Todos sabemos que los gafes no existen, pero haberlos, haylos.
Hace más de un año que me pasan cosas inexplicables, de pura mala suerte. Pequeños inconvenientes como la caída que sufrí saliendo de un sex shop y por la que se rompieron 2 botellas de vino reserva compradas para la cena de esa noche.Teníamos amigos a cenar. Era ya tarde para encontrar una vinoteca abierta por lo que tuve que recurrir a un restaurante donde pagué un precio 4 veces superior al que me había costado en la tienda. Vaya faena, me dije, y ni siquiera son del mismo año.
También he sufrido varios tropezones con resultado de esguinces y la pérdida de un tacón completo del zapato. He comprado el ABC en dos ocasiones y ambos carecían de grapa. En una comida de negocios se me cayó una funda dental en una copa de anís con hielo. A ver como encuentras una pieza de porcelana blanca en una copa de contenido también blanco sin meter los dedazos y sin que el cliente, remiso a aceptar tu oferta te mire ojiplático del cambio de estilo de tu comedor bucal y se descojone de ti.
Pero donde más se ceba mi gafe es con las gafas. Debe ser por el parecido del nombre. En este período de tiempo he perdido tres de sol y unas graduadas que llevaba puestas. Si señores, graduadas y las llevaba puestas.
Hacía una mañana deliciosa. Di un largo paseo hasta el Parque del Oeste. Me senté a leer el periódico entre sol y sombra. Me quité las gafas y las dejé a mi lado bien plegadas, juntitas las patillas. Las deposité en la hierba muy cerca de mi. Estaba absorto. No oi nada pero entreví un cambio de luz. Seguí a lo mio. Leía la noticia de un sobregargo de Iberia que había logrado la hazaña de introducirse por el ano 4 litros de enema Casen y aguantarlos veinte minutos. Me pareció una prueba más dura que subir todos los ochomiles el mismo día. Volví a la realidad cuando oí un ruido tremendo que provenía de mi estómago. Me alerté y pensé: O es hambre que no creo, o estoy metido de lleno en una tormenta ventral. La imagen del sobrecargo descargando tal volumen habría podido activar en mi un reflejo condicionado similar al que produce el cigarrillo después de tomar café. Me dice mi amigo Pantuflo: Yo es que me tomo un cafelito y me fumo un pitillo y voy al baño de inmediato. Pues, bien lo anterior, o los 7 churros y 3 porras que había desayunado hacían que el pausado movimiento perístáltico de mis intestinos se convirtiera en un Dragon Khan desvocado.
Decidí volver a la civilización. Palpé buscando mis gafas y no las hallé. Empece cerca de mi cuerpo, despacito, tocando cada palmo de hierba. Nada. Alargué los brazos yendo a terrenos más alejados. Tampoco. Ya extrañado alargué los brazós hasta donde podía llegar. Empezaba a notar un sudor frio y un dolor agudo. Ya palpaba sin miedo por todos los lados, Pa Pa Pa. Recordé aquella sombra que percibí y entonces fui consciente de que podría haber sido robado. BROOOOM, mis tripas. Me dije, macho esto no es hambre. Tenía que volver a la civilización, tan cerca para todos y tan lejos para un miope. Busqué el camino con cierta desesperación. Solo veía imágenes desenfocadas, bultos sospechosos y nada que se pareciera a una salida. Escuché a alguien hablar. Pedí auxilio.
-¿Alguien me puede ayudar?
- ¿Qué es lo que le pasa señor?
- Que no encuentro el camino.
- Pues reza mucho hijo, que Diós te guiará.
Las voces se alejaban.
- Señores, que tengo que salir de aquí, que no veo bien y es muy urgente, grité yo.
- ¿Qué dice ese hombre, Eloy?
- No le escuché bien, me pareción que dijo algo de teniente.
- Tu si que estás teniente. Vamos que no llegamos a Misa.
Y desaparecieron de mis oídos.
Rendido y entregado, encontré alivio en un seto. No entraré en más detalles. Cogí el móvil, pedí ayuda y me recogió mi sobrina Isabel, la única persona de mi entrono que conduce. Me dio las gafas de repuesto y respiré hondo. Miré alrededor buscando el lugar del delito con el fin de camuflarlo. Solo vi a un hombre vestido con un mono de trabajo al lado de un vehículo del Canal De Isabel II. Se estaba mesando los cabellos y gritó: ¿Quién será el Cabrón que me ha cagado la furgoneta?
Al gafe lo tengo acorralado en un radio de 500 metros alrededor de mi casa. Fuera de esa distancia camino tranquilo y sonriente. Al gafe le pillaré pronto y le haré un conjuro que me enseñó Alfonso Ussía para convertirle en contragafe y en vez perjudicar a los demás, que la mala suerte se vuelva contra él.
Porque Los Gafes existen, O no. No lo se
El Instigador
1 comentario:
¡¡¡Qué historia tan bien contada!!!
¡¡¡Qué situación más angustiosa!!!, menos mal que siempre le pones el picante del humor. Al final ha quedado superdivertida.
Publicar un comentario