viernes, 27 de julio de 2007
BLANCA OSCURIDAD
Estoy paseando por Madrid. Son las siete de la tarde y los benignos días pasados de Julio han dado paso a un final de mes caluroso. Nada que no sea habitual aquí en las fechas que corren. Bajo por Alcalá hasta la Puerta del Sol con la intención de coger el metro que me lleve a casa. Llego a la plaza y me topo con riadas de personas que acceden desde todas las calles que confluyen en la misma. Veo a una chica enfundada en un chaleco fosforescente con un cartel que reza “COMPRO ORO” y reparte propaganda en mano a todo aquel que pasa y la quiere recibir. Cuando estoy a un metro suyo, baja las manos y agachando la cabeza deja que pase de largo sin siquiera hacer el gesto de darme la publicidad. Paro mi marcha y le pregunto porqué me lo niega. Me responde que no tengo aspecto de querer malvender mis joyas al peso. Le respondo con un leve hasta luego y bajo las escaleras hasta llegar al andén. Llega pronto el tren y veo pasar los vagones llenos. Se detiene y salen docenas de personas que proporcionan un poco de espacio a los que esperamos para entrar. Dentro veo un huequito al lado de una agarrador lateral donde soportar las arrancadas y frenadas del convoy. Miro a mi derecha, a unos pocos centímetros y veo a un hombre asiático, menudo y sonriente con una niña al lado. Me fijo en sus manos huesudas que terminan en unas uñas largas y brillantes, como si tuvieran una capa de laca o aquel ungüento con que se pintaban las de los niños pequeños para que no se las mordieran. Mas adelante hay un asiento con cuatro mujeres. La primera por mi izquierda es de aspecto paquistaní de cara morena aceituna, del color de aquellas llamadas de "machacamolla", abiertas a golpes por la mitad que tanto me gustaban de niño y a las que llamábamos “aceitunas para inteligentes”, porque según el camarero del bar que las vendía, solo le gustaban a la gente lista. Va adormilada, con la cabeza caída y la posición forzada a la izquierda en una postura incómoda y vencida por un sueño tan efímero como el tiempo que tarde en llegar la siguiente estación y se oiga la voz metálica que anuncia la parada. Dos mujeres corpulentas de gafas cuadradas murmuran sus cosas. Con el bullicio del vagón y el ruido del tren podrían hablar en tono normal y nadie se enteraría de la conversación pero prefieren hacerlo bajito como si respondieran a una letanía o estuvieran rezando el rosario. Por su enorme parecido no pueden disimular que son madre e hija. Al final del asiento, otra mujer, ésta sudamericana con rasgos indios de pronunciada nariz y falda multicolor. Enfrascada en sus pensamientos, su boca esboza de vez en cuando una leve sonrisa, tal vez de nostalgia del altiplano peruano donde quizás dejó a sus hijos y ahora les recuerda comiendo un marengado de lúcuma festejando un cumpleaños o simplemente la llegada por Union Express del envío mensual para que no les falte de nada. Miro a la izquierda y a mi lado veo a un joven, negro como el carbón, con el pelo bien cortado, tan ensortijado, que ni separándolo a dos manos se llegaría a ver su raiz. Lleva colgada de un hombro una mochila roja casi vacía que le da el aspecto de un zurrón fofo. Tiene unos poderosos ojos negros que miran en derredor no sé bien si empapándose de cosas que jamás ha visto o vigilante para atisbar esos carteristas que según le han contado abundan en el metro y pueden apropiarse de sus escasas pertenencias. Al fondo una joven alta, morena y guapísima que viste de blanco inmaculado. Solo al recorrer el pasillo para salir puedo ver su cuerpo magnífico, bien formado, de piernas eternas y un busto erguido que no necesita nada que lo sostenga y donde se notan dos pequeñas avellanas que apuntan hacia arriba en ese estado de gracia que mezcla juventud y belleza. Al cruzarme con ella coinciden nuestras miradas durante un instante mínimo que se me hace eterno. Sonrío y me sonríe pícaramente como si fuéramos cómplices de un delito de amor no consumado. Salgo del vagón algo turbado deseando saber su nombre. Cuando oigo el pitido de partida doy media vuelta esperando que la puerta siga abierta y poder volver a mirarla, pero ya está cerrada. Arranca el tren y me quedo en el arcén hasta que desaparece en las tinieblas del túnel. En mis sueños te llamaré Blanca Oscuridad.
martes, 24 de julio de 2007
EL TRANSPORTE PUBLICO
Si amigos, he descubierto el Transporte Público.
