martes, 6 de mayo de 2008

LA PIEDRA y el primo Cachete.

Arrastré el último cubo y lo puse con los otros. Juntos, con su tapadera naranja, en formación de a uno, parecían un contingente de chaparros reservistas del UPA venezolano esperando el transporte para ir a la revolución. En cada uno de ellos, la dirección del edificio: Cerillera Lucita Cajetilla 13 bis. Los letreros me habían quedado muy bien. A mano alzada, con pincel y tinta china, los había escrito con la precisa caligrafía que un amanuense cartujo en celo escribiría con la minga al poner el nombre de su amada en rubia orina frente al paredón del convento.

La piedra estaba ñoña. Colgaba de su cadena algo lacia, incluso había perdido color. Acaso tuviera algo que ver el collejón que me engrudó Tito por no haberle pagado y que en el mismo acto me grabó en la frente la silueta del abrechapas que estaba en el mostrador y encestó el amuleto de un brinco desde mi pecho que cayó en la copa de orujo en una parábola perfecta . Solo sé que el licor se oscureció y la piedra demudó un tanto el color, del susto, supuse. A lo mejor es que el orujo era casero o lo hacían con disolvente, nunca se sabe.

Algo decepcionado probé mi suerte. Cuarenta céntimos era todo mi capital y los invertí en la tragaperras no sin antes frotar las monedas con ella para trasmitirlas el magnetismo benéfico que emanaba de su interior. Clin, clin clin, nada. Clin, clin, clin,.. torí torí torá, clan, clan, clan, clan, clan, cinco euritos. ¡Lo sabía! Ya nada me arredraba, ganaría el gran premio. Doce horas después, con la piedra desgastada de tantos frotamientos y tres monedas de uno en el bolsillo, el camarero me echaba a escobazos mientras me agarraba al dispensador de bolas para niños suplicando la última oportunidad, pero no fue posible. La mirada amenazante del tabernero emitía un fulgor maligno que no me asustaba, pero el cuchillo jamonero que ahora agitaba como faca de quinqui fue suficiente para convencerme de que debía dejarlo para otro día. No había sido una mala inversión. Había multiplicado por cinco en poco tiempo, algo que no habría conseguido en la bolsa ni aunque hubiera comprado en su mejor momento acciones de un chicharro despistado en el mar de cotizaciones absurdas.

Aquello no podía continuar así. Tenía fuerza para combatir, juventud para arriesgar, talento para aburrir y la piedra de la suerte como compañera fiel, el faro de mi destino, la cuerda de mi escalada, la fe inquebrantable de un mormón evangelista sin su inseparable compañero encamado con purgaciones. Aquella noche, en la intermitente oscuridad de mi habitación sin persianas, veía el reflejo del luminoso parpadeante del puticlub de enfrente reflejado en la pared, como el que mira al cielo una noche de Agosto buscando estrellas fugaces y se encuentra con la cruda realidad de que Pimpollo´s no era un astro sino un antro y que mi vida cambiaría desde ese momento.

Al día siguiente me despedí del trabajo pero antes de terminar mi relación laboral le hice al jefe el favor de quemar los papeles en la caldera. Iba por la segunda caja cuando vi un grupo de folios grapados de un grosor poco habitual. Al examinarlo me fijé que detrás de la tapa de cartulina, en la primera página se leía: CONFIDENCIAL. TOP SECRET. Metí el legajo entre los pantalones y la camiseta, terminé la faena y salí de naja en busca de un sitio tranquilo donde leer aquello que tanto me intrigaba. En un parque tranquilo, al solecillo de Abril, empecé la lectura de los documentos sustraídos. No podía creer lo que estaba leyendo. Era información de la Interpol donde salía la lista de los facinerosos más buscados y por los que daban fuertes recompensas. Incluía nombres, motes, sitios por donde habían sido vistos y un número de teléfono al que llamar por si alguien conocía el paradero de cualquiera de ellos. En la segunda página, a todo color y con su bigotón de Burt Reynolds aparecía la foto de mi primo Cachete que huyó después de un turbio asunto de tráfico ilegal de tabaco rubio en Estados Unidos. Su planteamiento era sencillamente genial. Quería traer tabaco de contrabando a España desde Virginia, el mayor estado productor en los USA. Llegó y vio asombrado que un paquete costaba allí tres veces más que en España, por lo que invirtió la operación. Compró centenares de cajas en el estanco de Eustaquio y las envió por barco a Florida donde desembarcarían como embutidos y chacinas. El pobre no tuvo en cuenta que allí se vigilan mucho más a los inocentes chorizos que a los lanzagranadas y le pillaron de pleno. El envío no fue revisado, simplemente incinerado sin comprobar la carga y como la entrada de alimentos ilegales era además de un delito penal, también ecológico, le pusieron en busca y captura como delincuente muy peligroso. La recompensa: 5 millones de dólares.

