domingo, 7 de septiembre de 2008

CENTRO DE DIA "DOMINGO MAMUERMO"

Me presentaré adecuadamente. Mi nombre es Genaro Jeringa pero todos me llaman el Chutas. He desempeñado muchas profesiones: librepensador, agorero, numismático especializado en el Kurdistán, chupacirios, contralmirante de barra en el bar La Trainera y minusválido por horas en la puerta de una iglesia. Vagué por esos mundos buscando mi vocación hasta que me contrataron en el centro de día para la tercera edad “Domingo Mamuermo“ como monitor de actividades. Ahora soy un hombre nuevo y feliz dedicado con ilusión al solaz y cuidado de los maravillosos ancianos que asisten al centro.

Los viejos son una gente encantadora excepto el noventa por ciento que son unos amargados. No se levantan a mis órdenes argumentando que están en silla de ruedas o les duele el reúma y le hacen ascos al café, bien porque tiene posos o porque la leche tiene mucha nata. Chorradas de la demencia. La nata es buena porque proporciona grasa y por sesenta céntimos no querrán que les demos un capuchino cremoso con polvo de cacao. Aquí, como en casi todos los centros de día, en beneficio de la salud de vuestros mayores , se reutiliza con el método tradicional del puchero al carbón que le da un toque campestre y el tono oscuro necesario para tintar el recuelo sucesivo al que Pistolo somete al poso. De esa manera, libre de cafeína, el lignito activo es un fantástico protector estomacal que favorece la función peristáltica de los intestinos, la posterior evacuación y les deja el colon como una tubería de neopreno. Negro pero brillante.

A D. Anastasio le aparcaron por vez primera un dos de Diciembre a eso de las diez. Tomó un par de solos y salió de naja hasta el water con tal prisa que se olvidó de las muletas. Bien es cierto que se rompió una cadera pero quedó satisfecho porque hacía años que sufría de estreñimiento y al salir lo primero que dijo, antes de quejarse fue:

- ¡He jiñado un negrito del Domund!

Cuando se le llevaban a la ambulancia decía sentirse ligero como una pluma. Todavía no sabemos si se refería al peso que se había quitado de encima o a que le llevaban en andas tres mocetonas del Samur.

Mi trabajo consiste en coordinar las diferentes actividades del centro. Se dividen en tres grupos: sanitarias de 10 a 12, culturales de 12 a 2 y lúdicas, que duran toda la tarde hasta el cierre a las 8.

Este mes he empezado a probar una nueva técnica oriental basada en el Tai-Chi pero adaptada a la idiosincrasia española. Es el Chi-Ton que consiste en hacer el memo moviendo los brazos sin articular palabra una hora seguida. A los que se cansan o hablan durante el ejercicio les impongo un pequeño castigo: hacer gárgaras con un vasito que contiene al cincuenta por ciento, vinagre de sidra y lejía conejo que les refresca el aliento y les desinfecta las anginas. No entiendo que no le guste a ninguno excepto a D. Honorio que dice haberle sacado el gustillo. Debe ser que al prohibirle el aguardiente casero que le mandaba su hermano de Cangas tiene simio de algo con bouquet, para machotes pero sin alcohol, claro está.

Dª Engracia es nuestra voluntaria encargada del orden público. Encajera de bolillos jubilada, acostumbrada a faenar con palos, maneja los nunchacos con la velocidad de un ninja forrado de speed aunque sin la efectividad ejecutoria que sería de desear. De cada dos golpes que lanza, se autoinflige uno, ora en la crisma, ora en el esternón o las canillas, pero no pierde la afición y es una mujer respetada por los asistentes. -No acierto mucho-, dice la dama, -pero leñe que doy, ambulancia al canto-. La dirección del centro ha solicitado al concejal de tráfico algunas señales en desuso y un soldador con autógena para confeccionar a la pobre Dª Engracia una protección sólida ya que nos tiene arruinado el presupuesto de vendajes del botiquín. Ya no recordamos si el color morado lo traía de serie o es consecuencia de los moretones que, cual campo de violetas, le pueblan la piel.