Cada vez que cogía el coche para moverme por la ciudad mi conciencia cívica me machacaba el cerebro con mensajes como “ Contaminas mucho”, “Si estás en un atasco es porque quieres, Imbécil”, “En metro llegarías antes” y así sucesivamente. Con todo y eso no terminaba de gustarme la idea de utilizar el TP. Con mi cerebro y mi corazón enfrentados decidí apuntarme a una nueva terapia promovida por el Ayuntamiento con el lema: COCHE EN CASA, NO DES LA BRASA. Sin duda un esfuerzo mental de los técnicos de marketing del consistorio.
Como era la primera sesión no asistimos muchos. Contando con el profesor éramos 3. El otro era uno con aspecto descuidado que aprovechaba el descanso para beberse 5 cafés, comer a destajo bollos y galletas y guardarse una buena cantidad en los bolsillos. Es para luego, decía. ¿Oye, tu tienes coche? Coche no VANETE. No tiene motor pero se duerme bien. Según confesó el extraño olor que desprendía era porque usaba como desodorante zetazetapaf para repeler bichos y chinches. A pesar de todo se le veía feliz
El cursillo consistía en sentarnos en una butaca donde el instructor mostraba y explicaba imágenes donde se veían situaciones de grandes atascos y violencia urbana. Anteriormente y con el fin de que no cerráramos los ojos ante ninguna situación de alto impacto nos colocaban en los ojos unos alambres similares a los de la película La Naranja Mecánica para no poder cerrarlos.
La verdad es que proyectaban imágenes muy duras. Grandes atascos donde un recorrido de 100 metros se convertía en media hora de viaje, ciudadanos alterados por el estrés enzarzados en peleas por asuntos sin importancia. Recuerdo con especial interés uno de una pareja discutiendo dentro de un coche, llegando a agredirse solo porque el novio había pegado un moquete debajo del asiento. La mujer muy enfadada anunciaba a grito pelado que era un guarro y que pasaba de la boda. Llevaba un bonito vestido blanco y un ramo de flores. Otro que me llamó la atención era un conductor negándose a que le limpiaran los cristales. La mujer seguía insistiendo y amagando hasta que el hombre salió del coche y le derramó por la cabeza el cubo del agua y el fairi. Sorprendida, soplaba sacando burbujitas de la boca mientras el bebé que llevaba en la espalda atacaba al ciudadano cabreado con el limpia de canto acertándole en un ojo. Cuando llegó la policía y le preguntó que camino había tomado la mujer, murmuraba que estaba él como para fijarse en detalles. El último que recuerdo. Un monumental pifostio en la Castellana llena a rebosar de coches y autobuses, todos ellos pitando. De repente se oían unas sirenas y se veía a un cortejo policial con motos y coches a toda pastilla por el carril central inhábil para la circulación. En el centro de la comitiva se observaba a Zapatero fumando un pitillo sonriendo y charlando amistosamente con Sonsoles. Según nos comentó el instructor, tanto despliegue se debía a que el presidente acudía a una cita imprescindible. La inauguración de un cementerio solo para gente de izquierdas, sin capilla ni nada, que se había levantado en Taruguillo, en las inmediaciones de Arganda. Digo yo que incluir ese video fue obra del mismo Gallardón que después de saber que Rajoy no cuenta mucho con él para la sucesión, intentó un acercamiento a los socialistas que le hicieron una pedorreta. Y claro, el pobre muchacho se sintió ofendido y pasó al ataque.
