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jueves, 15 de noviembre de 2007

EL HIPNOTIZADOR

En una sala de fiestas, el hipnotizador pedía voluntarios para demostrar que podía penetrar en la mente de los hombres y cambiarla a su capricho. Según sus palabras, cualquiera que estuviera bajo su influjo mágico, perdería su voluntad y sería su esclavo mientras durara el espectáculo.

Antes de ir, me había informado en la Wikipedia y sabía que era imposible hipnotizar a quien no quisiera, por lo tanto, yo era la persona indicada para salir a escena y arruinar el espectáculo de “Simón Gaitas” el sofrólogo más poderoso del mundo.

A mí, la palabra sofrólogo, de esdrújula fonética y vocales neumáticas, quizás debido al hambre, se me asemejaba a un plato combinado donde las oes en forma de albóngidas se acompañaban del bacon frito de la s, las patatas de la f, la salchicha de la l y la chuletilla de la g. También me recordaba a otras similares como tocólogo o proctólogo, ambas de gran poder curativo pero en la medida de posible, a evitar. Sin embargo, mis conocimientos del tema y la ausencia de dolor del método aplicado, hacían que nada me inquietara y me apresté a levantar la mano y acudí al escenario sonriente, tal vez desafiante.

Después de las preguntas de rigor donde mentí como un malandrín sobre mi nombre, edad y profesión, tomó un colgante con una piedra roja parecida a un rubí y lo puso delante de mis ojos instándome a mirarlo fijamente. Comenzó a hablar con voz grave de tenor tuberculoso intentando desviar mi atención a su estúpida charla y acercó el medallón hasta que de un amuleto, surgieron misteriosamente dos. La proximidad del objeto y mi tendencia a bizquear me jugaron una mala pasada porque iba preparado para soportar la imagen subyugadora de un solo talismán. Empezaba a notar somnolencia pero debía resistir, estilo requeté, costara lo que costara.

- Te pesa la cabeza, se te cierran los ojos, quieres dormir plácidamente..
- ¡Que no, leñe! Que no me pesa nada. Si se me cierran los ojos es porque veo que me vas a saltar uno con la gaita que me has puesto delante.

Escuchaba a la gente reir a carcajadas, especialmente a mi amigo Eufronio que estaba en primera fila detrás de una montaña de huesos de aceituna.

- Todo te parece oscuro, todo da vueltas, cuando chasque los dedos caerás en un sueño muy profundo……. ¡Chas!
- ¡ Como no me hagas una tortilla de valium! Jeje.

El público se mofaba y Simón empezaba a estar muy enfadado. Quitó el amuleto, me cogió la cabeza con sus manos, como si estuviera catando un melón y conjuró: ¿Quo usque tandem abutere gilipuertas patientia mea?
No entendí el mensaje pero por la entonación colérica, me pareció clavadito a Cicerón.


El resultado fue fulminante. A partir de ahí no recuerdo nada, pero según me contó Eufro, hice un ridículo espantoso. Me proyectó en la mente la imagen desnuda de una bella modelo y me colocó de perfil con los patalones bajados para que se viera mi erección, me hizo graznar como una urraca, aullé como un lobo en celo, imité con gran profesionalidad a Marujita Díaz haciendo ojillos y me despidió dándome una orden al oído, que cumpliría después de despertar.

De aquella experiencia apenas recuerdo algo. Solo tengo clara una cosa, la hipnosis no es tan eficaz como se supone. Por las noches se me proyecta la imagen voluptuosa de la modelo en cueros y no la necesito para elevar mi espíritu, por lo que he incorporado otra palabra esdrújula y ovoide a mi vocabulario: monólogo, más exactamente, manólogo, diría yo.

Ah y un pequeño inconveniente. Cuando cruzo un semáforo cacareo como una gallina clueca, muevo los brazos como si bailara los pajaritos y picoteo a los viandantes que huyen despavoridos. Debe ser que me faltan vitaminas.