sábado, 14 de junio de 2008

BEGIN THE BEGUINE


Cierro los ojos y veo espirales de luz dorada mientras cae el agua por mi cabeza. Los abro aunque el champú me haga llorar porque presiento que puedo perder el equilibrio. Siempre veo espirales doradas después de una mala noche, después de que el insomnio me haya martirizado hasta suplicar rodilla en tierra que un velo de luz del color de la mortaja de las pesadillas interrumpa la oscuridad de mi habitación y me devuelva a un nuevo día por el que deambularé medio sonado, como un boxeador grogui después de un combate que perdió a los puntos. Esas noches de largo recorrido donde la litera de mi vagón viaja obsesivamente por episodios del ayer, espera angustiosa del día en que empiece la partida en la se decidirá todo, sexos que saben a erizos de mar y amarguras jamás confesadas se asoman. Trigonometría de triángulos, vértices como puñales, puntadas en el corazón, remiendos en las tripas. Pongo la radio y suena Cole Porter y su Begin the beguine. Tengo que volver a empezar pero el beguine no es un comienzo sino un baile. Que empiece el beguin, que siga el baile. Bailaré sobre la tumba de mis desvelos, lo juro.

sábado, 31 de mayo de 2008

LA PIEDRA III (Gloria in Excelsis)


Me encontraba enfrentado a mi idea de riqueza como un lobo en celo que solo dispusiera para el refocile de una perrita de Lladró . Discernía entre el codicioso mordisco en el cuello que encarcelaría momentáneamente a mi primo y me solucionara la vida o refocilarme con la enana porcelánica en una pirueta amatoria jamás vista que sobrepusiera mi amor a la familia, al ambicioso plan de jubilación. En un acto de contrición tan largo que me llevó lo que se tarda en ingerir un galón de calimocho, no se bien si por los benéficos efectos balsámicos del alcohol, o porque me da llorona cuando me mamo, resolví solicitar el perdón divino y dejar la suerte de mi primo a su destino.

Caminaba buscando la paz y en una obra vi una fogata dentro de un barril metálico donde se calentaban unos obreros y me acerqué con la intención de quemar el expediente policial que ahora ensuciaba mis manos. Con toda seguridad la manga de agua fina pero constante estaba destiñendo la cartulina y mi mano de payo al orballo se tornaba celeste en la palma y añil en las uñas lo que me daba la imagen de un limpiabotas a la intemperie después de lustrar de azul los zapatos de un pijo.

Saludados los presentes, entablamos un dicharacho sobre temas de gran calado: la mala calidad de los ladrillos, la mezcla óptima de arena y cemento y la importancia del canto piñón en la fabricación de los hormigones. Pegamos un repaso a la actualidad, nos jiñamos en el seleccionar por no llevar a Raúl, le hicimos una pedorreta a Mariano y otra a José Luís porque los obreros deben estar siempre enfrentados al mandatario opresor y repasamos el Top 10 de Wines Spectator con un acuerdo mayoritario de que el Clos de Papes nunca llegaría al retrogusto tánico y salvaje del cariñena de pellejo. Alabamos la decisión del cocinero Santamaría y acordamos que los platos de los restaurantes carísimos deberían llevar la composición química igual que los precocinados y de este modo confeccionamos una receta que venderíamos al Adriá.

MELINDRES DE PICHON CARBONATADO CON ECUACIÓN DE PRIMER GRADO.

Ingredientes:

- Contramuslos de pichón de la plaza de España.
- Agua con gas o en su defecto, un chorrito de sifón
- E340+E441+D120+A666=X, siendo X un valor superior a los 80 Euros.

Acabado el almuerzo, dispersados los operarios, procedí a la incineración de la carpeta secreta. No debía estar muy seguro de querer hacerlo porque la órdenes de mi corazón se enfrentaban a las de mi sesera acercando y alejando el cartapacio de la fogata en una lucha interior en la que mi brazo ejecutor parecía movido por un muelle invisible que no podía controlar, pero igual que en las películas, la bondad puede a la perfidia y después de quemarme la mano hasta los tendones, no tuve más remedio que soltarlo y asistir compungido a la quema de aquello que pudo ser mi salvación definitiva.

Decepcionado y algo magullado, sujeté mi piedra mágica con la mano buena esperando una señal de optimismo, una vibración alfa de origen telúrico que me indicara actividad. Al cerrarla en mi puño, me sobrecogió una sensación de terror. Pasaron por mi mente, como vagones del metro del infierno, escenas de desgracias, accidentes, hospitales y calabozos en un film serie B donde el protagonista era yo. Aterrado, lancé la piedra con todas mis fuerzas hasta que la vi desaparecer detrás de una tapia. Al instante, gritos de dolor, tumulto en la calle y varias personas que se asomaron señalándome como el culpable de alguna fechoría. Intenté correr pero no pude. Me dejé atrapar y fui llevado a un lugar donde se encontraba una persona tendida en el suelo, inconsciente, mientras uno le palpaba el pulso, otro colocaba junto a la pared el bastón blanco y otro le robaba los cupones sujetos al pecho con una pinza. Llegaron al unísono una ambulancia y una lechera y fuimos distribuidos convenientemente, cada uno en nuestro vehículo camino del hospital y del cuartelillo.