Lo cierto es que salí del seminario impresionado y decidí no volver a coger mi coche para circular por Madrid. Tomé nota y empecé a usar el TP. Para un burgués liberal de izquierdas como yo el paso definitivo al bus y al metro se me hacía cuesta arriba. Mi alternativa natural estaba clara. El Taxi.
Pasaron unos meses con mi concepto de conciencia ciudadana adormilado, como si permaneciera en el limbo de una caja de lexatines. Recuerdo que fue a primeros de Julio después de un asado magnífico y una botella de Imperial Reserva cuando se iluminó mi cerebro. Primero fueron flases intermitentes para luego quedar definitivamente encendido. Hasta la iluminación de mi mente, claramente de neón por su comportamiento en el proceso de encendido era de alto consumo pero de bajo rendimiento. Había despertado de mi letargo. Pensé en las ventajas del diesel, menos contaminante y con menos consumo que la gasolina, también en que el taxi transportaba a más personas que el coche particular, pues mientras yo iba solo conduciendo, el taxi mueve al menos a dos personas, por lo que el gasto de combustible se dividía entre dos. Lo que no me quedó claro es porqué pagaba yo solo la cuenta. La próxima vez le digo al peseta que le pago la mitad de lo que marque el taxímetro. Así lo hice. Paré uno y le indiqué que me llevara a la calle Leganitos. Antes, le expuse mi teoría y me mandó al carajo. Solo deciros que me quedé iceberg. Incrédulo, bajé y zanjé la cuestión con un portazo.
El paso definitivo para ser usuario completo del TP llegó de la manera más inesperada. Tomé un taxi, di una dirección. Terminé mis asuntos y salí a la calle principal con la intención de coger otro de vuelta a casa. Recordé que no tenía dinero y acudí al cajero. Saqué mi tarjeta oro de la Banca López Queimada. Introduje el número secreto. Pi pi pi pi , retirada de efectivo, 200, Lo sentimos pero no podemos realizar la operación. Mierda de cajero. Acudí a otro y obtuve el mismo resultado. Introduje la tarjeta en un tercero, esta vez en una sucursal del Banco del Parque Guell y me salió en la pantalla: GAME OVER. Desesperado golpeé con la cabeza el maldito aparato y de pronto vi que ponía: TILT y se tragó la visa.
Me quedaba un euro y mi casa quedaba lejos. Agaché la cabeza, me metí en el metro y miré el mapa. Tuve la misma sensación que hacía unas semanas cuando me entregaron la gráfica de mi electrocardiograma. Pregunté mucho, me equivoqué bastante. Descubrí razas que solo recordaba de mi colección infantil de cromos Vida y Color. Eran siete estaciones y un trasbordo pero tardé hora y tres cuartos. Llegué a casa y llamé a mi banco para ponerles a caer de un burro. Entonces me contaron la cruda realidad. Tenía en la cuenta seis euros. Todavía me faltaban unos céntimos para comprar un bonometro.
Cada vez que cogía el coche para moverme por la ciudad mi conciencia cívica me machacaba el cerebro con mensajes como “ Contaminas mucho”, “Si estás en un atasco es porque quieres, Imbécil”, “En metro llegarías antes” y así sucesivamente. Con todo y eso no terminaba de gustarme la idea de utilizar el TP. Con mi cerebro y mi corazón enfrentados decidí apuntarme a una nueva terapia promovida por el Ayuntamiento con el lema: COCHE EN CASA, NO DES LA BRASA. Sin duda un esfuerzo mental de los técnicos de marketing del consistorio.
Como era la primera sesión no asistimos muchos. Contando con el profesor éramos 3. El otro era uno con aspecto descuidado que aprovechaba el descanso para beberse 5 cafés, comer a destajo bollos y galletas y guardarse una buena cantidad en los bolsillos. Es para luego, decía. ¿Oye, tu tienes coche? Coche no VANETE. No tiene motor pero se duerme bien. Según confesó el extraño olor que desprendía era porque usaba como desodorante zetazetapaf para repeler bichos y chinches. A pesar de todo se le veía feliz
El cursillo consistía en sentarnos en una butaca donde el instructor mostraba y explicaba imágenes donde se veían situaciones de grandes atascos y violencia urbana. Anteriormente y con el fin de que no cerráramos los ojos ante ninguna situación de alto impacto nos colocaban en los ojos unos alambres similares a los de la película La Naranja Mecánica para no poder cerrarlos.
