Mostrando entradas con la etiqueta Soñé contigo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Soñé contigo. Mostrar todas las entradas

jueves, 10 de enero de 2008

SOÑÉ CONTIGO AQUEL MEDIODÍA DE JULIO

El último se marchó bien entrada la mañana. Lo sé porque la terraza era una chicharrera y los geranios me suplicaron agua con un lloriqueo silencioso y una huelga de ramas vencidas.

Me puse a recoger el desaguisado empezando por el salón donde se amontonaban botellas a medias, platos con canapés cuadrados de aristas bronceadas, discos de funky, ceniceros llenos de colillas que en mi alterado estado me parecieron abortos de anaconda, copas de martini sin aceituna y decenas de latas vacías que daban a la estancia el aspecto de un campo de batalla donde los generales hubieran disfrutado de la lucha mandando a los soldados metálicos a morir por saciar su sed de diversión.


Mis amigos tomaron mi casa como si fuera suya sin serlo, de aquella manera en que la confianza te permite sentir como en la propia, sin la obligación posterior de tapizar de nuevo las sillas blancas en su renovado estampado color rioja ni avisar al fontanero para desatascar la pila pletórica de rajas de limón, patatas fritas en inmersión y hasta unas perlas falsas de algún collar chino que no soportó la cariñosa acometida de un varón intentando en su valentía escocesa, de malta, robar un achuchón a la chica que descargaba vasos sucios.

Definitivamente, había sido una gran fiesta. Mis amigos salieron contentos, muy contentos, y la vecina británica que tanto se quejaba del volumen de la música, se incorporó al festejo sin refajo y disfrutó viendo que su inalterable vida podía convertirse, por una noche, en un festival audiovisual en el que se desmadró bebiendo rones morenos a palo seco, bailando con corderos que le parecieron cabritos porque no le salió plan y sudando la blusa concisa anudada por el ombligo que dejaba entrever en su generoso escote, un par de peras de casi dos libras por fruto, que se mantenían más firmes que su dueña a medida que avanzaba la noche.


De todo hubo en mi fiesta estival. Música bailable, alcohol de graduaciones varias, flirteos descarados, risas por doquier y como no, a la hora precisa de las canciones conocidas, la sempiterna monserga del pop de los 80 tan gastada como hace quince años. Minifaldas escalofriantes levantaban el vuelo con el rock de la cárcel exhibiendo piernas de afrodita rematadas por una escasa lencería de pubis en claroscuro y nalgas de caoba. Nosotros, haciendo corro y esperando la oportunidad de que sus ojos de pantera se posaran en los nuestros, no perdíamos la ocasión de abrazar su cintura para atraer a nuestro pecho un leve roce de los suyos con los que soñar hasta que aquello terminara.

Después de las despedidas, me tumbé en mi cama sospechosamente revuelta pero quería dormir y no era momento de poner pegas ni estirar las arrugas. Al apoyar la cabeza noté una molestia en la nuca. Rebusqué hasta encontrar entre las plumas y la funda de raso azul, un broche de nácar pinchado en mi almohada. Lo dejé caer alargando la mano hacia el suelo para que apenas hiciera ruido que pudiera despabilarme y al darme la vuelta tropecé con algo duro entre mis piernas. Bajé la mano en dirección al bulto, palpando, hasta encontrar un objeto que por su textura y tamaño no parecía pertenecer a mi cuerpo y resultó ser un vaso de tubo con olor a Jack Daniel´s y carmín en el borde con forma de beso, que imaginé de unos labios carnosos y dulces, como de gominola de fresa.

Aquello no estaba allí por casualidad, pero no imaginaba quién me podría haber dejado ese mensaje tan excitante. Alventé las sábanas buscando una nota o un teléfono, pero no encontré nada. Revolví toda la estancia y desesperé en mi intento de encontrar lo que no existía.

Ya insomne, volví al salón y miré en la terraza a mis plantas sedientas. Abrí el grifo para llenar la regadera y cuando la levanté pude ver detrás de ella, una botella de bourbon con una servilleta de papel anudada a su cuello.

Ponía: Te busqué con mis ojos pero parecías ciego. Me voy a un viaje que me llevará lejos de ti hasta que las acacias pierdan sus hojas. Entonces será nuestro momento.

Creo saber quién escribió aquello. Ya en mi habitación, cogí el vaso y besé los labios de carmín.

Soñé contigo aquel mediodía de Julio esperando un otoño frío que desnudara las acacias cuanto antes.