Sir Thomas Glensire, Escocés de nacimiento y Español por
decisión propia se largó de su palacio a las afueras de Edimburgo con la
intención de no volver jamás. De noble linaje la única obligación que le exigía
la familia era que se licenciara en alguna carrera, no importaba cual, porque
se podía dedicar a la vida muelle pero con estudios. No se anduvo con rodeos. Llamó al rector que
le atendió personalmente y sin más preámbulos le espetó. Quiero saber cuál es
la carrera más sencilla que se cursa en esta universidad. Examinaron durante un
par de minutos las posibilidades y quedaron en que se matricularía en Buenas
Maneras y Protocolo, algo sencillo pues lo llevaba aprendido de cuna pero su
carácter abúlico, bastante dejado, hizo que tardara 7 años lo que podría haber
hecho en 3 y eso que sobornó convenientemente al profesor de "uso adecuado
del sombrero de copa" un laborista feroz enmascarado que chocaba frontalmente
con su formación Tory. Cinco mil libras fueron suficientes para resolver el
problema y obtener el diploma que enmarcó y regaló a su padre con la siguiente
dedicatoria:
Buenas maneras, qué locura
parece y es tontería
estudiar algo que sería
natural, conservar la compostura.
Me repugna el Kilt,
Lo siento padre
y aunque el perro me ladre,
jamás vestiré bombín
Sólo tuvo un interés obsesivo: los idiomas. Dedicó muchas
horas con los mejores profesores y con
esfuerzo consiguió entender y hacerse entender en Francés, Alemán y Español,
además de algo de Flamenco, Danés y Ruso. Después de visitar casi todos los países de
Europa con la intención de buscar acomodo en alguno que le satisficiera, recaló en Madrid cumplidos los 29. Aunque no
lo dijo a la familia, la verdadera razón de su huida era una fatal fobia a la
lluvia que le causaba sarpullido y una murria llorona que disimulaba como podía
aduciendo un catarro eterno, algo así como un proceso alérgico que documentó un
médico amigo con un falso diagnóstico para
convencer a la familia de la necesidad de buscar un clima soleado que le
aliviara el sufrimiento sin perder la jugosa herencia.
De los Países Bajos recuerda unos mejillones cargados de
nata y los aeropuertos de los que nunca salió por las borrascas , de la bella
Francia unas magníficas ostras normandas que engulló en un hotel mientras pedía
un taxi para salir de ese infierno tan lluvioso como su Escocia natal, de
Alemania sus vinos blancos, una cerveza rubia que probó empujado por el
entusiasmo del personal en la feria de Munich. No era ni mucho menos como esas
ales tibias y tostadas de su Inglaterra natal por lo que la cató con recelo y
de la que opinó para gran disgusto del tabernero después del breve sorbo: "pis
de gato". Pasó por Polonia,
Austria, salió de naja de Copenhague donde ni pisó la calle y a Grecia ni se
acercó por no saber griego, ni ganas de
aprenderlo. Con intención de marchar a
Marruecos no tuvo más remedio que hacer escala en Madrid un soleado Mayo de 1972. Su enlace con Rabat
le dejaba unas horas libres y decidió tomar un taxi que le llevara al Bernabéu,
único monumento español del que tenía noticia además de la Alhambra de Granada
y el Acueducto de Segovia. Aquel traslado fue para él como si se le hubiera
aparecido el mismo Jesucristo. Visitó el estadio, comió opíparamente en una
terraza aledaña una docena de chuletillas de lechal que le parecieron un delicioso
infanticidio, una botella de Vega Sicilia que el maître le endosó cuando le requirió un buen vino
tinto y un suflé flambeado con el que
creyó estar en el mismo cielo. Cuál sería su felicidad que se quitó la
americana y se remangó la camisa hasta los codos dejando al aire sus pálidos
antebrazos, cosa que no había hecho desde su más tierna infancia. Un camarero le quiso agasajar y sabiendo su
procedencia Británica le sirvió de parte de la casa un té y un whisky de malta
que acompañó de una cubitera con gordos
hielos. Sir Thomas le miró sorprendido,
rechazó el té, los hielos y pronunció la frase que le haría famoso en los bares
que frecuenta desde entonces.
