insistí y cuando me iba al chino a buscar un
pegamento textil sonó la vicetiple voz del individuo.
- ¿Quien llama?
- Hola, Paco, soy Anselmo el de Fulanas 24. Tengo una urgencia y
necesito ayuda. No te llevará nada de tiempo y te pagaré generosamente.
- ¿Anselmo el antipático?
- No soy antipático, sólo algo tímido.
- No te puedo ayudar, estoy dibujando unos patrones que me
han encargado para la pasarela Sivienes.
- Es coser un
dobladillo. ¿Veinte pavos?
- Ye te he dicho que no.
- Treinta?
- Cincuenta, que esto no es urgencias del clínico.
- ¡Hecho! cabronazo
- ¿Cómo?
- Que si, que un abrazo.
- Sube y no te pongas meloso que soy blando de corazón.
Noté flojera de piernas, no tanto como aquel día recién
aterrizado del viaje de novios. Salí a
por tabaco y tardé tres días en regresar. Media hora en subir quince escalones,
eso era temblor y no el terremoto de San Francisco, pero aquello era diferente,
me enfrentaba al mayor depredador verbal de todos los tiempos y encima..
mariquita. Todavía tengo pesadillas. En
coser tardó apenas tres minutos pero quiso que me los probara. Me negué.
Insistió tanto y andaba tan apurado que me quedé en calzoncillos, unos
preciosos de la sirenita de Disney que
me cayeron en el amigo invisible, algo duros de huevera pero firmes de botón
con lo que evitas que se te salga la chorra, ideales para consultas médicas,
celebraciones donde corre el champán, diurético y traidor donde los haya porque
después de una botella olvidas lo elemental y no hay cosa peor para perder el
poco prestigio que le queda a uno que salir del baño con la bragueta bajada y
la mustia fuera. La estampa le fascinó.
Su primera intención fue la de tocarme el paquete para comprobar si cargaba por
el izquierdo. Fue un manotazo rápido producto de los nervios pero se clavó la
aguja medio centímetro. Arremetió contra mí en un furibundo ataque que
interpreté como un simulacro de kung-fu
por los aspavientos y cuyo fin último era la patada huevera o el arrancamiento
de moño. Yo, con el pantalón del chandal
arrugado entre los pies perdí el equilibrio y caí cual marrano en canal encima de una mesita de chichinabo ya que se partió cual oblea, repleta
de telvas, coronado por un plato con un chusco de pan y medio salchichón. Fue un ostión
memorable. Medio conmocionado noté un fuerte dolor en la mano izquierda. En
vista de mi estado, a Paquito se le soltó la lengua y dando gritos histéricos
salió al vecindario a pedir ayuda. Qué escandalera no montaría que en pocos
minutos se presentaron una patrulla de la policía y cinco sanitarios del Samur.
Breve inspección, camilla y a la ambulancia. De allí al hospital para reducir
una posible factura. Una escayolita y un día ingresado para observar la
evolución de un fuerte golpe en el tarro que me provocó un chichón del tamaño
de un polvorón de la misma estepa. Atontado pero tranquilo me encontraba cuando
llegó a la habitación el susodicho para
interesarse por mi estado. Le comenté que todo iba bien, que marchara con
viento fresco pero, para mi desgracia, se empeñó en velar mi dolor toda la
noche. Vencido y desarmado fui sometido a la mayor tortura verbal que los
tiempos recuerdan. Su infeliz infancia huérfano desde niño, la escuela del
pueblo, las mofas que sufrió en la mili, los patrones que dibuja, los diseños
que le roban los modistos de tronío y su amistad con determinada anciana de la
que piensa heredar un pisito y a la que llama cuchicuchi son los recuerdos que
guardo de aquella terrible noche. Me salvó del hastío total el fuerte dolor de
almendra que me produjo su soliloquio, una visita al escáner para determinar
daños mayores. Nunca estuve más confortable en esa claustrofóbica máquina.
Pasado el mal trago, de vuelta en casa me recomendaron una rehabilitación para
recuperar el movimiento de la mano. No se sabe cómo pudo enterarse del sitio
pero todos los días, a la salida, me espera impertérrito para que le convide a un
vinito con limón y comerse mis tapas pues es, además, comedor voraz a esas
horas previas al almuerzo, lo que sin duda le evita el gasto de hacer comida.
Me quedan dos sesiones y en vista de que no se va a olvidar
de mí, he puesto el piso en venta. Me iré del barrio, aunque sea a una chabola
de drogatas con tal de alejarme del peligro. Ayer se lo dije y me contestó que
no me preocupara, que daría con mi paradero...y que no me olvidara de pagarle
los cincuenta euros del arreglo. ¡Tócale los cojones!. Me han ofrecido un
trabajo de cabo primero en Siria, al lado de los rebeldes. Aceptaré. Nada tan
peligroso como el pelma de Paquito. Lo juro.
5 comentarios:
Yo no quiero ser competitiva, pero te puedo presentar a mi Paquita particular y oye... igual entre los dos sólo joden una casa.
Tocona, arrimona, invasora del espacio vital, pesada como el mismo plomo, un tanto beata...
Lo hablamos :)
Me ha encantado y me lo he pasado francamente bien imaginando el cuadro.
Un abrazo pre navideño.
Maaaaaaaaaaadre mía! Estoy llorando de la risa (o de pena, no sabría distinguir) por que te ha quedado soberbio el relato de lo que es un pelma real, que los hay, todos tenemos uno en nuestras vidas. Aunque lo de Paquito... podría ser declarado como delito!
Soberbio compañero, me encantó!
Tormento: me alegra tu visita. Feliz 14 que el 13 está acabado.
Besos
Avellaneda: tú siempre tan amable. Ya sabes que los pelmas son, después de las purgaciones, el mayor peligro del hombre moderno.
Feliz 14 y besos mil
Jajajajajaja! Huyo de los pelmas cual galgo afgano.
Feliz año nuevo! Me alegra volver a leerte.
Zafferano: Tarde pero nunca olvidado. Gracias por la visita y estoy de acuerdo con lo mismo. Otro placer leerte a ti, tan sagaz como siempre.
Jorge: Ya sé que no has comentado por escrito pero hemos disfrutado de una gran sobremesa. Ya he corregido el fallo producido por las prisas o el exceso de ese vino que me recomendó un amigo que después de ver los resultados que produce en mi ortografía utilizaré sólo para guisos. Gracias y un fuerte abrazo.
Ha sido un gran placer conocerte en persona.
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