martes, 23 de julio de 2013

UN GRAN TIPO



Sir Thomas Glensire, Escocés de nacimiento y Español por decisión propia se largó de su palacio a las afueras de Edimburgo con la intención de no volver jamás. De noble linaje la única obligación que le exigía la familia era que se licenciara en alguna carrera, no importaba cual, porque se podía dedicar a la vida muelle pero con estudios.  No se anduvo con rodeos. Llamó al rector que le atendió personalmente y sin más preámbulos le espetó. Quiero saber cuál es la carrera más sencilla que se cursa en esta universidad. Examinaron durante un par de minutos las posibilidades y quedaron en que se matricularía en Buenas Maneras y Protocolo, algo sencillo pues lo llevaba aprendido de cuna pero su carácter abúlico, bastante dejado, hizo que tardara 7 años lo que podría haber hecho en 3 y eso que sobornó convenientemente al profesor de "uso adecuado del sombrero de copa" un laborista feroz enmascarado que chocaba frontalmente con su formación Tory. Cinco mil libras fueron suficientes para resolver el problema y obtener el diploma que enmarcó y regaló a su padre con la siguiente dedicatoria:

Buenas maneras, qué locura
parece y es tontería
estudiar algo que sería
natural, conservar la compostura.
Me repugna el Kilt,
Lo siento padre
y aunque el perro me ladre,
jamás vestiré bombín

Sólo tuvo un interés obsesivo: los idiomas. Dedicó muchas horas con los mejores profesores  y con esfuerzo consiguió entender y hacerse entender en Francés, Alemán y Español, además de algo de Flamenco, Danés y Ruso.  Después de visitar casi todos los países de Europa con la intención de buscar acomodo en alguno que le satisficiera,  recaló en Madrid cumplidos los 29. Aunque no lo dijo a la familia, la verdadera razón de su huida era una fatal fobia a la lluvia que le causaba sarpullido y una murria llorona que disimulaba como podía aduciendo un catarro eterno, algo así como un proceso alérgico que documentó un médico amigo  con un falso diagnóstico para convencer a la familia de la necesidad de buscar un clima soleado que le aliviara el sufrimiento sin perder la jugosa herencia.

De los Países Bajos recuerda unos mejillones cargados de nata y los aeropuertos de los que nunca salió por las borrascas , de la bella Francia unas magníficas ostras normandas que engulló en un hotel mientras pedía un taxi para salir de ese infierno tan lluvioso como su Escocia natal, de Alemania sus vinos blancos, una cerveza rubia que probó empujado por el entusiasmo del personal en la feria de Munich. No era ni mucho menos como esas ales tibias y tostadas de su Inglaterra natal por lo que la cató con recelo y de la que opinó para gran disgusto del tabernero después del breve sorbo: "pis de gato". Pasó por  Polonia, Austria, salió de naja de Copenhague donde ni pisó la calle y a Grecia ni se acercó por no saber griego, ni ganas  de aprenderlo.  Con intención de marchar a Marruecos no tuvo más remedio que hacer escala en Madrid  un soleado Mayo de 1972. Su enlace con Rabat le dejaba unas horas libres y decidió tomar un taxi que le llevara al Bernabéu, único monumento español del que tenía noticia además de la Alhambra de Granada y el Acueducto de Segovia. Aquel traslado fue para él como si se le hubiera aparecido el mismo Jesucristo. Visitó el estadio, comió opíparamente en una terraza aledaña una docena de  chuletillas de lechal que le parecieron un delicioso infanticidio, una botella de Vega Sicilia que el maître  le endosó cuando le requirió un buen vino tinto y un suflé flambeado  con el que creyó estar en el mismo cielo. Cuál sería su felicidad que se quitó la americana y se remangó la camisa hasta los codos dejando al aire sus pálidos antebrazos, cosa que no había hecho desde su más tierna infancia.  Un camarero le quiso agasajar y sabiendo su procedencia Británica le sirvió de parte de la casa un té y un whisky de malta que acompañó de una  cubitera con gordos hielos.  Sir Thomas le miró sorprendido, rechazó el té, los hielos y pronunció la frase que le haría famoso en los bares que frecuenta desde entonces. 

