lunes, 14 de abril de 2008

SOY RACISTA

Cuando era joven tuve una novieta francesa. Sí, hermano, ya sé que te la quité, pero deja de odiarme por ello, que era mucha hembra para ti. Un año después, muchas cartas por medio, me avisó de que venía una hermana suya, que la cuidara. Quedé con ella imaginando que sería parecida a Silvia, guapísima y con un tipazo de esos que se da uno entre mil, una belleza, pero no. La hermana era fea, tosca, tenía la musculatura de un toro vitorino y asustaba a los perros dando patadas en los adoquines . Su única afición, además de pretender llevarme al catre, era la natación. Encontré una piscina alejada de la capital y allí permanecí un mes, célibe como una ursulina, mirando cómo el ballenato nadaba incansablemente, me tiraba al agua, me daba aguadillas y me metía mano en el paquete que escondía la colilla más apagada que nunca, hasta que se fue a la France, cabreada como un gorila en celo y nunca más supe de ella, ni de su hermana, gran dolor. Solo por eso debería odiar a los franceses, pues no.

Más tarde me pasó algo similar con una norteamericana . Aquello duró más. Cinco años de ida y vueltas hasta que en aquel último viaje, la gran Jenni, guapa como una diosa y rica de los ricos de toda la vida, siete semanas en el gran Chicago a la vera del lago fascinante, me tocó tanto los huevos, me hizo la vida tan imposible, que la mandé a la mierda. Tampoco odio a los yanquis, ni siquiera a ella.

Convivo con negros zaínos, mulatos bailones, sudamericanos de mediana estatura, moros aceitunos, polacos rubios como la cerveza, rumanos de bigote arrocet, chinos que me venden hielo embolsado y pilas para la radio y nunca he tenido ningún problema con ellos, pero soy un racista. He conocido gitanos, incluso he trabajado con algunos, hablo con alemanes, negocio con rusos, bailo sardanas en la intimidad, soy asiduo del país vasco, en fin, que todo correcto pero soy un racista.

¿Qué diferencia a un massai de un pigmeo además de la estatura? Que uno pega brincos y el otro esconde huevos de avestruz llenos de agua para épocas de escasez. ¿Es un cabrón un esquimal por el hecho de haber nacido en el polo norte? No, salvo que sea un sea un malhechor.

Los malos, malvados, perversos, maliciosos, infames, indignos, ruines, bellacos, malignos, depravados, pérfidos, viles, execrables, forman una raza multicolor, sin más credo que el mal ajeno ante los que me siento profundamente racista. Solo distingo entre tantas, dos razas en la humanidad: las personas de bien y las que en su canallesca vida van por el mundo jodiendo al personal, robando, estafando, violando, matando, tratando con mujeres inocentes y otras tantas salvajadas a las que no me acostumbro cuando me indigestan la comida del mediodía mientras miro el televisor o escucho la radio.

Sean bienvenidos todos aquellos que vienen a este país con ánimo de trabajar y sacar adelante a sus familias, que quieren integrarse, respetar a los demás y hacer que sean respetados. Esos tipos corrientes que se levantan a las siete, se desplazan con la mirada limpia, currelan para vivir y de los que me importa un huevo el color de la piel, la religión que profesan, la vestimenta con la que se cubren y su país de procedencia.

Frente a los otros, solo me gustaría una nueva legislación más efectiva. No puede haber una ley en la que los delincuentes cometen un delito menor nada más llegar para evitar así su extradición, que traen dentro del escaso equipaje el manual del delincuente, un libro donde viene indicado qué deben hacer para joder al personal sin sufrir los embates de la justicia. Hay que controlar en las fronteras la llegada masiva de extranjeros, solicitar permisos de trabajo y dar la bienvenida a la gente de paz, enchironar a los que delinquen y después de pagada la pena, extraditar a los foráneos sin más contemplaciones. Frente a los cabrones, soy racista, vaya que si.

viernes, 4 de abril de 2008

LA PECULIAR VIDA DE UN PAÑUELO DE PAPEL

La gente cree que los pañuelos de papel no pensamos. ¡Qué tontería!. Formaba parte de un árbol magnífico, un abedul enorme plantado sobre las cenizas de un robledal centenario que un día ardió. Me contaron los búhos que aquella noche de Agosto, antes de que los animales se llamaran a arrebato, corría por el bosque un extraño olor ocre y azufrado, como de aviso de muerte. Tras la quema plantaron eucaliptos y abedules, abetos y alerces destinados a la corta temprana, cuando acaba el destete de la savia adolescente , el crecimiento se ralentiza y las raíces ahondan buscando más agua que carbono para que las hojas y los frutos farden de frescura y verdor mientras cobijan un nido de petirrojos.