La verdad es que proyectaban imágenes muy duras. Grandes atascos donde un recorrido de 100 metros se convertía en media hora de viaje, ciudadanos alterados por el estrés enzarzados en peleas por asuntos sin importancia. Recuerdo con especial interés uno de una pareja discutiendo dentro de un coche, llegando a agredirse solo porque el novio había pegado un moquete debajo del asiento. La mujer muy enfadada anunciaba a grito pelado que era un guarro y que pasaba de la boda. Llevaba un bonito vestido blanco y un ramo de flores. Otro que me llamó la atención era un conductor negándose a que le limpiaran los cristales. La mujer seguía insistiendo y amagando hasta que el hombre salió del coche y le derramó por la cabeza el cubo del agua y el fairi. Sorprendida, soplaba sacando burbujitas de la boca mientras el bebé que llevaba en la espalda atacaba al ciudadano cabreado con el limpia de canto acertándole en un ojo. Cuando llegó la policía y le preguntó que camino había tomado la mujer, murmuraba que estaba él como para fijarse en detalles. El último que recuerdo. Un monumental pifostio en la Castellana llena a rebosar de coches y autobuses, todos ellos pitando. De repente se oían unas sirenas y se veía a un cortejo policial con motos y coches a toda pastilla por el carril central inhábil para la circulación. En el centro de la comitiva se observaba a Zapatero fumando un pitillo sonriendo y charlando amistosamente con Sonsoles. Según nos comentó el instructor, tanto despliegue se debía a que el presidente acudía a una cita imprescindible. La inauguración de un cementerio solo para gente de izquierdas, sin capilla ni nada, que se había levantado en Taruguillo, en las inmediaciones de Arganda. Digo yo que incluir ese video fue obra del mismo Gallardón que después de saber que Rajoy no cuenta mucho con él para la sucesión, intentó un acercamiento a los socialistas que le hicieron una pedorreta. Y claro, el pobre muchacho se sintió ofendido y pasó al ataque.
Lo cierto es que salí del seminario impresionado y decidí no volver a coger mi coche para circular por Madrid. Tomé nota y empecé a usar el TP. Para un burgués liberal de izquierdas como yo el paso definitivo al bus y al metro se me hacía cuesta arriba. Mi alternativa natural estaba clara. El Taxi.
Pasaron unos meses con mi concepto de conciencia ciudadana adormilado, como si permaneciera en el limbo de una caja de lexatines. Recuerdo que fue a primeros de Julio después de un asado magnífico y una botella de Imperial Reserva cuando se iluminó mi cerebro. Primero fueron flases intermitentes para luego quedar definitivamente encendido. Hasta la iluminación de mi mente, claramente de neón por su comportamiento en el proceso de encendido era de alto consumo pero de bajo rendimiento. Había despertado de mi letargo. Pensé en las ventajas del diesel, menos contaminante y con menos consumo que la gasolina, también en que el taxi transportaba a más personas que el coche particular, pues mientras yo iba solo conduciendo, el taxi mueve al menos a dos personas, por lo que el gasto de combustible se dividía entre dos. Lo que no me quedó claro es porqué pagaba yo solo la cuenta. La próxima vez le digo al peseta que le pago la mitad de lo que marque el taxímetro. Así lo hice. Paré uno y le indiqué que me llevara a la calle Leganitos. Antes, le expuse mi teoría y me mandó al carajo. Solo deciros que me quedé iceberg. Incrédulo, bajé y zanjé la cuestión con un portazo.
