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martes, 13 de noviembre de 2007

LA PERLA

Hace un tiempo, decidí sin estar en mi sano juicio, empezar un relato de extensión indefinida y que llegaría hasta donde pudiera. Podría ser algo breve de 10 páginas, quizás 30, en fin hasta donde alcancen mis meninges. Me apetecía algo lujoso pero no banal. Finanzas, cosas caras que he tenido la suerte de probar, o no, y seducción. Estructuré muy brevemente la trama, cogí mi Toshiba Quosmio, aunque en realidad es un "The Goat" bastante antiguo, y escribí 2 páginas de comienzo y la última, quizás para que no se me olvidara.

No estoy convencido de la conveniencia de hacer esto, y por supuesto no lo publicaré en este blog. Solo esta pequeña muestra para saber si os parece interesante y merece la pena seguir.

No quiero peloteos de ¡Está chachi! Estoy preparado para recibir críticas porque si no me hubiera criticado yo previamente no os pediría opinión.

Por supuesto, las referencias son todas reales. No encontraréis ningun producto, marca o sitio que no exista.


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LA PERLA


Me habían invitado a una recepción en la embajada Alemana de Madrid. Sinceramente, no pensaba acudir. No me gustan esas reuniones donde conoces a aburridos personajes cuyo nombre olvidas al momento y la elegancia con la que visten se diluye al mismo tiempo que caduca el plazo de alquiler de la vestimenta. Solo una llamada de Enrique Lacorte, actual agregado comercial en Chicago y buen amigo confirmándome su asistencia y rogándome que fuera pues tenía algo importante para mi, me impulsó a ir.


En un lugar donde el uniforme habitual es el smoking para los caballeros y el vestido clásico de fiesta para las señoras, optar por un traje elegante, si bien no es siempre bien visto por la pedante y clasista muchedumbre de los cargos oficiales, me da un toque de atrevimiento y diferenciación y lo llevo sin ningún pudor porque a mi me invitan exclusivamente por mi posición económica. Revisé mi guardarropa y elegí para la ocasión uno clásico con fina raya diplomática de pura lana virgen cortado y cosido por mis sastres Londinenses Gives & Hawkes.


Llegué a la embajada y di orden a mi conductor que no se alejara demasiado porque presuponía una visita breve.

Una vez dentro y cuando tenía en la mano una copa de champagne, me vió el Embajador Bruckner que acudió a saludarme. Solo me dio un cordial abrazo y unas breves palabras de bienvenida porque la sala se llenaba y tenía muchos compromisos a los que atender. El discurso de apertura había comenzado hacía diez minutos y parecía que no iba a terminar nunca. Apuré mi copa y me disponía a avisar al chofer para que me recogiera cuando noté una palmada en la espalda y un saludo efusivo de mi amigo Enrique. Nos dimos la mano con esa firmeza justa, mi blanda como si acariciaras una lubina, ni tan vigorosa que te incomode la presión. Era una apretón sincero, de amigos desde la infancia. Charlamos amigablemente durante unos minutos y llegada una pausa en la conversación le pregunté por eso tan importante que me tenía que decir.


- Hay una dama que quiere conocerte.
- Me intrigas, Enrique. ¿Qué tipo de dama? ¿Acaso una señora mayor de alta alcurnia que quiere casarme con una de sus hijas solteras?
- No. Es una señora respetable, al menos diez años más joven que tu y de una belleza turbadora.
- ¿ Y porqué crees que me quiere conocer?
- Si crees que es por tu dinero, te equivocas. Su economía es tan sólida o más que la tuya. No te puedo adelantar más. Espera unos minutos y la conocerás. Debe estar a punto de llegar.
- Esperemos, me tienes es ascuas.

Optamos por ir a la zona donde pudiéramos comer algo ligero y probar uno de los magníficos vinos blancos alemanes que los asesores seleccionaban para estas ocasiones. Opté por uno blanco y seco, un Riesling Trocken de 2003 que degusté con verdadero deleite. Los germanos, aunque frecuentemente tengan que chaptalizar el vino con azúcar para conseguir un grado alcohólico que no consiguen sus vides por las bajas temperaturas y la humedad del lugar, aplican tan perfectamente la técnica que el resultado suele ser redondo.

Ví sorprendido una botella de Zind-Humbrecht Gewürztraminer Alsace del 2004, siempre bien colocado en el top 100 de Wines Spectator y para mí una obra de arte. Enseguida comprendí porqué Adolf Bruckner está considerado como el rey de la diplomacia europea. Las relaciones entre los dos países más importantes de Europa deben estar afinadas igual que un piano de concierto . Alsacia linda con Alemania, por eso, servir un vino francés denota un toque de complicidad con su colega, pero dejaba claro que era solo un detalle de cortesía, al ser de una variedad de uva y un nombre rotundamente alemanes.

Pasaban los minutos y empezaba a impacientarme. Lacorte seguía sin contarme más y eso me ponía en una situación incómoda. ¿Quién diablos sería aquella mujer que mostraba interés por mi y llevaba un retraso de más de una hora?

Decidí marcharme. Me excusé con Enrique y anduve despacio hasta la mitad del salón cuando vi que muchas cabezas miraban a la puerta de entrada. Llegaba una mujer joven, posiblemente no llegara a los treinta, elegantísima, con su pelo recogido sobre la nuca y unos pendientes refulgentes que iluminaban su rostro oval de suaves facciones y unos ojos negros como la antracita, de mirada tan profunda que parecían absorber la luz de su contorno, como dos agujeros negros en la luz del espacio.

Nadie se movió del sitio porque nadie parecía conocerla. Solo mi amigo Lacorte se acercó veloz, le cogió la mano e inclinó su cuerpo para hacer el besamanos. La verdad es que me encontraba algo alterado. Es curioso, hacia años que no me sucedía ni en las negociaciones más exigentes. Tal como parecía, era la dama que estaba interesada en conocerme.