Estimados lectores y amigos.
Afronto estos días que llegan con la misma energía que gasto para lustrarme los zapatos. Prefiero un zafarrancho improvisado a la enfermiza costumbre de la comilona porque sí. Odio el marisco obligatorio, el feroz besugo de mirada turbia que como con desgana de saciado y el asado en despropósito que acompaña a esas cenas pantagruélicas a las que asisto como acólito, que no como presbítero.
Manejo bien los cubiertos y conozco su posición en la mesa, pero a veces me pierdo cuando en una mesa de ocho, hay que suministrar para el doble sin perder una pieza de las muchas que se necesitan por comensal. Enfrío cavas al relente nocturno y sirvo las copas de gas pajizo con la misma soltura que pelo los langostinos de piel adherida, es decir, ninguna.
Colaboro en lo que puedo, pero me escabullo como un pobre que se encuentra un billete de quinientos cuando en la cocina somos más de dos y me doy un garbeo de incógnito con el cuello subido como un dandy, la bufanda por los ojos y el almax preventivo rechinando en las muelas, como si fuera de escayola.
Al pasar las fiestas en localidades pequeñas en las que no vivo el diario, los parabienes de los anónimos conocidos o desconocidos me descolocan un tanto, no por tener que corresponder, sino por la sensación de que esa felicitación espontánea encierra un estribillo de mazapán, tostado por fuera y blando por dentro, que tiene la fecha de caducidad impresa en el código de barras del belfo que te besa. Devuelvo sonrisas de galán con profidén mientras les deseo lo mejor antes de preguntar a mi cuñada: ¿Pero quién coño es esa?
No sucede lo mismo en la intimidad de mi cuarto. Si hay algo en el 2007 que me haya proporcionado satisfacciones, es este blog. Hay personas que se han incorporado a mi vida como esos gatos callejeros a los que invitas a un plato de leche tibia y con dos lametazos en la cara, te conquistan los entresijos y los consideras amigos de toda la vida, pero sin más contacto que la falta de adhesivo. Solo escritura, emociones y una ensalada templada de admiración y algunas gaitas hasta el punto que sus ausencias trascienden la luminosidad de la pantalla y te preguntas por su salud, te imaginas su cara febril en la nebulosa de unos vahos de eucalipto o les ves despachando un caldero de arroz con bogavante en un chiringuito levantino al lado de una botella de Terras Gauda.
Es esa complicidad gratuita la que hace que me sienta querido por fantasmas luminosos que, lo mismo que el agua con el que enjugo las lágrimas, me refrescan y me consuelan, me animan y me sorprenden con un juego sin reglas en el que se combinan el talento, la destreza y sobre todo, la buena voluntad.
Dado que mañana me largo por unos días, solo deciros que he disfrutado de vosotros y con vosotros como un hurón en una conejera. Que el año que viene sigamos juntando palabras y fotos, vídeos y experiencias en este mundo virtual que para mí no lo es tanto y que la felicidad que os deseo de corazón, sea tanta como para contarla por arrobas.
Creo haber dicho que casi no bebo, y es cierto, pero en las ocasiones que lo merecen me deleito con un buen trago. Para esta ocasión abriré una botella de un cava chapó, de esos de precio indecente, que beberé en la intimidad de mi refugio a vuestra salud.
Va por mis amigos. Uff. Algo cayó en el ratón. Don´t worry, lo secaré en la tostadora.