El paso definitivo para ser usuario completo del TP llegó de la manera más inesperada. Tomé un taxi, di una dirección. Terminé mis asuntos y salí a la calle principal con la intención de coger otro de vuelta a casa. Recordé que no tenía dinero y acudí al cajero. Saqué mi tarjeta oro de la Banca López Queimada. Introduje el número secreto. Pi pi pi pi , retirada de efectivo, 200, Lo sentimos pero no podemos realizar la operación. Mierda de cajero. Acudí a otro y obtuve el mismo resultado. Introduje la tarjeta en un tercero, esta vez en una sucursal del Banco del Parque Guell y me salió en la pantalla: GAME OVER. Desesperado golpeé con la cabeza el maldito aparato y de pronto vi que ponía: TILT y se tragó la visa.
Me quedaba un euro y mi casa quedaba lejos. Agaché la cabeza, me metí en el metro y miré el mapa. Tuve la misma sensación que hacía unas semanas cuando me entregaron la gráfica de mi electrocardiograma. Pregunté mucho, me equivoqué bastante. Descubrí razas que solo recordaba de mi colección infantil de cromos Vida y Color. Eran siete estaciones y un trasbordo pero tardé hora y tres cuartos. Llegué a casa y llamé a mi banco para ponerles a caer de un burro. Entonces me contaron la cruda realidad. Tenía en la cuenta seis euros. Todavía me faltaban unos céntimos para comprar un bonometro.
viernes, 6 de julio de 2007
EL GARITO AL QUE VOY (II)
Os prometí que os hablaría de la gente del Wiomin, el bar al que voy con frecuencia y del que habitualmente salgo diciendo: No vuelvo , no hay quién aguante a esta parentela pero como soy de memoria floja se me pasa el cabreo y repito. Ayer mismo entré y ví en la barra a Felipe el Platero. El apodo no le viene por haberse dedicado a la joyería, sino porque estuvo trabajando muchos años en una famosa empresa de cerámica Sevillana donde se hacen vajillas muy apreciadas. Nada más entrar me comentó.
Estoy acabado. Me ha dicho el médico que tengo todo hiper, como el carrefur. Debe ser tan malo que aunque he hecho esfuerzos por recordarlo, me es imposible así que le pedido que me lo escriba, y ni así lo entiendo.
Me pasó el papel y pese a que me esforcé, no pude descifrar el jeroglífico. Acordamos visitar a Pura la farmaceútica que después de cincuenta años al frente de la botica supusimos que entendería la letra del galeno. Se puso a ello, miró el papel, gruño, se calzó las gafas de cerca y sentenció.
Felipe, estás igual de malo que hace diez años, pero ahora vas a tener que tomarte la medicación. Aquí pone que tienes hipertensión arterial, hipercolesterolemia y luego el cachondo del Doctor Peinado ha añadido que tienes hiper-sudoración en los pies. Para lo último te ha recetado pediluvios con ajax pino y cepillo de raíces y para lo demás una dieta de NO y unas pastillas que, o te las tomas de una puñetera vez o te encargamos la esquela en el abecé, eso sí, suprimiendo lo de “habiendo recibido la bendición de su santidad” por lo de “habiendo decidido cachondearse de su enfermedad”.
Ya pura, ¿pero eso de la tensión y del colesterol no duele? , porque a mi no me duele nada.
Que me perdone Hipócrates por la burrada que voy a decir, pero a ti hay que ponerte un ejemplo como a los niños. Las venas son como las cañerías. Si se endurecen y se atascan por el colesterol, que es como un cemento, pasa mucha presión y se pueden romper. Después de veinte años, que sepamos, teniendo más de trescientos de colesterol las tienes tan duras que si te extirparan una, solo con meterle una mina ya tendrías un boli bic. Aah y la dieta de NO es No a todo. Alcohol, grasas, tabaco, carnes, vamos una mierda de vida.
Lo que te decía, estoy acabado. Voy a aprovechar hoy que mañana me retiro. Y se pidió un solysombra para pasar el mal trago.