Un día apareció un hombre por entero de azul con un casco amarillo y una cosa en la mano que tronaba a derrota. Miré alrededor y lo que antes era floresta se había convertido en una necrópolis de leña. Todo aquello duró menos que el trino de un jilguero . Desgajaron las ramas y subieron el resto a un camión con ayuda de una jirafa de hierro que en vez de engullir hojas de acacia, clavaba sus espinas en la corteza con la fuerza de un titán malhumorado.

En una fábrica me arrancaron el pellejo, me hicieron astillas, me trituraron y cocieron, me blanquearon con cloro, ¡qué asco! y pasé a una gran bobina blanca. Unas cuchillas me sajaron y quedé convertido en un cuadrado de veinte centímetros de lado. Algo me absorbió y dobló el espinazo seis veces en un baile que me dejó mareado como si me hubiera estado picando un día entero un pájaro carpintero. Así, en la famosa postura fané del maestro yogui Mamarash me junté con nueve gemelos y nos envolvieron en plástico, tan juntitos que no había manera de rascarse los picores de la esquinas, lisas y albares como un huevo de milano bajo las ramas del nido.

Empaquetado y comprimido afrontaba mi futuro con la ansiedad de no saber mi destino. Aunque se comentaba que lo más honorable que me podría pasar es servir como torunda para una hemorragia nasal, creía merecer un destino más honorable, quizás de pañuelo de bolsillo en un traje elegante o como abrigo de unas joyas en el cajón de una gran dama.

Anduve adormilado hasta que un movimiento brusco me despabiló. La privilegiada posición de estar el primero del paquete me permitía ver algo del exterior, tan distinto a mi bosque verde. Estaba en la calle, cerca de un semáforo y un hombre moreno agitaba su mano conmigo dentro. ¡Qué uñas tan sucias! Sólo pensar que podría servir para limpiar tanta roña me produjo un revoltijo en los polisacáridos que estuvo a punto de provocarme una combustión espontánea que abrasaría la mano del reventa , ese tipo incapaz de darme salida ni aunque rebajara el precio a la miserable cantidad de una moneda de cobre.

Una tarde se acercó a la ventanilla de un coche. Le oí hablando en voz alta y autoritaria a una bella señorita que al final pagó en papel, seguramente por salir del trance y me introdujo en un bolso perfumado de jazmín al lado de un teléfono que sonaba insistentemente con una melodía atronadora que me recordó el graznido de un cuervo. Permanecí allí varios días hasta que una mañana de verano, la portezuela se abrió y unos dedos delicados y suaves hurgaron entre nosotros y noté como el escaso espacio se ampliaba al punto de tener sitio para estirarme un poco y de paso colocar una arista que me pinchaba en el escaque del caballo. Mis vecinos fueron desapareciendo poco a poco y mi prestancia inicial iba perdiendo tersura. Lo que antes era semirrígido estaba fofo y bailaba en el envoltorio al ritmo de su hombro, chocando con las llaves y maldiciendo al tubo de rimmel que estuvo a punto de tiznar mi impecable sudario con su tinte negro. Ya sólo quedo yo. Del resto poco sé, salvo de “cinco” al que vi maltrecho, casi partido por la mitad con unos números escritos al lado de un nombre de varón.

Por fin ha llegado mi hora. Me saca del rebujo y me deja en la mesilla cerca de un aparato charlatán que habla como una cotorra, canta como un grillo y tiene los ojos tan extraños que le cambian cada poco en formas que se parecen al tallo de una espiga, una pera recién caída o la silueta de un pato nadando en la laguna. Ella está encima de la cama leyendo un libro de pastas color azul. Puedo oler su esencia de primo lejano pero no identifico su especie. Se títula “Cuerpos entretejidos” . Al cabo de un rato, noto que su respiración se acelera y pasa las páginas más deprisa. Deja caer el brazo derecho a lo largo del cuerpo y poco a poco, el libro se acerca a la almohada mientras la mujer entrecierra los ojos. La mano sedente se alza hacia el pecho y se posa traviesamente y lo abarca en una caricia larga que acaba en su cima con un delicado pellizco que le arranca un leve gemido. Se entretiene en este juego mientras la otra mano de finos dedos se refugia debajo del triángulo de tela, allá donde crece el musgo negro en la entrada de la gruta y lo palpa hasta que del manantial de su esencia empieza a brotar almíbar. Uno de sus dedos, el que adorna con un anillo de oro y jade no encuentra traba y se cuela dentro mientras la otra mano, abandonado el pecho erguido, roza la carne del deleite. La cama se mueve y la mujer canta de gozo hasta que un temblor sacude la habitación y después, la calma.

Cuando la máquina de los ojos tristes ha cambiado tres veces de cara, ella me coge y en un delicado movimiento me acerca a su sexo y me permite absorber su miel que huele a salitre y a lujuria, un perfume que me deleita y me hace sentir en paz.

