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martes, 27 de noviembre de 2007

CONTROL POLICIAL

Hace unos días leí en la prensa que a un restaurante de Segovia en el que como con una cierta frecuencia le habían concedido una estrella Michelin. El sitio en cuestión se llama Villena y está en plena plaza mayor. A diferencia de otros, se dedica a un tipo de cocina algo más evolucionada que los asados castellanos que tanta gente mueven los fines de semana. No te preocupes, Rioyo, que te mandaré la cuenta de la publicidad.

Esta misma mañana, andaba yo algo desorientado, apático, como si tuviera un golondrino en el cerebro que me presionara la función trabajadora y a eso de las doce decidí terminar mi jornada laboral, así, porque me daba la gana que para eso uno es autónomo y lo mismo se enjareta una jornada de 15, que se abandona a la dulce holganza un martes cualquiera con la única excusa de ser día ventisiete.

Llamé a un amigo y algó pasó en la conversación, pero solo recuerdo que quedamos a comer en el restaurante galardonado, algo parecido a aquella vez que a las cuatro de la mañana a alguien le pareció divertido desayunar en Santander, y allí fuimos tres dementes en un ocho y medio a ver amanecer en la playa de la Magdalena.

A eso de la una cogí mi japo y enfilé la A6 a esa velocidad que si te pescan no pena cárcel pero te alivia la cartera y de los puntos, una docena concedida, no quedarían suficientes para un revuelto para dos. Eso sí: la autopista sólo para mi menda y algún camión de derechas chupando arcén y resoplando en las cuestas.

Una hora es el tiempo establecido y cincuenta minutos pasaban cuando vislumbré la hermosa catedral, la mía, entre nubes grises y un chisporroteo de lluvia fina, casi aguanieve que me hizo pisar el freno. De pronto, los dos carriles se convirtieron en uno por obra de unos conos y pude ver al final, el chaleco chillón de un agente de la ley que con una especie de zanahoria luminosa, desviaba el tráfico a una fila donde se apreciaba un cartel que decía CONTROL.

Hice un repaso mental para cerciorarme de que no había tomado alcohol. No me resultó fácil pero al final recordé, cosa rara en mí, que soy casi abstemio desde hace años. Entonces me preocupé de la medicación por si alguno de los comprimidos que tomo pudieran incluir alguna sustancia dopante y me tranquilicé al pensar que la vitamica C, el gelocatil y la loción de afeitado “Abrótano Macho” no están incluidas en las listas de psicotrópicos de la DGT.

Soporté varios minutos de cola y me llegaba el turno. Sonaba en la radio “Mas chutes nooo, ni cucharas impregnadas de heroiiiína” de los Chichos y lo consideré un mal presagio. Al ver la cara del policía me horroricé. Era choricín. Aquel niño tierno que era como la mascota del colegio, pequeñito y colorado como un cantimpalito. Ya credido, poco, pienso yo que sin mayores ambiciones, aprobó para policía municipal y puso tanto empeño en el cumplimiento estricto de la ley, que tiraba de libreta más rápidamente que Harry el sucio, hasta el punto que se le cambió el nombre y pasó a llamarse Choricop, todo chorizo pero cien por cien policía.

Delante de mí, tres autos, tres, evitaron el control pero el agente clavó sus ojos sobre mi matrícula y me indicó el desvío a la derecha donde me esperaba, creía yo, el soplido del búfalo.

Hacía varios años que no me tocaba y aunque me sentía preparado, no tenía la misma confianza que cuando era un habitual de verbenas y fiestas de pueblo, aquellos controles agrourbanos donde siempre salía victorioso, excepto en alguna ocasión que el aparato estaba con seguridad en mal estado y el señor juez siempre se ponía del lado del uniforme en vez de hacerlo del lado de la razón del hombre honesto que quizás había tomado un chispazo antes de acceder a su puesto de trabajo en una humilde cochiquera o en un silo de cebada con un deportivo rojo y una jai dormida en el asiento de atrás.

Cual fue mi sorpresa cuando alguien tocó mi cristal derecho y en vez de un policía uniformado me encontré con un chiquilicuatre con barba de tres días y una especie de poncho peruano con un cuadernillo en las manos. Abrí la ventanilla y me informó que el control se debía a una acción municipal para responder a una encuesta sobre los hábitos de transporte de las personas que accedían a Segovia en coche y si cambiarían de opinión cuando el AVE estuviera en marcha. Encolerizado, maldije al alcalde y metí la primera con intención de huir pero tenía tráfico delante. Permití que me interrogara y después de varias preguntas estúpidas, llego la que colmó mi paciencia.

- Para finalizar, ¿Qué es lo que viene a hacer a Segovia?
- Pues, venía a atracar un banco, pero me han descojonado el plan porque pensaba hacer un trabajillo rápido, pero a la hora que es, seguro que han cerrado.

Y va el hideputa y me suelta:

- Pues otra vez será. Disculpe las molestias.

No pude comer en Villena. Esta semana se celebra el festival de tapas de cuchara, guisos y cocidos varios. Después de cuatro bares, estaba listo para el cortado y salir de naja. Antes de entrar de nuevo en la autovía, me llamó mi amigo y me contó que habían atracado un banco a última hora. Yo, de momento estoy tranquilo porque Jesús es un cachondo, pero por si acaso, me encanta el chocolate belga y el cava brut nature, si es que lo dejan meter en la cárcel.