Felipe es el prototipo de la inactividad. Solo con proponerle andar doscientos metros sin necesidad o hablarle de deportes le produce una reacción que le fatiga el pecho y le surge un carraspeo como de tísico que remedia con buchitos de agua que bebe de forma espasmódica, aceleradamente, como si necesitara un tratamiento pero lo racionara en pequeñas dosis. Se considera y es una buena persona. Devora cortezas con una pasión desmedida, supongo que porque se las han prohibido y se cabrea de verdad cuando se acaban o se revienen con el tiempo y la humedad del Wiomin. Su pequeño defecto es que habla demasiado y eso le lleva a argumentar frecuentemente sobre su manera de ver la vida y contar que, si todo el mundo siguiera sus consignas, el mundo iría mucho mejor. Recuerdo su último chiste que hablaba de una anciana que formuló una denuncia en comisaría.
- Vengo a denunciar que me han violado hoy y mañana.
- Señora, ¿como le van a violar mañana si estamos a hoy?
- Es que hemos quedado.
Y se despelota de risa él solo.
Nuncia, su mujer, no sabe en que se gasta Felipe buena parte de la pensión. O si lo sabe, no lo se. Los Domingos hace un esfuerzo y después de misa a la que va a regañadientes, se toma un aperitivo con ella. Los Domingos, Felipe no bebe alcohol. Se pide un mosto que trasiega con una cara de asco que asusta, solo para tener la fiesta en paz, mientras su mujer degusta un vermucito con sifón que le sabe a gloria. Es entonces cuando los paisanos del bar le putean a conciencia.
Felipe, tanto mosto te va a sentar mal, que tiene mucho azúcar para ti. Por cierto, te invito a los toros que tengo dos contrabarreras de sol y sombra. La semana que viene hay un viaje "espléndido" a "Chinchón", tu me entiendes, con cordero y vino. Si te quieres apuntar habla con Don Simón. Y Nuncia les mira de reojo mientras murmura: Vaya panda de cabrones. Ojala fumiguen el bar con ellos dentro. Y es que Nuncia no es tonta. Sabe de los excesos de su marido, pienso yo que por el tufo a vino que lleva a casa, pero le molesta que la consideren una ignorante, ella que fue maestra hasta que Felipe la desposó y quitó de trabajar. Hace poco la encontré en una tienda y al salir me paró y dijo.
- Oye, tu pareces un tío majo. ¿Cómo es que frecuentas el Wiomin con la purrela que para por allí?
- Señora, gracias por el cumplido y voy sobre todo a jugar una partidita de vez en cuando, y no es tan mala gente. Son solo personas un tanto desubicadas.
- Borrachos animales de tiro. Asnos, burros y pollinos. Tú de momento pareces un purasangre, pero te veo en unos meses tirando de una carreta, que todo se pega menos el dinero.
- Gracias señora por lo que me toca. Supongo que nos volveremos a ver.
- ¡Cómo no sea en el hipódromo!
Y se fue tan ancha la señora. Por mi parte me fui a las carreras, aposté por una yegua preciosa digna de mi pedigrí y gané unos euros que me vinieron de perlas para pagar al callista.
Estoy acabado. Me ha dicho el médico que tengo todo hiper, como el carrefur. Debe ser tan malo que aunque he hecho esfuerzos por recordarlo, me es imposible así que le pedido que me lo escriba, y ni así lo entiendo.
Me pasó el papel y pese a que me esforcé, no pude descifrar el jeroglífico. Acordamos visitar a Pura la farmaceútica que después de cincuenta años al frente de la botica supusimos que entendería la letra del galeno. Se puso a ello, miró el papel, gruño, se calzó las gafas de cerca y sentenció.
Felipe, estás igual de malo que hace diez años, pero ahora vas a tener que tomarte la medicación. Aquí pone que tienes hipertensión arterial, hipercolesterolemia y luego el cachondo del Doctor Peinado ha añadido que tienes hiper-sudoración en los pies. Para lo último te ha recetado pediluvios con ajax pino y cepillo de raíces y para lo demás una dieta de NO y unas pastillas que, o te las tomas de una puñetera vez o te encargamos la esquela en el abecé, eso sí, suprimiendo lo de “habiendo recibido la bendición de su santidad” por lo de “habiendo decidido cachondearse de su enfermedad”.