Allí, feliz, refugiado entre sus muslos, sé que me espera la fontana blanca y el torbellino de agua que me llevará lejos, donde me degradaré lentamente hasta que mis moléculas se disuelvan y todo sea nada.
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Gracias a raindrop por su inemerecido premio a la creatividad y el diseño. Le debo un meme casi imposible, pero prometo cumplir.

Cuerpos entretejidos es una novela de Antonio Altarriba, finalista del premio La sonrisa vertical en 1996.

domingo, 16 de marzo de 2008

YO FUI PRESIDENTE DE MESA


Hace varios años se recibió una carta en casa de mis padres. Yo, que vivía en Madrid, seguía empadronado en Segovia, no por sentimientos patriochiqueros sino porque las multas de aparcamiento no llegaban a provincias. Mi flamante Lancia Delta acumulaba diariamente tantas papeletas que cambiar la residencia hubiera significado tener que vender el coche para pagar la cuenta.

Mi padre me llamó y comunicó la noticia. Tienes una carta de la junta electoral central. Ábrela, coño, que me tienes en ascuas. Te ha tocado mesa en las próximas elecciones, de presidente nada menos. Ni de coña, ese día estoy enfermo. Tu mismo, pero trabaja bien el engaño que la multa es potente y te puede caer cárcel.

Paperas, escoliosis, inflamación de frenillo, todos los trucos fracasaron. Dos días antes del evento me citaron a una reunión. Llegué tarde porque se alargó el poker y nada más abrir la puerta los elegidos salían con sobres en la mano y abundante documentación. Un carpetón beis y un mal gesto de un funcionario fue todo lo que saqué de aquella tarde de Marzo, además de una ruina de full que me dejó la billetera planchada, como el pañuelo de un cura. Tenía venticuatro horas largas para mirar los apuntes y una visa de crédito para invitar a cenar a mi novia unos percebes gallegos de la zona de Marruecos y una botella de albariño que había visto más molinos de viento que verdes prados. Algunas copas y otras más hasta que la churrera me mandó a casa, allá por las nueve, silbando para no hablar y caminando deprisa para no perder el equilibrio. Llegó la tarde de la víspera y mi madre, inquisidora como todas, preguntó por la ropa para el acontecimiento y cuando le respondí que mi vieja cazadora de ante era todo lo que había llevado, esa chupa con coderas de vinos y licores, me cogió del brazo y me llevó a un comercio donde agenciarme algo decente, que no quería un adefesio presidiendo una mesa donde votaban todos los vecinos y amigos. Allí coincidí con una mujer, gran política que alcanzó prestigio nacional y europeo, en busca de algo de abrigo porque pensaba recorrer parte de la provincia el día siguiente para ver como se desarrollaba la votación en los pueblos importantes. Mi madre la conocía, como no, y fuimos debidamente presentados, yo en mi condición de máxima autoridad y ella como aspirante al escaño que ganaría sin duda, aunque un maremoto asolara la meseta.
Eligió un chubasquero discreto y yo una americana para salir del paso, bastante más cara que el sueldo que me ganaría el día siguiente.

Gasté cerca de diez minutos en leer los cien folios y quedé convencido de que aquello que no supiera se resolvería en el momento. Solo me quedó clara una cosa: en la mesa podrían estar representantes de los partidos si en el momento de constituirla presentaban su documentación en regla. Para mí, eso era un gran escollo. Además de atender al público tenía que aguantar las ínfulas de los tocapelotas. Un mal rollo dentro de otro mal rollo.

Llegué puntual, a las ocho en punto. Se abrió el colegio y busqué mi feudo. Recorrí todas las estancias y al final de un pasillo, fuera del barullo central, encontré mi sitio, frio y algo desangelado. Conocí a mis compañeros, dos chavales jóvenes y empezamos con la estrategia. De momento tú apuntas nombres y tú buscas. A la hora, se cambia el turno. Pasaban los minutos y no se acercaba nadie. Se me encendió la bombilla. Os quiero fuera de aquí hasta las ocho ventinueve. Yo me voy al water a rellenar los papeles, y cuando llegue, firmamos las actas, constituimos la mesa y tararí que te vi. A la hora fijada, asomé el güito por una cortina, me senté y dispuse la documentación para que la firmaran los puntos. A las ocho treinta la mesa quedó constituída. A las ocho treinta y tres llegaron los compromisarios y les pegué una pedorreta que todavía les suena en los tímpanos. Ver, oir y sobre todo, callar.

La política llegó de los primeros. La prensa local esperaba el protocolario apretón de manos y se quedaron atónitos ante el ósculo que nos dimos y el dicharacho que nos echamos. Vaya, fulano, qué elegante estás. Pues, anda que tú, vaya chupa guapa, hay que ver lo bien que te sienta. Que te sea leve y cuenta bien los votos, que me da que eres de los otros. Que si, mujer, que todo controlado.