-  Antes bebería un whisky frio que una taza de agua caliente- 

Pagó la cuenta en libras, cosa que mosqueó al dueño hasta que miró el tipo de cambio en el periódico y comprobó que le entregaba más del doble de lo consumido, se despidió con la amabilidad de un Sir y pidió un coche que le llevara al aeropuerto. Llegó a tiempo de recuperar el equipaje antes de que embarcara a Rabat, rompió el billete, consiguió pesetas  como para comprar un auto y de vuelta al centro pidió al taxista que le llevara al mejor hotel.  Dos años estuvo en una suite del Ritz de donde sólo se ausentaba  cuando el tiempo se revolvía. Entonces miraba el periódico y ahuecaba el ala allí donde las isobaras anunciaran sol , daba igual sur que norte o centro. Aquellos viajes duraban lo que tardaba en aparecer un nublado ,  unos miserables cirros o cualquier presagio de lluvia. Compró pisos en Madrid y Sevilla y a los cinco años era una gran conocedor de gótico y románico, pintores de todas la épocas, jereces de todo pelaje con especial deleite en los olorosos aunque nunca despreciaba una manzanilla a la que siempre sobraba frio ya que perdía carácter, mariscos gallegos , carnes rojas,  asados castellanos, fritos andaluces, catedrales y ermitas... Se convirtió en una gran conocedor de este país en cinco años de holganza huyendo de las nubes.
Coincidí con él en el Arlington, una coctelería coqueta y pronto hicimos amistad.  Con el paso de los años utiliza un castellano prodigioso, lleno de matices,  pero conserva su acento británico que mezcla con algunas expresiones incorrectas, no porque ignore su buen uso sino para dar a su elocución un tono snob. Muchos sábados quedábamos para hacer alguna visita corta a poblaciones cercanas, pueblos con historia como Alcalá o Aranjuez, otras a pueblos de los que había oído hablar por tener una bodega  que prometía y que casi siempre le decepcionaban. En su viejo Jaguar, este escocés que abomina de la lluvia y del té, no así del whisky, después de dar un corto pasea, casi siempre entorno a las 12 del mediodía, hacía un alto en el camino y preguntaba con sorna. Querido, ¿No es ya hora de tomar "un" copa?  Entrábamos en cualquier bar, examinaba cuidadosamente el entorno, miraba la barra de pinchos y si algo le parecía mal, con educación exquisita se acercaba al camarero y pedía un oporto blanco, un campari con aperol  o cualquier bebedizo que con seguridad no vendía el establecimiento. Se despedía cortésmente y añadía. Verá usted, me tomaría otra cosa pero soy un ser caprichoso, y nos pirábamos raudos en busca de otro sitio donde calmar su sed. 

Hasta el momento permanece soltero, no por falta de amantes y pretendientes sino por su  rechazo al compromiso. He tenido en mis brazos muchas bellas damas que merecerían ser desposadas pero eso me obligaría a dos cosas: permanecer con ellas hasta el fin de mi vida con las alas recortadas e invitar a mi familia a la boda, lo que sería terrible para mis nervios. Me contó una noche en el Arlington que no recordaba el nombre de muchas de sus amantes pero las identificaría de nuevo por las arrugas que dejaron en la almohada. Vive solo con su ama de llaves que le limpia, plancha y cocina aunque como dice es tirar el dinero. Salgo de casa con la intención de volver para el almuerzo pero  las cosas más interesantes me suceden media hora antes de la comida. Alarga el aperitivo hasta las cuatro, tapea pequeñas porciones de diferente pelaje sin que le falte el buen jamón del que entiende tanto como el mismo Joselito y duerme su siesta hasta que la curiosidad le puede y sale de casa con el espíritu  renovado de un niño a una exposición, conferencia o su partida de bridge.  Más tarde unos jereces antes de pasar a la cena que riega con buenos tintos para rematar en alguno de sus bares favoritos, esos donde se encuentra con amigos de años, para degustar unos whiskys, eso si, siempre sin hielo. Gran tipo este escocés errante de la lluvia...y del abominable té.

lunes, 10 de junio de 2013

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Encontrado animalito, color rosa  entre calles Trafalgar y Lepanto. Tamaño melón japonés. No come. Le abrí la boca con esfuerzo y me soltó una pedorreta. Le hice el boca a boca y recuperó la salud pero cada vez está más mustio. Si en unos días no aparece el dueño le tendré que poner la indición letal. Urgente. REF: 678969813. (Foto a pie de página)
 

AMISTAD

Gay 25, activo, resultón,  busca similares con objeto de ampliar círculos amistades . Si se ponen pesados también dejaría que me ampliaran el mío, pero sin pasarse que me duele que rabio. Ojete estrecho, qué se le va a hacer. REF: 767662356

19 Gótica querría amistad con Románico (de Roma) para intercambio de lenguas. Abstenerse halitósicos o con prótesis removible. REF: 85127552

Marino mercante, 39, chulazo, aseado. Calibre del 22 con cargador de 5 tiros, busca amor en cada puerto, aunque sea de montaña. Con la crisis me han bajado el sueldo y no hay forma de patrocinarme el puterío. REF: 878378784