Pasé la noche entre rejas. El camastro era cómodo y el rancho comestible pero en mi opinión deberían haber prescindido del vinagre en las alubias porque atrajo a un nubarrón de avispas de las que me tuve que zafar, no por las picaduras, sino por temor a que me sorbieran el rico caldillo en el que mojaba un chusco de medio kilo que me estaba sabiendo a gloria.

El juez decidió dejarme en libertad provisional hasta conocer el parte médico del pobre apedreado. Decidí ir al hospital para interesarme por su estado de salud y me tranquilicé cuando supe que estaba fuera de peligro. La piedra le había atinado en el ojo derecho por el que apenas veía sombras pero con el que identificaba sin dudar el color de los billetes y el tamaño de las tetas de las mozas que pasaban a su lado. Salía de urgencias cuando se me acercó una señora de pelo negro y belfo poblado y me invitó a un café. Se identificó como la mujer del ciego y me iba a comentar algo con cara seria cuando un médico se acercó y nos comentó que se había producido un milagro. La contusión había activado el nervio óptico y el cieguito volvía a ver por el ojo chungo. Mi alegría se desbordó, sin embargo, la señora, en un alarde de prodigiosa sangre fría solo acertaba a preguntarle al médico.

- Doctor, doctor, ¿No le quitarán la licencia para vender cupones? porque si se la quitan, le vacío la órbita con la peladora de patatas y a este gilipollas de la pedrada le capo con la minipimer.

La piedra había obrado un nuevo prodigio. Tenía que encontrarla. La busque por todas partes, en la calle, en el hospital, en la ambulancia pero nunca más di con ella. Supe después que el invidente seguía en su esquina y que el negocio le iba genial. Pasé a su lado y vi el colgante con el amuleto colgando del cuello. Un jubilado me contó que todos los días daba el premio gordo. Uno de los muchos números que vendía era agraciado con el premio máximo. Por supuesto, compré un cupón, pero no me tocó. Ahora paso todos los días y compro varios números, pero sigue sin tocarme. Insistiré hasta conseguirlo o hasta que un descuido, le robe la piedra mágica y la suerte vuelva a mi lado.

Es posible que la piedra no beneficie a quien la posea, sino a los que desconocen sus propiedades. Mejor, dejaré que el destino decida mi camino.

sábado, 17 de mayo de 2008

COMPLICACIONES Y ALGUNOS DESASTRES

El azar es caprichoso. Revolotea sobre tí como una gran manada de pájaros que a veces pasan sin rozarte y otras chocan en cadena hasta convertir tus rutinas en una empanada de desatinos ante los que no puedes defenderte. La balsa sobre la que navegas en un lago calmo puede naufragar sin más razones que una brisa mal parida o un agujero que las termitas socavaron glotonas mientras tú pensabas que el todopoderoso estaba contigo porque le llamabas al móvil y comunicaba.

Un cúmulo de despropósitos mundanos se ha cernido sobre mi menda sometiéndome a trabajos forzados que, como remero de galeras con las manos de una dama, se ve obligado a recuperar tiempos y trabajos perdidos en una semifinal donde los patrones no son sino unos negracos que galopan los cien en la mitad de tiempo que tú, pero a los que debes ganar antes de que lleguen la meta.

Un terrible fallo informático me ha dejado al borde del coma. Bien la ansiedad con la que fagocito archivos de toda calaña o un antivirus con la fecha de caducidad en el ojo del culo han hecho que de mis ordenadores, conectaditos entre si, solo quede el barbecho de un formateo reciente y una copia de seguridad que tiene el dudoso honor de poseer el mayor índice de infecciones jamás visto. Una última pasada me ha dejado la friolera de 8126 por lo que desconozco si podrán ser sanada y devuelta a la vida civil o deberá pasa pasar por la incineradora de recortes quirúrgicos donde quedará mutilada sin honores, y yo, me tendré que conformar con los huesos resecos del banquete del día anterior sin más carne que la que dejaría un vasco grandote en una chuleta de ternera.

A consecuencia, pero no solo por ello, el caos se ha instalado en mis tuétanos en forma de cabreo mayúsculo, trabajo sin hacer, emolumentos sin cobrar y sinsabores que me han dejado como el palo de un helado.

Acabo de volver a la vida. Estos días, la caridad cristiana me ha permitido conectarme en cortos lapsos en los que he disfrutado a medio gas de vuestros blogs sin tiempo ni ganas de comentar vuestras ocurrencias y vicisitudes.

Volveré poco a poco a la rutina. Escribiré lo prometido y recuperaré la calma. Esa calma que tanto me gusta. Esa calma que equilibra la ferocidad de mis malignos y me permite disfrutar de mis putos achaques con la sonrisa de un gili sin más pretensiones que la supervivencia acomodada de un burgués venido a menos que ha ido a más.

Las canciones que me gustan demasiado las esucho poco, quizás para no desgastarlas y poder usarlas en el momento adecuado con la eficacia antibacteriana de una penicilina inyectada a traición por un practicante ciego.

Os dejo una de mis " Imprescindibles". Conocida, cómo no. Si os gusta, no la escuchéis muchas veces. Tiene tanta intensidad que debe usarse con precaución.