Lo bueno del caso es que yo sabía donde se metía mi primo. En una brillante operación cosmética y dado que no quería desprenderse del bigote, lo dejó crecer, se rapó la cabeza, se puso un gorro raro y me mezcló con la gente asiática del barrio chino barcelonés en una copia que parecía clavada al mismísimo Fu Manchu. Allí, sirviendo chop suey, llevaba casi diez años de anonimato entre el glutamato y el licor de lagarto, entre la salsa de ostras y el pato pekín viviendo en una trastienda con otros diez compañeros que admiraban su arte para la trasformación y el tamaño de su paquete poco común en el mundo oriental.
- Cachete pilila glande. Cachete enseñal pilila.
- Vale, pero si me la saca Flor de Loto.
- Flol de Loto no, sel mi plometida. Cachete glan cablón. Chinito coltalá pilila y halá celdo aglidulce.

Me debatía en un estanque de dudas. Podía solucionar mi vida con una simple llamada, pero arruinaría la vida de mi primo. Saqué el colgante de mi cuello y en ese momento se levanto una ráfaga de viento. El cuaderno se revolvió entre mis manos y voló unos metros. Quedó boca abajo y cuando lo recogí con la piedra en la mano me fijé que la página donde había quedado decía: MUY IMPORTANTE. Se ruega diligencia en la búsqueda de los delincuentes porque estos delitos prescriben en diez años desde su ejecución. Aquello era la mejor noticia. Daría a la interpol la información sobre mi primo unas horas antes de que prescribiera el delito, le detendrían pero no habría tiempo para juzgarle porque ya habrían pasado más de diez años, quedaría libre y yo millonario perdido. La piedra me había vuelto a solucionar la vida.

¿Acabará así la historia? ¿Habrá continuación? ¿Me saldrá de las pelotas seguir con este cuento? Estos y otros enigmas se resolverán en el siguiente post de este insigne blog.

martes, 22 de abril de 2008

LA PIEDRA


Paseaba por los Austrias ligero de ropa. El sol primaveral me había engañado de nuevo y las nubes avanzaban deprisa. Lo que empezó con un celaje de blancos y grises se convirtió en pocos minutos en un nublado que me recordó a los cielos atormentados de los cuadros del Greco. Sin paraguas, tan antipático y molesto ni gorra con la que resguardar mi descuidado peinado, contaba con el forro del cráneo, que soportaba mi escaso pelaje, como único repelente de las goteras que caían de la techumbre del cielo necesitado de un urgente retejado. Busqué un refugio y entré en un bar de aspecto antiguo con barra de formica y grifo de vermú. Al final de la estrecha estancia había una mesa libre con restos de un desayuno castizo; tazas vacías de café con leche y una porra apenas mordida que pedía un jaquemate al despiste o la siempre honorable opción empresarial del corte a tijera y vuelta al cesto. Anduve listo y le pillé el sitio a dos jais que habían merecido hace tiempo y se pasaban el teléfono de una a otra en una conversación vocinglera a tres bandas donde la carambola más repetida era “ te lo dije, gilipollas” . Ya sentado, pedí un tinto del mejor en la íntima convicción de que sería malo, como así fue: un vino de crianza sin teta de madera, de color difuso y regusto a penicilina que no me supo bien pero me alivió un tanto la faringitis que sufría desde el ridículo en aquel karaoke.

Desplegué la prensa, estiré las piernas y escuché algo que rodaba por el suelo. Me levanté y vi una piedra redonda y chiquita. Un pequeño canto que se puede encontrar en cualquier playa o a las orillas de un rio, se quedó al lado de un taburete. Fui a por ella con la intención de que no provocara un accidente por un resbalón y al cogerla me fijé en que era bicolor, blanca y marrón en dos mitades perfectamente definidas. La llevé a la mesa para examinarla con detalle y comprobé que alguien se había encargado de pintarla. Pintar una piedra no es un acto común, yo no lo he hecho nunca y menos con tanta precisión que las dos partes quedaran delineadas con trazo firme en un trabajo realizado con un fin determinado. ¿Sería un amuleto? ¿Traería buena suerte?. Apenas llovía. Pagué la cuenta y con la piedra en el bolsillo y la galerna pisándome las huellas , me fui al metro trotando como un potro, después con el alegre meneo de un cuino y llegando a la boca, transitaba dolorido con un calambre en la bola del zancarrón, el morro seco y la lengua fuera.