Masoca, 33,  busco dominanta que me ponga las pilas. Tensión máxima 220 Volt.  a 370 se funden los plomillos de los empastes y se me sueldan los molares. Abstenerse profesionales de lanza térmica, electricistas sin experiencia o reponedoras de petardos en mascletás.   REF: 8886752375

Choni reconocida. 37, busca chatarrero para vender al peso 189 piercings por problemas económicos. Los del chichi me los quedo porque con el meneíto del triquitriqui se oyen las campanadas del Big Ben y queda vacilón. REF: 243676246

Monosabio, trucha total busca picador para corridas sin público. Se ruega no acudir a cita con la vara y el castoreño. Canta mucho. REF: 6556465632
 
Busco pobre que no desprecie las monedillas de cobre, que no mire de reojillo cuando se las das y que hace que para soltarlas tengas que meterlas entre las doraditas de 20 y 50. Es que la caridad me sale por un pico.  REF: 623657532
 
 
 
 
 
 

martes, 28 de mayo de 2013

EL SASTRE ITALIANO


Andaba yo paseando al perro que llevo dentro. Sucedió un domingo después de una fatídica carrera de fórmula 1 donde las cosas se torcieron tanto que obvié las dos últimas vueltas y salí del bar con la intención de reponer fondos y andar unas manzanas para aliviar mi creciente cabreo. Retirado algo de efectivo en el cajero de mi barrio, justo en el momento de guardarlo en la cartera y  todavía frente a la pantalla que indicaba mi mal estado financiero, alguien a mi espalda solicitó mi ayuda. Volví la cabeza y vi a un hombre algo nervioso que con intenso acento italiano me pidió que le indicara como salir hacia la carretera de Barcelona. Me acerqué a su coche y noté que tenía la cara mazada a golpes con especial relevancia de un ojo a la virulé en tonalidades que iban del negro sotana al morado nazareno dentro de una procesión de ocres al más puro estilo del Greco. La manera más sencilla de orientarle era que diera la vuelta por la calle que bajaba, tomara la dirección contraria y girara por una gasolinera cercana que le encaminaría irremediablemente a su destino. Se negó alegando que estaba prohibido  y que a los extranjeros se les exigía el pago al contado de las sanciones y no tenía dinero pues había sido atracado. Convinimos en que solucionara el entuerto en una rotonda más abajo y me tendió la mano en acto de agradecimiento. El apretón pareció sincero pero se alargaba en el tiempo mientras me contaba que había comprado un Rolex en una tienda, que al salir tres desalmados le atizaron candela al punto de tener que acudir a un hospital donde estuvo ingresado dos días. Me enseñó una bolsa de papel repleta de pastillas, una máquina para medir la glucosa pues era diabético y alabó mi natural elegancia, cosa que me extrañó pues la chaqueta que llevaba en ese momento, aunque de buena factura, arrastraba varias temporadas. Al comentar que no era para tanto me dijo que era sastre, adivinó mi talla y continuó el dicharacho alegando que estaba en España como colaborador de una tal Ferragamo cuya colección se había presentado en un reciente desfile de moda.

Solicitó de nuevo mi mano en actitud llorosa y  en acto de agradecimiento me ofreció gratis una chaqueta de piel que casualmente llevaba en el asiento de atrás y encima era de mi talla. La prenda en cuestión colgaba de una percha de baja estofa y estaba envuelta en un plastiquillo de tintorería que no correspondía a la calidad que pregonaba y cuyo coste superaba los tres mil euros. Tanto se empeñó que cogí la prenda aunque no conseguí palpar el material, no tanto por si misma sino para que me soltara la mano que sujetaba con firmeza por segunda vez. Alabó mi caballerosidad, las buenas relaciones de hermandad entre países hermanos y remató el discurso brillante de emociones con una petición irrechazable. No tenía dinero para la gasolina necesaria con que llegar a Barcelona donde tenía familiares que le prestarían  para regresar a su amada Italia. Una bicoca. setenta euritos que le daría para todo el periplo incluido lo suficiente para una comidita que le evitara la hipoglucemia tan temida por los diabéticos y que produce sudoraciones, mareos y desmayos imprevistos.  He de reconocer que fue un segundo de perplejidad hasta que deposité la chaquetita en el asiento delantero y me alejé a buen paso mientras el sastre italiano profería imprecaciones contra mi persona donde lo más bonito fue sinvergüenza y vafanculo.
Definitivamente le había jodido el timo pero ahora me arrepiento de no haberle dado diez pavos porque el trabajo fue tan elaborado y brillante que uno no tan precavido como yo habría caído con total seguridad.

Y es que soy de la opinión de que los buenos trabajos hay que pagarlos aunque sean de un timador que además ha sufrido un accidente laboral como el que sin duda soportó para obtener ese barroco cromatismo en la filós