Cuentan que si todo el mundo te abandona, siempre podrás contar con alguien de la familia, ese ente que arropa mendrugos, tapa falacias y alborota notarías. Son muchos los beneficios de formar parte de una familia extensa, también muchos los inconvenientes, pero de todos ellos el peor es el contagio.
Hace años que mi primo Abundio matrimonió con hembra sana, dentadura completa y osamenta sin quiebra a la que sometió a un chequeo preventivo antes del casorio por si hubiera oculta alguna enfermedad silente, dado que había antecedentes familiares de males congénitos, pero del laboratorio salió una nota de su amigo el Dr. Toliga que decía:
INFORME MÉDICO
El estudio fisiológico realizado con analítica completa, RM, RX, TAC craneal en plano axial potenciado en T2 y DP, coronal escalado en FLAIR y ginecológico manual con tacto extenso en vagina y útero con lubricación espontánea, presenta una morfología normal excepto en el plano genital donde demuestra hiperactividad circulatoria y sobreexcitación por referir actividad sensitivo-motora en el mismo clítoris.
CONCLUSIÓN:
Tu jaca está sana como un choto pero es más puta que las abubillas.
Así las cosas, se celebró la boda, dejó de hablarse con su familia por un grave asunto hereditario sobre una mesa camilla de 90 sobre el que pelearon las cuñadas, y pasaba las tardes de los domingos con su suegra y las hermanas de su mujer jugando divertidas partidas de brisca, degustando rosquillas y sorbiendo vino de misa que no tardó en provocarle una diabetes ya que de la copita para jerez, paso directamente a amorrarse a la garrafa y aguantar la respiración hasta que le salía por la comisura un hilillo que daría la comunión a siete curas en la misma misa.
Pronto llegaron los niños y con ellos las fiebres. Si uno se acatarraba, los demás le seguían, si otro enfebrecía, todos se calentaban. Pero lo que empezó siendo cosa de niños no tardó en pasar a mayores. En los cinco últimos meses, la mujer de Abundio enfermó de escarlatina, anginas y cagalera por contagio con su familia.
Abundio evitaba el mal suprimiendo besos, no probando viandas ni bebidas ajenas y sobre todo, alejándose de criaturas meadas, biberones sucios y chupetes infectos. Harto de cuidar de su mujer, decidió sin consenso suprimir las visitas a casa de su suegra, salvo causa de fuerza mayor y ambos pasaron una temporada libres de microbios.
Hace unos días recibió una llamada de su cuñado en la que le pedía el favor de hablar con su amigo el farmacéutico porque le escocía el mango después de haber estado con una meretriz que lo tenía rubio y que por las señas que le dio no era por el agua contaminada del Danubio sino por querencia excesiva al manubrio.
Ya en casa, Florita, inquieta en el sillón relax, movía frenéticamente índice y corazón simulando una circunvalación por aliviar el prurito, renegando de aquel pito, cuando Abundio llegó y la encontró de tal guisa.
- Se puede saber qué te pasa?
- Pues no lo sé. De repente he notado un picor y un escozor?
- Ahh mala mujer. Tu has estado en casa de tu hermana, ¿verdad?
- ¿Cómo lo sabes?
- Me ha llamado tu cuñado y tiene los mismos síntomas. Seguro que le habrás dado la mano o le habrás besado la cara, ¿A que sí?
- Si, claro, como siempre..
- ¿ Y no te ha dicho que le han pegado unas purgaciones?
- No, no me ha dicho nada.
- El muy cabrón. Ya verás cuando le pille. Se va de putas, se contagia y luego no tiene reparo en tocar o besar a otras, con lo contagioso que es eso. La próxima vez que tenga gripe voy a ir sin avisar y les voy a besar a todos. Así se tengan que meter una semana en la cama.
- Me asustas, hombretón.
- Es que cuando me da el nervio no me conozco ni yo.