Arrastré el último cubo y lo puse con los otros. Juntos, con su tapadera naranja, en formación de a uno, parecían un contingente de chaparros reservistas del UPA venezolano esperando el transporte para ir a la revolución. En cada uno de ellos, la dirección del edificio: Cerillera Lucita Cajetilla 13 bis. Los letreros me habían quedado muy bien. A mano alzada, con pincel y tinta china, los había escrito con la precisa caligrafía que un amanuense cartujo en celo escribiría con la minga al poner el nombre de su amada en rubia orina frente al paredón del convento.
La piedra estaba ñoña. Colgaba de su cadena algo lacia, incluso había perdido color. Acaso tuviera algo que ver el collejón que me engrudó Tito por no haberle pagado y que en el mismo acto me grabó en la frente la silueta del abrechapas que estaba en el mostrador y encestó el amuleto de un brinco desde mi pecho que cayó en la copa de orujo en una parábola perfecta . Solo sé que el licor se oscureció y la piedra demudó un tanto el color, del susto, supuse. A lo mejor es que el orujo era casero o lo hacían con disolvente, nunca se sabe.
Algo decepcionado probé mi suerte. Cuarenta céntimos era todo mi capital y los invertí en la tragaperras no sin antes frotar las monedas con ella para trasmitirlas el magnetismo benéfico que emanaba de su interior. Clin, clin clin, nada. Clin, clin, clin,.. torí torí torá, clan, clan, clan, clan, clan, cinco euritos. ¡Lo sabía! Ya nada me arredraba, ganaría el gran premio. Doce horas después, con la piedra desgastada de tantos frotamientos y tres monedas de uno en el bolsillo, el camarero me echaba a escobazos mientras me agarraba al dispensador de bolas para niños suplicando la última oportunidad, pero no fue posible. La mirada amenazante del tabernero emitía un fulgor maligno que no me asustaba, pero el cuchillo jamonero que ahora agitaba como faca de quinqui fue suficiente para convencerme de que debía dejarlo para otro día. No había sido una mala inversión. Había multiplicado por cinco en poco tiempo, algo que no habría conseguido en la bolsa ni aunque hubiera comprado en su mejor momento acciones de un chicharro despistado en el mar de cotizaciones absurdas.
Aquello no podía continuar así. Tenía fuerza para combatir, juventud para arriesgar, talento para aburrir y la piedra de la suerte como compañera fiel, el faro de mi destino, la cuerda de mi escalada, la fe inquebrantable de un mormón evangelista sin su inseparable compañero encamado con purgaciones. Aquella noche, en la intermitente oscuridad de mi habitación sin persianas, veía el reflejo del luminoso parpadeante del puticlub de enfrente reflejado en la pared, como el que mira al cielo una noche de Agosto buscando estrellas fugaces y se encuentra con la cruda realidad de que Pimpollo´s no era un astro sino un antro y que mi vida cambiaría desde ese momento.
Al día siguiente me despedí del trabajo pero antes de terminar mi relación laboral le hice al jefe el favor de quemar los papeles en la caldera. Iba por la segunda caja cuando vi un grupo de folios grapados de un grosor poco habitual. Al examinarlo me fijé que detrás de la tapa de cartulina, en la primera página se leía: CONFIDENCIAL. TOP SECRET. Metí el legajo entre los pantalones y la camiseta, terminé la faena y salí de naja en busca de un sitio tranquilo donde leer aquello que tanto me intrigaba. En un parque tranquilo, al solecillo de Abril, empecé la lectura de los documentos sustraídos. No podía creer lo que estaba leyendo. Era información de la Interpol donde salía la lista de los facinerosos más buscados y por los que daban fuertes recompensas. Incluía nombres, motes, sitios por donde habían sido vistos y un número de teléfono al que llamar por si alguien conocía el paradero de cualquiera de ellos. En la segunda página, a todo color y con su bigotón de Burt Reynolds aparecía la foto de mi primo Cachete que huyó después de un turbio asunto de tráfico ilegal de tabaco rubio en Estados Unidos. Su planteamiento era sencillamente genial. Quería traer tabaco de contrabando a España desde Virginia, el mayor estado productor en los USA. Llegó y vio asombrado que un paquete costaba allí tres veces más que en España, por lo que invirtió la operación. Compró centenares de cajas en el estanco de Eustaquio y las envió por barco a Florida donde desembarcarían como embutidos y chacinas. El pobre no tuvo en cuenta que allí se vigilan mucho más a los inocentes chorizos que a los lanzagranadas y le pillaron de pleno. El envío no fue revisado, simplemente incinerado sin comprobar la carga y como la entrada de alimentos ilegales era además de un delito penal, también ecológico, le pusieron en busca y captura como delincuente muy peligroso. La recompensa: 5 millones de dólares.
Lo bueno del caso es que yo sabía donde se metía mi primo. En una brillante operación cosmética y dado que no quería desprenderse del bigote, lo dejó crecer, se rapó la cabeza, se puso un gorro raro y me mezcló con la gente asiática del barrio chino barcelonés en una copia que parecía clavada al mismísimo Fu Manchu. Allí, sirviendo chop suey, llevaba casi diez años de anonimato entre el glutamato y el licor de lagarto, entre la salsa de ostras y el pato pekín viviendo en una trastienda con otros diez compañeros que admiraban su arte para la trasformación y el tamaño de su paquete poco común en el mundo oriental.
- Cachete pilila glande. Cachete enseñal pilila.
- Vale, pero si me la saca Flor de Loto.
- Flol de Loto no, sel mi plometida. Cachete glan cablón. Chinito coltalá pilila y halá celdo aglidulce.
Me debatía en un estanque de dudas. Podía solucionar mi vida con una simple llamada, pero arruinaría la vida de mi primo. Saqué el colgante de mi cuello y en ese momento se levanto una ráfaga de viento. El cuaderno se revolvió entre mis manos y voló unos metros. Quedó boca abajo y cuando lo recogí con la piedra en la mano me fijé que la página donde había quedado decía: MUY IMPORTANTE. Se ruega diligencia en la búsqueda de los delincuentes porque estos delitos prescriben en diez años desde su ejecución. Aquello era la mejor noticia. Daría a la interpol la información sobre mi primo unas horas antes de que prescribiera el delito, le detendrían pero no habría tiempo para juzgarle porque ya habrían pasado más de diez años, quedaría libre y yo millonario perdido. La piedra me había vuelto a solucionar la vida.
¿Acabará así la historia? ¿Habrá continuación? ¿Me saldrá de las pelotas seguir con este cuento? Estos y otros enigmas se resolverán en el siguiente post de este insigne blog.