La pérdida de un testículo me ha valido para no tener que responder al sastre de qué lado cargo y al tener el peso peor distribuido, calcular mal la trayectoria en las esquinas por lo que debo rectificar sobre la marcha para no atropellar a los ciegos que venden el cupón o entrar en establecimientos en los que no estoy interesado.
Tenía dos soluciones: agenciarme un huevo de madera, de aquellos que usaban nuestras abuelas para remendar los tomates de los calcetines y llevarlo siempre en el bolsillo o acudir a un especialista donde buscar un remedio asequible si es que ello es posible. Todos conocemos gente con ojos de cristal de bohemia, dentaduras de oro, narices de platino y piernas de contrachapado, pero nunca había oído hablar de cojones de repuesto. Si los hubiera, ¿Son fijos o de quita y pon?. ¿Color carne o de luto riguroso?. ¿Los hay con peluquín o alopécicos como Juli Borisovich?.
Consulté con mi médico de familia la posibilidad de que la seguridad social me sufragara una prótesis que elevara mi decaído espíritu y descendiera mi elevado escroto al ras de lo habitual, pero el Doctor Arsenio Pamplinero, sencillamente no contemplaba posible dicha propuesta.
- Mira, Diógenes: Aún en el supuesto de que existieran prótesis de ese tipo, ¿ tu piensas que el estado te va a sufragar esa operación , cuando no te paga ni una funda dental?. NI DE COÑA, y aligera que tengo la consulta llena griposos y reumáticos.
Algo desesperado, acudí al entrañable mundo de la ortopedia, todo magia e ilusión donde lo mismo te esconden una sonrosada hernia estrangulada, que te facilitan, en formato PVC como las ventanas, un maravilloso brazo en tonalidades que van desde el más blanquecino ario al negro cubano más prieto. Todo un mundo de posibilidades con una financiación inmejorable y donde no importa que la firma del contrato no sea del todo legible porque asumen que la pérdida de un miembro no es incompatible con el honorable fin de dejar de ser manco, aunque el resultado final sea desastroso si nos referimos a estética y utilidad.
Tenía que intentarlo porque me devanaba los sesos entre mi seguridad casi absoluta de la inexistencia del producto y esa mínima posibilidad de que un celador desocupado y manitas hubiera lanzado al mercado “el huevo de repuesto”. No sabía como preguntar por el producto y decidí resolverlo sobre la marcha. Para ello, elegí cuidadosamente el sitio y la hora de manera que el local estuviera vacío de público. Nada más se levantó la trapa metálica, entré como un poseído y le pregunté al dependiente.
- ¿A que no hay cojones?
- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
- Disculpe, señor, ¿cojones para qué?
- Cojones para vender, claro.
- Yo tengo cojones para vender lo que haga falta, llevo en la profesión veinte años y no me ha faltado valor ni para atender los casos más complicados.
- Si, si, pero yo me quería agenciar un huevo.
- Pues se ha equivocado de sitio, la cafetería está dos portales más arriba.
- ¡ Un testículo falso! , coño, ¡un cojón de plástico!, ¡un huevo de marfil !, lo que sea.
- Entiendo, Usted busca una tienda de artículos de broma. En ese barrio ya no queda ninguna.
Ofuscado por la incomprensión del incompetente no me quedó más remedio que bajarme los pantalones y mostrarle al dependiente lo insólito de mi petición.
- ¡Haber empezado por ahí!. Lo que busca es una prótesis testicular. Deje que mire un poco detenidamente que tengo que calcular la talla y el color.
Me observó detenidamente y sopesó con una mano y gran aplomo el pesaje de mi otra víscera y comentó sorprendido ante mis cicatrices.
Disculpe la pregunta, señor. ¿No le parece que ya es vd. muy mayor para andar golfeando con su gata?
No le estrangulé porque entró una señora y viendo el espectáculo dijo que iba a llamar a la policía.
- Lo siento señor, tengo el color, pero de talla calza una pequeña que no se fabrica.
Salí desesperado y con la autoestima tan baja que parecía de la cuadrilla del bombero torero. Llegué a casa y mirando en Internet di con la solución.
La Seguridad Social incluirá los testículos dentro de su avanzado programa de trasplantes. Me apunté de los primeros, pero como no era un caso de extrema gravedad, puesto que tenía otro, quedé en lista de espera con un plazo mínimo de cinco años. Lo malo es que cabe la posibilidad de que dentro de ese plazo, me tengan que reponer los dos.
PD. Los animales no donan sus órganos. No seas animal y dona los tuyos.
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miércoles, 24 de octubre de 2007
lunes, 15 de octubre de 2007
EL HOMBRE QUE PERDIÓ UN COJON
Ese día amaneció tarde y cuando la mañana se quiso dar cuenta, las agujas de mi despertador estaban de coyunda en la posición de las doce. Me di cuenta de que llevaba el traje puesto y la corbata azul anudada, que tenía la punta por encima de mi cabeza, hacía juego con el color violáceo de mis ojeras y me daba el aspecto de un suicida de tiros largos al que le faltaba un planchado y un afeitado para que los de la funeraria le dieran el visto bueno y lo metieran directamente en una caja tapizada por Coco Chanel.