- Antes bebería un
whisky frio que una taza de agua caliente-
Pagó la cuenta en libras, cosa que mosqueó al dueño hasta
que miró el tipo de cambio en el periódico y comprobó que le entregaba más del
doble de lo consumido, se despidió con la amabilidad de un Sir y pidió un coche
que le llevara al aeropuerto. Llegó a tiempo de recuperar el equipaje antes de
que embarcara a Rabat, rompió el billete, consiguió pesetas como para comprar un auto y de vuelta al
centro pidió al taxista que le llevara al mejor hotel. Dos años estuvo en una suite del Ritz de
donde sólo se ausentaba cuando el tiempo
se revolvía. Entonces miraba el periódico y ahuecaba el ala allí donde las
isobaras anunciaran sol , daba igual sur que norte o centro. Aquellos viajes
duraban lo que tardaba en aparecer un nublado , unos miserables cirros o cualquier presagio de
lluvia. Compró pisos en Madrid y Sevilla y a los cinco años era una gran
conocedor de gótico y románico, pintores de todas la épocas, jereces de todo
pelaje con especial deleite en los olorosos aunque nunca despreciaba una
manzanilla a la que siempre sobraba frio ya que perdía carácter, mariscos
gallegos , carnes rojas, asados
castellanos, fritos andaluces, catedrales y ermitas... Se convirtió en una gran
conocedor de este país en cinco años de holganza huyendo de las nubes.
Coincidí con él en el Arlington, una coctelería coqueta y
pronto hicimos amistad. Con el paso de
los años utiliza un castellano prodigioso, lleno de matices, pero conserva su acento británico que mezcla
con algunas expresiones incorrectas, no porque ignore su buen uso sino para dar
a su elocución un tono snob. Muchos sábados quedábamos para hacer alguna visita
corta a poblaciones cercanas, pueblos con historia como Alcalá o Aranjuez,
otras a pueblos de los que había oído hablar por tener una bodega que prometía y que casi siempre le
decepcionaban. En su viejo Jaguar, este escocés que abomina de la lluvia y del
té, no así del whisky, después de dar un corto pasea, casi siempre entorno a
las 12 del mediodía, hacía un alto en el camino y preguntaba con sorna.
Querido, ¿No es ya hora de tomar "un" copa? Entrábamos en cualquier bar, examinaba
cuidadosamente el entorno, miraba la barra de pinchos y si algo le parecía mal,
con educación exquisita se acercaba al camarero y pedía un oporto blanco, un
campari con aperol o cualquier bebedizo
que con seguridad no vendía el establecimiento. Se despedía cortésmente y añadía.
Verá usted, me tomaría otra cosa pero soy un ser caprichoso, y nos pirábamos
raudos en busca de otro sitio donde calmar su sed.
Hasta el momento permanece soltero, no por falta de amantes
y pretendientes sino por su rechazo al
compromiso. He tenido en mis brazos muchas bellas damas que merecerían ser
desposadas pero eso me obligaría a dos cosas: permanecer con ellas hasta el fin
de mi vida con las alas recortadas e invitar a mi familia a la boda, lo que
sería terrible para mis nervios. Me contó una noche en el Arlington que no
recordaba el nombre de muchas de sus amantes pero las identificaría de nuevo
por las arrugas que dejaron en la almohada. Vive solo con su ama de llaves que
le limpia, plancha y cocina aunque como dice es tirar el dinero. Salgo de casa
con la intención de volver para el almuerzo pero las cosas más interesantes me suceden media
hora antes de la comida. Alarga el aperitivo hasta las cuatro, tapea pequeñas
porciones de diferente pelaje sin que le falte el buen jamón del que entiende
tanto como el mismo Joselito y duerme su siesta hasta que la curiosidad le
puede y sale de casa con el espíritu renovado de un niño a una exposición,
conferencia o su partida de bridge. Más
tarde unos jereces antes de pasar a la cena que riega con buenos tintos para rematar
en alguno de sus bares favoritos, esos donde se encuentra con amigos de años,
para degustar unos whiskys, eso si, siempre sin hielo. Gran tipo este escocés
errante de la lluvia...y del abominable té.