Los días siguientes me ocurrieron cosas sorprendentes. No se me reventaban los huevos al freírles, hacienda me devolvió los doscientos euros que me debía del año pasado sin hacerme la habitual paralela y lo más sorprendente, un sábado tuve cien visitas a este blog lo que multiplicaba por muchos la afluencia máxima que jamás había tenido. Aquella piedra era una bicoca. Empecé a jugar a la lotería y aunque no conseguí el gordo siempre me tocaba algo. Amplié horizontes y compré acciones de una inmobiliaria a precio de saldo. Al poco, milagrosamente, las vendí a la par sin intermediación divina ni tan siquiera invocar al espíritu de manitú al que tantos favores debo.

Tal era mi devoción que acudí a la joyería de mi amigo Tito para hacer con ella un colgante que no me separara de la buena suerte.
- Hola Tito
- ¡Hombre, chavalote! ¿A qué debo la visita?
- Quiero que me hagas un colgante con una piedra que te traigo.
- No me jorobes que yo vendo esta mercancía. Sabes que no trabajo con género ajeno porque el beneficio está en la joya, no en el trabajo.
- Ya, pero tú no vendes este tipo de piedras.
- ¡Cómo que no! Yo vendo todo tipo de gemas, desde las más humildes a las más caras.
- Creo que lo mejor será que te la enseñe.

La miró detenidamente, dijo, ¡leñe si esto es un ñusco! Y se metió a un cuarto de donde volvió con un termómetro de pared de medio metro y me dijo:

- Toma, pasa a la trastienda, bájate los pantalones y ponte esto entre las piernas cerca del culo, que creo que tienes fiebre. Perdona el tamaño, muchacho, pero no tengo nada más pequeño.

Le conté la historia, me observó con esa mirada que tienen las cebras cuando mean y aceptó el trabajo después de elegirme una cadena de doscientos gramos de plata Meneses, tan solicitada por los devotos para el busto de camarón.

- Mañana la tienes. ¿Visa o efectivo?
- Efecti..vamente me la fías hasta primeros que estoy rilao.
- ¿Serás cabrito? Si estamos a día diez.
- Diez días menos que te quedan para cobrar. Mañana paso.

Al día siguiente, ya con mi amuleto al cuello acudí a una entrevista de trabajo. Después de examinar mi currículo y ya pasados los test psicotécnicos me citaron para una entrevista personal. Traje Zegna azul con fina raya marrón, camisa R.Laurent en blanco roto, una atrevida corbata Hermes naranja, mocasines Farrutx de becerro Indostán y un bulto sospechoso en el pecho que bien podría ser un golondrino desplazado o el mecanismo de un marcapasos.

- Do you speak english?
- Yes, I do.
- Parece que lo domina. Aquí pone que ha trabajado en el CSIC y en el CNI, ¿es cierto?
- Si, claro que si.
- Por lo que veo, siempre en almacenamiento y destrucción de residuos peligrosos.
- Pues si, es mi especialidad. Ya son muchos años en ello.
- ¿Cuál es la técnica que mejor domina?
- Para el almacenamiento, sin dudarlo, la compresión en recipientes de polietileno de alta densidad y la eliminación más efectiva para este tipo de materiales se consigue por incremento térmico súbito en caldera de briqueta cerámica y compuerta con cierre manual por presión.
- ¿Alguna experiencia en limpieza de depósitos contaminados?
- Claro, eso es fundamental. Lo primero es la observación visual. Luego la apertura controlada por si quedan restos de gases tóxicos y posteriormente la limpieza con clorofosforados en emulsión acuosa y su posterior secado a temperatura ambiente.
- Enhorabuena, cumple con el perfil que buscamos. Está contratado. Empieza mañana a las 7 en punto. A esa hora mete los cubos de la basura y los limpia. A las 8 de la tarde los saca a la calle. Los papeles, ya sabe que son confidenciales, los quema en la caldera de la calefacción. Ni que decir tiene que los quiero impecables, para ello cuenta con ajax, cepillo, fregona y el grifo del patio interior.
- No se arrepentirá, soy el mejor en el oficio.