Ya pura, ¿pero eso de la tensión y del colesterol no duele? , porque a mi no me duele nada.
Que me perdone Hipócrates por la burrada que voy a decir, pero a ti hay que ponerte un ejemplo como a los niños. Las venas son como las cañerías. Si se endurecen y se atascan por el colesterol, que es como un cemento, pasa mucha presión y se pueden romper. Después de veinte años, que sepamos, teniendo más de trescientos de colesterol las tienes tan duras que si te extirparan una, solo con meterle una mina ya tendrías un boli bic. Aah y la dieta de NO es No a todo. Alcohol, grasas, tabaco, carnes, vamos una mierda de vida.
Lo que te decía, estoy acabado. Voy a aprovechar hoy que mañana me retiro. Y se pidió un solysombra para pasar el mal trago.
Felipe es el prototipo de la inactividad. Solo con proponerle andar doscientos metros sin necesidad o hablarle de deportes le produce una reacción que le fatiga el pecho y le surge un carraspeo como de tísico que remedia con buchitos de agua que bebe de forma espasmódica, aceleradamente, como si necesitara un tratamiento pero lo racionara en pequeñas dosis. Se considera y es una buena persona. Devora cortezas con una pasión desmedida, supongo que porque se las han prohibido y se cabrea de verdad cuando se acaban o se revienen con el tiempo y la humedad del Wiomin. Su pequeño defecto es que habla demasiado y eso le lleva a argumentar frecuentemente sobre su manera de ver la vida y contar que, si todo el mundo siguiera sus consignas, el mundo iría mucho mejor. Recuerdo su último chiste que hablaba de una anciana que formuló una denuncia en comisaría.
- Vengo a denunciar que me han violado hoy y mañana.
- Señora, ¿como le van a violar mañana si estamos a hoy?
- Es que hemos quedado.
Y se despelota de risa él solo.
Nuncia, su mujer, no sabe en que se gasta Felipe buena parte de la pensión. O si lo sabe, no lo se. Los Domingos hace un esfuerzo y después de misa a la que va a regañadientes, se toma un aperitivo con ella. Los Domingos, Felipe no bebe alcohol. Se pide un mosto que trasiega con una cara de asco que asusta, solo para tener la fiesta en paz, mientras su mujer degusta un vermucito con sifón que le sabe a gloria. Es entonces cuando los paisanos del bar le putean a conciencia.
Felipe, tanto mosto te va a sentar mal, que tiene mucho azúcar para ti. Por cierto, te invito a los toros que tengo dos contrabarreras de sol y sombra. La semana que viene hay un viaje "espléndido" a "Chinchón", tu me entiendes, con cordero y vino. Si te quieres apuntar habla con Don Simón. Y Nuncia les mira de reojo mientras murmura: Vaya panda de cabrones. Ojala fumiguen el bar con ellos dentro. Y es que Nuncia no es tonta. Sabe de los excesos de su marido, pienso yo que por el tufo a vino que lleva a casa, pero le molesta que la consideren una ignorante, ella que fue maestra hasta que Felipe la desposó y quitó de trabajar. Hace poco la encontré en una tienda y al salir me paró y dijo.
- Oye, tu pareces un tío majo. ¿Cómo es que frecuentas el Wiomin con la purrela que para por allí?
- Señora, gracias por el cumplido y voy sobre todo a jugar una partidita de vez en cuando, y no es tan mala gente. Son solo personas un tanto desubicadas.
- Borrachos animales de tiro. Asnos, burros y pollinos. Tú de momento pareces un purasangre, pero te veo en unos meses tirando de una carreta, que todo se pega menos el dinero.
- Gracias señora por lo que me toca. Supongo que nos volveremos a ver.
- ¡Cómo no sea en el hipódromo!
Y se fue tan ancha la señora. Por mi parte me fui a las carreras, aposté por una yegua preciosa digna de mi pedigrí y gané unos euros que me vinieron de perlas para pagar al callista.
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