Pistolo, antes mencionado, es el encargado de la cafetería. De su pasado solo sabemos que durante treinta años fue el encargado del economato en el penal de Ocaña. En el juicio confesó sus fechorías alegando un arrebato mental transitorio pero el Sr. Juez no lo tuvo muy en cuenta dado que el arrebato en cuestión duró más de diez años. Le condenaron a dos lustros y un día por asuntos menores como falsificación de condones, contagiar de purgaciones a todo un convento de clausura, mostrar sus genitales a las componentes de la asociación de amas de casa “María Purísima” y hacer de protagonista en una peli porno del 73 con el seudónimo de Mingafría, cuya especialidad era introducir el nabo en un cubo de agua con hielo y mantener la erección durante 45 minutos. Dentro de la cárcel, le cogió el tranquillo al contrabando de productos delicatessen y le fueron ampliando las condenas hasta que le echaron porque el trullo llegó a parecer una sucursal de Arzak. Al salir, se le estimó una fortuna de cinco millones de euros que fundió en pocos meses en acciones del Ibex 35.

- Invertir en la Banca Morgue tenía su riesgo, pero el nombre me sonaba. Lo que no imaginaba es que Terra fuera el apócope de terraplén-, solloza el barman cuando se pasa con los cubatas de Vodka Likeño. Odia la palabra Villa de tal manera que ha roto su carnet del Valencia y no ve partidos de la selección. Si alguien osa decir en su cara la palabra maldita “Villalonga” se le pone la lengua azul, cocea a cuatro patas como un asno salvaje y no se le pasa hasta que le mostramos un gráfico falso donde sus acciones están por las nubes.

A mis queridos caducos les he preparado una sorpresa para esta tarde. Les encanta el bingo. Sacaré el viejo bombo y tacharán los numeritos con la ilusión de llevarse el gran premio. Una fanta de naranja. Lo que no saben es que he fotocopiado los cartones y todos juegan el mismo. Ya veremos cuando canten todos a la vez. Vendrá la policía, de eso no hay duda.

Si el capullo del instigador me da permiso, volveré para contaros más anécdotas de este lugar tan necesario y donde todos nos sentimos como en casa, excepto D. Remigio, que se encierra en el baño y se queda a dormir en el retrete para ser el primero y arramplar con todos los periódicos que coloca en el asiento de la butaca, debajo del culo y va soltando a medida que los lee. Para él, ésta es su casa.

Saludos a la concurrencia (si es que la hay)

domingo, 31 de agosto de 2008

DIAS DE ASUETO 08

El cuatro de Agosto inicié mis vacaciones con destino a un pueblo de Salamanca donde reside mi familia política. Pasé allí unos días con ellos y al llegar los previos de las fiestas, salí pitando con destino a Segovia donde disfruto de la compañía de mis padres, hermanos y amigos. La vieja Castilla, con su cielo añil y sus frescas noches me reconcilia con el pueblerino que llevo dentro. Me acomodo enseguida al carácter adusto, hablo menos y respeto los silencios de los que callan rumiando su destino. No les oigo pero siento bullir su inconformismo ante la realidad de pertenecer a un sitio donde la historia gloriosa del pasado ha quedado en un olvido tenaz que hace hervir sus calles en horario comercial, cuando los visitantes de paso compran recuerdos y gilipolleces y se piran después de someter a su body al castigo de los judiones y el cochinillo asado. De postre, ponche típico que enladrilla aún más el sufrido estómago y a otra cosa, mariposa, que se hace tarde.

Mañanas de plaza, tardes de paseo y alterne y noches de tertulia hasta las tantas con los amigos de siempre. Me siento como si siguiera viviendo allí, me acomodo al ritmo pausado y me olvido de acordarme de mí. A eso de las tres, la madrugada entra con un vientecillo fino que eriza el vello. Un paseo hasta casa con la presencia nerviosa de mi amada que teme a los murciélagos que en las noches de verano vuelan como borrachos por los patios de aquel palacio donde construyeron unos pisos en el que habitamos.

El catorce, rumbo a San Sebastián. La bella Easo está más bella que nunca. El norte es un sorteo de gotas donde es habitual que toque premio. No es un buen presagio que la bolsa de la playa incluya toalla y chubasquero. Están en la semana grande y las calles atestadas de gente parecen arterias llenas de glóbulos de todos los colores que van y vienen movidas por impulsos, como contracciones de un corazón inexistente. Todo me parece excesivo, hasta la cola de los baños donde hay que esperar turno orando al santo para que nadie vaya con la intención de obrar a mayores, para que el parón no termine en charco.