Deshice el lazo que me oprimía y me incorporé de repente cuando me sobrevino una punzada en la cabeza y me volví a recostar despacio hasta que descansé en la almohada que me pareció tan áspera como la joroba de un dromedario. El dolor se fue aliviando y conseguí que las palpitaciones de mi sien se acoplaran al segundero del carillón que sonaba bronco y parecía regañarme con la cadencia de un quirieleison por mi vida disipada y llena de excesos.
Me desnudé despacio para no alterar mis biorritmos, tan confusos como lo podría estar una araña enredada en su propia tela. Al quitarme el calzoncillo, las viejas cortinas de terciopelo rojo se enrollaron sobre si mismas por ese extraño pudor clerical que siempre tienen los objetos color púrpura o porque no era fácil admirar un espectáculo en el que se mezclaba la palidez de mi piel con las costuras que los cirujanos de guardia me habían tricotado por todo el cuerpo en mi fracasada carrera de novillero. Me miré de arriba abajo en el espejo y desde el cuello a las rodillas todo se asemejaba a un pergamino escrito en morse, puntos y rayas donde un viejo telegrafista podría descifrar la historia de mi vida.
Mi cita con el agua iba a ser breve porque había olvidado pedir butano y a fin de cuentas no tenía ganas de ducharme, solo un restregón de compromiso que me refrescara la cabeza y desodorizara las axilas y las partes blandas más blandas que nunca.
Fue entonces cuando lo noté. Había un extraño vacío en mis testículos. Palpé cuidadosamente y en lado izquierdo todo era normal pero en el derecho no notaba nada, solo el vacío de lo inexistente, puro cuero peludo como un odre sin agua. Imaginé que podría estar escondido, como a veces les pasa a los niños y tosí como si me fuera la vida en ello esperando que asomara mi cojón y me dijera que me había gastado una broma, pero no fue así. Empecé a marearme y salí del baño tropezando con puertas y muebles buscando el alivio horizontal de la cama donde desmayarme.
Desperté en el hospital. Llegó una enfermera de bata verde y ojos de miel que me tomó la temperatura y me pregunto cómo me encontraba, pero no pude hablar. A las pocas horas, un médico me explicaba que me había estrellado contra la luna del armario y que era un milagro que estuviera vivo. Le pregunté por mi testículo derecho y negó con la cabeza.
Ha sufrido cortes muy graves en todo el cuerpo. De la zona genital es lo único que estaba sano, pero el cojón izquierdo...lo siento, no nos quedó más remedio que extirparlo.
Deshice el lazo que me oprimía y me incorporé de repente cuando me sobrevino una punzada en la cabeza y me volví a recostar despacio hasta que descansé en la almohada que me pareció tan áspera como la joroba de un dromedario. El dolor se fue aliviando y conseguí que las palpitaciones de mi sien se acoplaran al segundero del carillón que sonaba bronco y parecía regañarme con la cadencia de un quirieleison por mi vida disipada y llena de excesos.
Me desnudé despacio para no alterar mis biorritmos, tan confusos como lo podría estar una araña enredada en su propia tela. Al quitarme el calzoncillo, las viejas cortinas de terciopelo rojo se enrollaron sobre si mismas por ese extraño pudor clerical que siempre tienen los objetos color púrpura o porque no era fácil admirar un espectáculo en el que se mezclaba la palidez de mi piel con las costuras que los cirujanos de guardia me habían tricotado por todo el cuerpo en mi fracasada carrera de novillero. Me miré de arriba abajo en el espejo y desde el cuello a las rodillas todo se asemejaba a un pergamino escrito en morse, puntos y rayas donde un viejo telegrafista podría descifrar la historia de mi vida.
Mi cita con el agua iba a ser breve porque había olvidado pedir butano y a fin de cuentas no tenía ganas de ducharme, solo un restregón de compromiso que me refrescara la cabeza y desodorizara las axilas y las partes blandas más blandas que nunca.
Fue entonces cuando lo noté. Había un extraño vacío en mis testículos. Palpé cuidadosamente y en lado izquierdo todo era normal pero en el derecho no notaba nada, solo el vacío de lo inexistente, puro cuero peludo como un odre sin agua. Imaginé que podría estar escondido, como a veces les pasa a los niños y tosí como si me fuera la vida en ello esperando que asomara mi cojón y me dijera que me había gastado una broma, pero no fue así. Empecé a marearme y salí del baño tropezando con puertas y muebles buscando el alivio horizontal de la cama donde desmayarme.
Desperté en el hospital. Llegó una enfermera de bata verde y ojos de miel que me tomó la temperatura y me pregunto cómo me encontraba, pero no pude hablar. A las pocas horas, un médico me explicaba que me había estrellado contra la luna del armario y que era un milagro que estuviera vivo. Le pregunté por mi testículo derecho y negó con la cabeza.
Ha sufrido cortes muy graves en todo el cuerpo. De la zona genital es lo único que estaba sano, pero el cojón izquierdo...lo siento, no nos quedó más remedio que extirparlo.
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