Ese día amaneció tarde y cuando la mañana se quiso dar cuenta, las agujas de mi despertador estaban de coyunda en la posición de las doce. Me di cuenta de que llevaba el traje puesto y la corbata azul anudada, que tenía la punta por encima de mi cabeza, hacía juego con el color violáceo de mis ojeras y me daba el aspecto de un suicida de tiros largos al que le faltaba un planchado y un afeitado para que los de la funeraria le dieran el visto bueno y lo metieran directamente en una caja tapizada por Coco Chanel.
Deshice el lazo que me oprimía y me incorporé de repente cuando me sobrevino una punzada en la cabeza y me volví a recostar despacio hasta que descansé en la almohada que me pareció tan áspera como la joroba de un dromedario. El dolor se fue aliviando y conseguí que las palpitaciones de mi sien se acoplaran al segundero del carillón que sonaba bronco y parecía regañarme con la cadencia de un quirieleison por mi vida disipada y llena de excesos.
Me desnudé despacio para no alterar mis biorritmos, tan confusos como lo podría estar una araña enredada en su propia tela. Al quitarme el calzoncillo, las viejas cortinas de terciopelo rojo se enrollaron sobre si mismas por ese extraño pudor clerical que siempre tienen los objetos color púrpura o porque no era fácil admirar un espectáculo en el que se mezclaba la palidez de mi piel con las costuras que los cirujanos de guardia me habían tricotado por todo el cuerpo en mi fracasada carrera de novillero. Me miré de arriba abajo en el espejo y desde el cuello a las rodillas todo se asemejaba a un pergamino escrito en morse, puntos y rayas donde un viejo telegrafista podría descifrar la historia de mi vida.
Mi cita con el agua iba a ser breve porque había olvidado pedir butano y a fin de cuentas no tenía ganas de ducharme, solo un restregón de compromiso que me refrescara la cabeza y desodorizara las axilas y las partes blandas más blandas que nunca.
Fue entonces cuando lo noté. Había un extraño vacío en mis testículos. Palpé cuidadosamente y en lado izquierdo todo era normal pero en el derecho no notaba nada, solo el vacío de lo inexistente, puro cuero peludo como un odre sin agua. Imaginé que podría estar escondido, como a veces les pasa a los niños y tosí como si me fuera la vida en ello esperando que asomara mi cojón y me dijera que me había gastado una broma, pero no fue así. Empecé a marearme y salí del baño tropezando con puertas y muebles buscando el alivio horizontal de la cama donde desmayarme.
Desperté en el hospital. Llegó una enfermera de bata verde y ojos de miel que me tomó la temperatura y me pregunto cómo me encontraba, pero no pude hablar. A las pocas horas, un médico me explicaba que me había estrellado contra la luna del armario y que era un milagro que estuviera vivo. Le pregunté por mi testículo derecho y negó con la cabeza.
Ha sufrido cortes muy graves en todo el cuerpo. De la zona genital es lo único que estaba sano, pero el cojón izquierdo...lo siento, no nos quedó más remedio que extirparlo.
6 comentarios:
Esto que relatas, es tema de una pesadilla para cualquier hombre. Podría decirse (sin ningún tipo de analogías) que es un verdadero golpe bajo. Muy bueno tu blog! Un saludo.
Cuando fui a ver el Sexto Sentido, una compañera me dijo "¿eso no es verdad, no?
La imagino leyendo la historia del pobre "descojonado" (y no precisamente de risa, criaturita) diciendo exactamente lo mismo con la misma cara de espanto.
Muy bueno y tristemente gracioso.
Gracias por linkarme.
Besos (llenos de sensibilidad)
P.D. Envidio tu forma de contar las cosas.
Me gusta como cuentas las cosas. Te añadiré a mis favoritos y cuando venza la pereza de entrar en mi blog, te linkearé...
Saludos
Vencida la pereza, ya puse el link. Llegué a tu blog por el de Carmen.
Saludos.
Uf!Terminando de leer el ultimo parrafo mi risa colisiono con un enorme "que pena". Tragico comico. Como muchas de las cosas que me suceden...
Te estare leyendo. Saludos.
Vamos a leer el final, a ver cómo acaba. ¡¡Qué intriga!!
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