Decidimos ir a la isla se Santa Clara, frente a la bahía, en una barca que resultó ser la misma en la que la noche anterior habíamos embarcado para ver un espectáculo de fuegos artificiales que me deslumbró por su belleza y que me arruinó un suéter por una chispa incontrolada que le hizo un agujero del tamaño de un bígaro y me calentó el hombro como si satán hubiera eructado a mi vera. La travesía duró lo que tarda un eyaculador precoz en culminar una faena y desembarcamos junto a una playita de juguete, como una bola de helado color caramelo que se le hubiera caído al santo y que destacaba preciosa entre el frondoso follaje y el negro bastardo de las rocas.

Mientras los demás buscaban acomodo en los bancos situados al lado de las empinadas cuestas, me acodé en la barra del chiringuito esperando algún desertor que dejara una mesa libre. Debió ser mi cara de angustia, quizás mi aspecto desvalido de urbanita descompuesto o el hecho de vestir pantalones largos, polo colorado y calzado inapropiado lo que llamó la atención de una buena mujer que se levantó y me ofreció una silla en su mesa. Una pareja de vejetes encantadores me ofrecieron sombra, canapés de anchoas debidamente depiladas y una conversación deliciosa que me reconcilió con el mundo al ver que la gente de bien te ofrece lo que tiene sin más gaitas que su buen corazón. Estaban a punto de servirme un plato de ensaladilla y una vaso de rioja cuando llegaron mis socios para decirme que habían montado el campamento en la cima de la loma, arriba de una cuesta corta pero empinada como el angliru, que me dejó unos minutos con el resuello agitado de un perro pachón después de cazar una liebre a la carrera. Una vez comidos, las nubes rodearon la isla y bajé raudo mientras los demás se lo tomaban con calma. La multitud ya formaba cola a la espera de embarcar mientras me acomodaba en un saliente de piedra con un periódico en la mano y un café en la otra, cuando un tipo, gordo como un trullo, se ubicó a mi lado y comenzó a vociferar a sus niños que salieran del agua. Me enfrasqué en la lectura, agaché la cabeza y al minuto noté una pérdida de visión lateral por la derecha. Levanté la vista y a escasos centímetros de mi cara había un culo peludo del tamaño de una hogaza de pueblo que amenazaba con besarme la mejilla. Me levanté de un respingo con la misma agilidad de un ciervo esperando que no tuviera la deferencia de soltarse un pedo, puesto que me volaría la cresta. Toda la isla para cambiarse y el muy cabrón decidió poner a prueba mis reflejos sin sopesar que un salto un poco desmedido habría terminado conmigo en las frías aguas del espigón sin todavía tener hecha la digestión.

Por las tardes al hipódromo de Lasarte donde se reúne la flor y nata de la ciudad. Muchas caras famosas, apuestas a degüello y un ambientazo fabuloso me hacen ver que el pijo tradicional, el de toda a vida, subsiste y tiene su feudo en esta ciudad maravillosa donde la comida es un arte. A punto estuve de ganar en varias ocasiones premios importantes. Le seguí la pista a un mozo con pinta de saber, esperando copiarle los pronósticos pero en el momento en que solicitaba los boletos, se me cruzó un escote vertiginoso que me aleló el oído y me dejó in albis. Nunca hay que mezclar el placer con los negocios. A dormir a Hernani, con fama de sitio conflictivo donde solo encontré amabilidad pese a llevar sin pudor prensa nacional y tener aparcado un coche con matrícula de Madrid. Mi viejo Japo sigue siendo guapo y veloz y no pienso cambiarlo hasta que la muerte nos separe.

De vuelta a Madrid por un día, justo para cambiar de ropa y más carretera hasta la costa Levantina. Este año tocó Santa Pola, no me preguntéis porqué. Tengo un contrato prematrimonial que me obliga a ir a una playa soleada al menos una semana al año. Todo lo dejo en sus manos. Ella decide cuándo y dónde y al terminar el periplo le pago la mitad sin rechistar. Un apartamento prestado fue la excusa y allí permanecimos casi una semana intentando encontrar un paraíso inexistente. En el reino de la gerontocracia solo había abuelos y nietos. Playas calmadas de aguas tórridas que me ven aparecer a la hora del baño y de las que me despido media hora más tarde, hacen disfrutar a mi pareja que busca el sol sin otro pretexto que sentir su cálido abrazo. Unos precios extrañamente suaves nos permitían el exceso diario de un buen restaurante pero el tedio generalizado de un lugar habitado por reumáticos sólo cuenta con el atractivo de su clima templado y una brisa refrescante que invita a la meditación trascendental mientras cuentas los días que faltan para volver a la rutina.