La piedra había obrado otro milagro. ¿Continuará la racha? ¿Se pondrá mono de trabajo o irá al curro de tiros largos? ¿Cobrará Tito? ¿Llegará a mileurista? ¿Comprará un paraguas? ¿Le importará a Benson? Estas y otras cuestiones se sabrán en el próximo episodio de LA PIEDRA.

lunes, 14 de abril de 2008

SOY RACISTA

Cuando era joven tuve una novieta francesa. Sí, hermano, ya sé que te la quité, pero deja de odiarme por ello, que era mucha hembra para ti. Un año después, muchas cartas por medio, me avisó de que venía una hermana suya, que la cuidara. Quedé con ella imaginando que sería parecida a Silvia, guapísima y con un tipazo de esos que se da uno entre mil, una belleza, pero no. La hermana era fea, tosca, tenía la musculatura de un toro vitorino y asustaba a los perros dando patadas en los adoquines . Su única afición, además de pretender llevarme al catre, era la natación. Encontré una piscina alejada de la capital y allí permanecí un mes, célibe como una ursulina, mirando cómo el ballenato nadaba incansablemente, me tiraba al agua, me daba aguadillas y me metía mano en el paquete que escondía la colilla más apagada que nunca, hasta que se fue a la France, cabreada como un gorila en celo y nunca más supe de ella, ni de su hermana, gran dolor. Solo por eso debería odiar a los franceses, pues no.

Más tarde me pasó algo similar con una norteamericana . Aquello duró más. Cinco años de ida y vueltas hasta que en aquel último viaje, la gran Jenni, guapa como una diosa y rica de los ricos de toda la vida, siete semanas en el gran Chicago a la vera del lago fascinante, me tocó tanto los huevos, me hizo la vida tan imposible, que la mandé a la mierda. Tampoco odio a los yanquis, ni siquiera a ella.

Convivo con negros zaínos, mulatos bailones, sudamericanos de mediana estatura, moros aceitunos, polacos rubios como la cerveza, rumanos de bigote arrocet, chinos que me venden hielo embolsado y pilas para la radio y nunca he tenido ningún problema con ellos, pero soy un racista. He conocido gitanos, incluso he trabajado con algunos, hablo con alemanes, negocio con rusos, bailo sardanas en la intimidad, soy asiduo del país vasco, en fin, que todo correcto pero soy un racista.

¿Qué diferencia a un massai de un pigmeo además de la estatura? Que uno pega brincos y el otro esconde huevos de avestruz llenos de agua para épocas de escasez. ¿Es un cabrón un esquimal por el hecho de haber nacido en el polo norte? No, salvo que sea un sea un malhechor.

Los malos, malvados, perversos, maliciosos, infames, indignos, ruines, bellacos, malignos, depravados, pérfidos, viles, execrables, forman una raza multicolor, sin más credo que el mal ajeno ante los que me siento profundamente racista. Solo distingo entre tantas, dos razas en la humanidad: las personas de bien y las que en su canallesca vida van por el mundo jodiendo al personal, robando, estafando, violando, matando, tratando con mujeres inocentes y otras tantas salvajadas a las que no me acostumbro cuando me indigestan la comida del mediodía mientras miro el televisor o escucho la radio.

Sean bienvenidos todos aquellos que vienen a este país con ánimo de trabajar y sacar adelante a sus familias, que quieren integrarse, respetar a los demás y hacer que sean respetados. Esos tipos corrientes que se levantan a las siete, se desplazan con la mirada limpia, currelan para vivir y de los que me importa un huevo el color de la piel, la religión que profesan, la vestimenta con la que se cubren y su país de procedencia.

Frente a los otros, solo me gustaría una nueva legislación más efectiva. No puede haber una ley en la que los delincuentes cometen un delito menor nada más llegar para evitar así su extradición, que traen dentro del escaso equipaje el manual del delincuente, un libro donde viene indicado qué deben hacer para joder al personal sin sufrir los embates de la justicia. Hay que controlar en las fronteras la llegada masiva de extranjeros, solicitar permisos de trabajo y dar la bienvenida a la gente de paz, enchironar a los que delinquen y después de pagada la pena, extraditar a los foráneos sin más contemplaciones. Frente a los cabrones, soy racista, vaya que si.