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jueves, 14 de febrero de 2008

EL VIEJO SAN VALENTIN

Al viejo San Valentín le van jubilar pronto. Dieciocho siglos juntando pimpollos no sería mucho tiempo si hubiera dedicado su vida a sanar ciegos, que era su especialidad, pero le metieron a casamentero porque en aquellos tiempos la iglesia se encontraba con overbuquin de infieles que se querían convertir a la fe cristiana en un dos por uno de bautismo y matrimonio.
Cambió la oftalmología milagrosa por la grata tarea de echar sermones a los esposos y repartir bendiciones , con tan buenas artes, que se le multiplicó el negocio y tuvo que abrir franquicias por doquier en las que, además de los elementos decorativos de la iglesia, se entregaba a los nuevos pastores y coadjutores una edición facsímil con sus discursos y sus rezos. Hay que reconocer que el éxito fue tremendo hasta que en el siglo XX se empezó a torcer el bisnes. Ahora, en el veintiuno, la cuenta de resultados pronto se escribirá en rojo y los contables de Dios le van a echar por incumplimiento de contrato. Las parejas que fracasan llegarán pronto al límite máximo permitido de la mitad más una y como recompensa por los años de servicio, le darán una ayudita social de seiscientos para que pague la habitación de la pensión celestial y se compre sopas de sobre, acelgas y peras de agua, esos manjares que comen los pobres y que asientan el estómago como una lavativa de agua bendita bien caliente.
Le imagino en el parque de Géminis leyendo la prensa gratuita sin anuncios de putas, vigilando los besos furtivos de los amantes en su hervor a borbotones sin poder hacer nada para evitar que el furor inicial termine en una relación formalizada sin más futuro que el que proporcione el aguante de la desgana y la comprobación de que los ronquidos de tu ángel no suenan a balada sino a motocarro acelerando en la cuesta del punto final.
Le sigo la mirada vítrea de miope que se niega a ver la maldita realidad y se cuaja de agua ante los fracasos, pero se torna celeste y vibrante cuando ve a una pareja de viejos emborrachados de cariño, pasito a pasito, subiendo la cuestecilla agarrados del brazo.
No conoce el porqué del fracaso. Algo normal para quién nunca tuvo amantes carnales. Si hubiera sabido que la eternidad puede llegar a ser tan efímera como el tiempo que tarda en llegar un nuevo amor para sustituir a otro gastado, no hubiera cometido la torpeza de aseverar que las uniones son para siempre, como si el pegamento del amor no fuera en muchos casos un loctite caducado que se quiebra ante las vibraciones de la bronca verdulera y que deja en cada uno de los trozos una pátina invisible y dura que dificulta la adhesión de una pieza nueva y brillante, como el reflejo de la luna en una navaja de afeitar.
Descubrí el influjo de San Valentín y las erecciones casi al mismo tiempo, cuando las tetas empezaban a asomarse y al erial de mi pubis le plantaron un césped negro de pecado mortal y un árbol de plexiglás que me atormentaba las noches . Y los días. Recuerdo mi desesperación por acercarme a ella con esa pasión de las hormonas multiplicándose y la mente obsesionada de un loco que no conseguía olvidar ni un momento que aquello que tanto anhelaba solo podría calmarse derramando a escondidas el licor del instinto. Aquello pasó y volvió, volvió y pasó, hasta que la maquinaria perdió revoluciones y encontró el ritmo sosegado y amable de un motor diesel que, según los catálogos, debería funcionar de por vida si le revisas de vez en cuando y le pones combustible a menudo sin pasarte de revoluciones, que le puedes gripar en cualquier momento.
Esta mañana me miré al espejo y me devolvió la imagen de San Valentín disfrazado de mí. No era viejo, ni mucho menos; tampoco muy joven. Sólo esa edad en la que tu vida pasada te pone diez o te quita ocho según el trato dispensado. Era mi cara sin afeitar y con el pelo huraño del sueño intranquilo. Pensé que estaba dormido y decidí ducharme. Cuando salía de casa tuve que confirmar un dato. Miré en la cartera. Solo unos billetes, el bonometro y el DNI. Lo leí con cuidado para no equivocarme. Nombre: M – Apellido: San Valentín. Espero que no sea un aviso celestial para suplir al viejo, porque no valgo para guardián del amor. Pensándolo mejor, lo estudiaría si estuviera bien pagado y me jubilaran con la máxima a los 65.