Ya en casa, empiezo a ponerme al día. En las noticias, otro episodio de violencia de género, esta vez, en mi calle, a cincuenta pasos. Muchas veces clavó el cuchillo ese demente. Hoy no estoy de humor para risas. Otra vez será.

lunes, 4 de agosto de 2008

MADRID A MEDIA ASTA

Con Madrid a media asta, mi barrio parece asolado por sudoración excesiva. Sobreviven algunas terrazas de mediodías dolientes y noches como cataplasmas donde los héroes nos apelotonamos en las mesas de la esquina esperando un leve relente que surja para dejar de boquear como peces en una charca sin oxígeno.

Me quería dar un capricho y pedí unas almejas al natural. El podenco olfato de mi compañera le provocó una mueca de tongo en su cara tostada, magdalena de brea y piscina atestada, que me puso sobre aviso un metro antes de que el camarero nos sirviera. Solicité un cambio de tercio y el jefe me sacó un pañuelo blanco para que prosiguiera la faena con el mismo deshecho que ya olía claramente a jo-de-te. Pedí la cuenta sin catar el género, ni siquiera el rueda en cubitera, y el bandolero se lo tomó como ofensa aunque se comenta que contagió de triquinosis a trece médicos de la clínica cercana con un choricillo de jabalí que picaba un poco.

Iba a llevarse la comanda pero me negué. Cuando del femenino tatuaje de su brazo no distinguía las tetas de la cabellera, cogí una servilleta blanca y la doblé encima de la manga con el marchamo que dan los años de barra y mesa y un buen monto de duros gastados en bien y mal jalar. Me levanté con el plato en la mano y empecé a ofrecer el género como obsequio de la casa a todo aquel que quisiera catar tan sabroso manjar. Fueron muchos los que picaron, exactamente una docena que saborearon ,sin yo poder creerlo, los bivalvos previamente rociados con abundante limón y agradecieron el gesto.

- Huy que bien.. ¿y este detalle?
- El rumboso del jefe que es su cumpleaños. Por favor, no se amontonen que enseguida sacamos más para que las prueben todos.
- ¿Puedo Repetir?
- ¡Señora, que esto es un obsequio, no un banquete!
- ¡Le echo limón y no se mueve el bicho!
- No me extraña. Se habrá quedado paralizado mirando sus ojos de Diosa Egipcia.
- ¡Que galanterías me suelta, bribón.


Acabé la ronda, entré por la puerta norte y salí por la que da al callejón con cuarenta euros menos y los huevos brincando de alegría.

Tardé unos días en pasar por el Garfio. Me extrañó verlo cerrado a la hora de comer y pregunté al portero de la finca de enfrente. Me contó que se lo había cerrado sanidad porque había intoxicado a varias personas, entre ellas, al concejal de urbanismo del distrito.

- Nada grave. Una cagalera de esas que te vas a hilillo y se te queda un tipo de bailarín sifilítico que da asco verte. Afortunadamente ya está bien todo el mundo.
- No, si al final habrá alguno que se lo agradecerá. No todo el mundo pierde cinco kilos en tres días.
- El que va a perder más de cinco es el dueño. Ese si que está cagado.
- Y yo que pasaba a comerme unas gambitas…
- Creo que deja el marisco. Quiere volver a las bravas que dan menos cornadas.
- Por muy bravas que le salgan, seguro que embisten menos que las almejas vitorinas que servía.

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Quiero agradeceros el inmenso apoyo obtenido para la compaña a favor de la donación, en especial a Avellaneda ,Soloyo y Tamara que han incluido en su blog el enlace, sin olvidarme de mi gran amiga Luli que remitió el escrito a su lista de correo y creó un buen puñado de inscripciones.

No conozco el número ni me importa. Es la Organización Nacional de Transplantes la que controla todo el proceso. Es la sociedad la que se beneficia, porque, ¿quién me iba a decir hace unos años que iba a necesitar un nuevo y flamante hígado?

Un fuerte abrazo.