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jueves, 17 de julio de 2008

GUSTOS Y DISGUSTOS

Para los profanos. Un meme es una especie de desafío que un bloguero lanza a otro con el fin de que escriba un post que siga unas instrucciones concretas, habitualmente relacionado con sus preferencias de manera que ofrezca una visión algo más personal para mejor conocimiento de la persona en cuestión.

He recibido de vuestra generosidad algunos memes a los que no he dado curso. Varias son las razones. Hablar de mi vida me da un pudor espantoso pero ahora que decido hacerlo espero no cansar. Otra fundamental es que dispongo de una memoria, no más de 128 Kb, que me proporciona lo justito para ir a la farmacia y acordarme de los medicamentos que debo comprar pero no llega mucho más allá. No sé ningún poema o canción, olvido las películas con la misma facilidad que dejo abierto el bote del nescafé y solo perviven en mi memoria dos datos inútiles. Cámbrico, Silúrico, Ordovícico, Devónico, Carbonífero y Pérmico que son las etapas de la era Primaria y la fórmula de la ecuación de segundo grado. Me temo que copiarlos mil veces imprimió en mi miserable cerebro una indeleble marca de boli bic que no borrará ni el alzheimer. Estoy convencido de que podría llamar a mi mujer “raíz cuadrada de b cuadrado” en vez de su nombre cuando mi materia gris sea una pasta parecida al paté de la tapa negra.

Esto que podría parecer espantoso no lo es tanto. No recuerdo cosas prescindibles pero olvido las malas con la misma facilidad. Los sufrimientos pasados son como el humeante contenido de una jofaina vertido en una bañera de agua tibia y los dolores los recuerdo con la misma aflicción que siento al transportarme a aquel día en que pegué un gatillazo de gintonic con una tipa que resultó al día siguiente lo más parecido que vi nunca a un jabalí.

Siendo como soy, voluble, exento de pasiones extremas, definirme en mis gustos se me antoja tan complicado que no me haría justicia porque lo que hoy es bueno, mañana puede no serlo tanto. Hubo un tiempo en que la música fue mi gran afición. Grababa los discos en cinta para poder traducir las canciones que escuchaba con unos cascos en un play-stop-rewind interminable. Conseguí entender muchas. Aquello mejoró mi inglés pero me produjo tales decepciones que dediqué mis esfuerzos a la música sin letra. La poesía que me llega al alma es muy escasa y suelo evitar las novelas de más de doscientas páginas. Me sopla la gaita la novela histórica por lo que no leo ni a Follet ni a Zafón y similares. Hace poco me emocionó un relato de Roberto Bolaño y en estos momentos leo un libro de cuentos de Haruki Murakami, pero no soy un literato, ni siquiera refresco mis conocimientos de gramática. Leo sin pudor y clausuro en las primeras páginas obras consagradas porque me aburren. Odio la impostura y la cultura oficial. Si algo me parece una mierda, por ejemplo, muchos de los cuadros de Picasso, no tengo reparos en manifestarlo. Vi todo el cine de arte y ensayo hasta que me planté delante del espejo y reconocí mi total desinterés, salvo unas pocas obras escogidas.

Me gusta lo bueno, lo malo es que suele ser caro. Mi vestimenta suele ser fiel a un estilo, quizás algo pijo, pero un tanto desastrado. Prefiero unos magníficos zapatos de 300 euros que 4 pares de 75. Adoro el buen vino pero lo tomo en raras ocasiones. La abstinencia alcohólica me ha desarrollado un paladar que identifica la calidad de tal manera que solo consumo vino si es excelente. Me deprime la cocina japonesa pero me pierdo por un rodaballo salvaje en su punto de cocción. Sigo a Springsteen, me gustan los coches italianos, mejor si son deportivos y los trajes de Zegna.

Soy el eterno buscador de chollos. Me encanta hurgar en las subastas y soy asiduo de los chamarileros a los que visito con esa inocencia infantil del niño que va a encontrar un tesoro. Me gustan las antigüedades por su valor estético. No colecciono nada, nunca acabé un álbum de cromos pero me gustan los cuadros de pintores desconocidos. Soy un infiel absoluto, excepto con las personas y algunos animales y me considero un tipo desprendido.

Me encanta el azar domesticado, aquel que no depende sólo de la suerte y uno puede aportar algo de creatividad. Por ello mis juegos son el poker y el mus. En cuanto al trabajo, después de estar sometido al despotismo de alguna que otra multinacional, hace tres años decidí, tras una gran crisis de salud que me llevó por esos hospitales de los que salí con vida gracias a la gran labor de los cirujanos y a la solidaridad de una familia destrozada que me donó en su angustia un órgano imprescindible, empezar una nueva vida como autónomo en la que me muevo con la pereza de un gato. Trabajo lo justo para vivir y disfruto de la vida a bocanadas. He recuperado mi calma y mi tiempo y veo pasar los días con la insolencia del que sabe que está casi de prestado, y es que no hay nada mejor que estar al borde de espicharla para cambiar de partitura. Salgo a la calle con una sonrisa contagiosa sin más ambiciones que ser y hacer algo felices a los míos que a veces recuerdan con cierta añoranza a aquel camaleón encorbatado y ambicioso que se ha transformado en una lagartija en vaqueros, aunque me siga traicionando el pronto cabrón de la soberbia que me proporciona ataques de ira que procuro controlar en la intimidad de mi despacho.

No ambiciono bienes. Me asusta el trabajo en solitario porque soy un hombre de equipo. Me encantaría encontrar socios para montar un negocio rentable que ya tengo en mi cabeza loca, pero tiene que ser compatible con mi estilo de vida actual. Siempre con proyectos que realizar, en estos momentos, el más importante es vivir y disfrutar, que no es poco.

Hasta aquí puedo leer, decía Mayra. El resto está por pasar o sencillamente olvidado. No queda de mi vida anterior más rastro que el del cariño, unos, muy pocos, grandes amigos y una ausencia absoluta de comparsas del pasado que se han diluido como un azucarillo en un mojito. Lo demás, papeles pautados, logotipos en cuatricomía y currículos en verjurado, ardió en una hoguera de San Juan junto con el reloj de la empresa y las llaves de la cajonera de caoba.

Por consiguiente, que diría Felipe, voy a dedicar algo de mi tiempo a promover la donación de órganos. Este blog, junto con otras acciones menores, es la única vía de devolver a la sociedad lo que le debo. Hacerlo, es algo tan sencillo como pinchar en el link que he incluido y esperar unos días a que llegue la tarjeta a vuestro domicilio. Eso sí, hay que avisar a la familia de vuestra decisión. Si no podéis desde la página visitar www.ont.es. Donar es el acto más sincero y generoso que una persona puede hacer. Dios, Buda o cualquier otro verán con buenos ojos a aquellos que quieren que parte de si mismos vuelva a la vida, que alguien pueda ver o simplemente tener una oportunidad con un material que no serviría más que para alimento de invertebrados.

Yo, desde luego, moriré más tranquilo sabiendo que algo de mí pueda servir para que alguno de los desesperados en lista de espera pueda disfrutar de una vida excelente, igual a la que estoy viviendo. Desde aquí mi ínfimo homenaje a la familia que, destrozada por una angustia atroz, decidió darme una segunda oportunidad.

Sed benévolos conmigo. Estáis enfrente de un tío de 47 a punto de cumplir tres años de vida, de nueva y genial vida.