A las nueve habían votado nueve y a las diez diecinueve. Carajo con los abuelos, sí que madrugan poco, claro, con estos fríos, cualquiera sale del sobre. El asunto se empezó a animar y a las doce había una cola parecida a la del paro.

- Vengo a votar
- El DNI, por favor.
- ¿El qué?
- La papela, abuelo, la papela. Decía un chavalote rubiasco.
- Emerenciano Bocajarra Pansinsal, soltaba yo.
- ¿Bocarraja con be o con uve?, decía el cándido vocal.
- Con be, pelma con be.
- 84, decía el del PSOE.
- Tú te callas, melón, que estos señores tienen el bachiller y saben de qué va esto.

A la una, cuando el guiso estaba en plena ebullición, se me presentó un feligrés que me conminó con aires intimidatorios a bajar la urna a la calle para que un pariente aquejado de apoplejía y en silla de ruedas, pudiera votar. Le indiqué amablemente que disponía de las fuerzas vivas suficientes para elevar al enfermo hasta la mesa, desde la cruz roja a la policía nacional, la guardia civil, la policía municipal y si hiciera falta, un campeón de levantamiento de piedras vasco que había contratado el ayuntamiento para casos parecidos. El individuo me contestó que nanay, y que, o bajaba la urna, o me montaba un cirio pascual de los de órdago. Me negué y al cabo de cinco minutos, treinta pelanas me abuchearon, me insultaron y los muchachos de la cámara me sacaron un buen puñado de fotos con las que animarían los titulares del día siguiente. La policía se encargó de mediar en el asunto y a los diez minutos subió el jeta a la sillita de la reina en los brazos de dos fornidos policías y deposité su voto en la urna con la misma devoción con la que le rezaría a su puta madre.

Aquello se tranquilizó a la hora de comer hasta quedar más desierto que los monegros. El bocadillo que nos dio el gobierno civil, tenía un pase, pero la cocacola que estaba de cuerpo presente desde las diez, parecía al tacto la candorosa teta de una cabra de hojalata. Salió primero a comer el menor de ellos. A su vuelta sería mi turno y quedaría para el final el menos espabilado, Jeromín, pobre chaval. Me acerqué a un bar cercano, pedí un tentenpié rapidito con una cerveza fresquita y una café. No había empezado a soplar el cortado cuando llegó la policía municipal para indicarme que habían clausurado la mesa. Salí de naja y ya me estaban pidiendo paso los calamares cuando llegué con un flato violento y vi que la mesa estaba vacía. Como no había nada que hacer se habían bajado a tomar un chispazo, los muy cabrones.

Después de las disculpas y de otras fotos de los periodistas, até los pies de mis muchachos a la mesa y la tarde transcurrió sin más incidentes.

Llegó el recuento. Los afiliados de los partidos querían un escrutinio voto por voto, mirando cada papeleta a ver si había el más mínimo fallo para declararla nula. Les puse firmes. Se haría a mi manera. Comenzamos a abrir los sobres del congreso y ponerlos en montones. PP, PSOE y varios. Contamos los votos. Tropecientos PP, otros tantos PSOE, los demás tantos. Total pascual. ¿Cuadra? Si, pues a otra cosa.
Lo del Senado fue más complicado. Eso no eran papeletas, eran resmas. Tuvimos un descuadre de un voto que alguien solucionó de manera involuntaria. Uno de los votos nulos tenía una sarta de definiciones graciosas de los políticos que se presentaban. Uno de los compromisarios estaba enfrascado leyéndolo cuando, no sé si por la risa o por el frio que hacía en el local, estornudó encima con tal abundancia que le dejó spontex. Ni que decir tiene que todos estuvieron de acuerdo en no contabilizarlo y en regalar al chico unos pañuelos de celulosa.

Terminé pronto. A eso de las doce y media presentaba las actas en la oficina electoral y media hora más tarde hacía seda en mi cama, cansado pero feliz.

Me despertó mi madre abanicándome con el periódico local. La jornada de votación se salda casi sin incidentes. La famosa política LDP la más madrugadora. En esa foto salía yo. Un presidente de mesa se niega a bajar la urna para que vote un paralítico. En esa foto salía yo. Una mesa se clausura durante media hora porque el presidente y los 2 vocales se van a comer y la dejan vacía. En esa foto no salía yo. Solo salía la mesa, abandonada, mi nombre y mis apellidos. Nunca me han llamado para otra. Espero que dure la racha.

sábado, 8 de marzo de 2008

ME GUSTARIA QUE FUERA PRESIDENTE DEL GOBIERNO......



Después de meditarlo mucho, pros y contras, derechas e izquierdas, voto útil o inútil, he llegado a la conclusión de que España necesita gente joven preparada para gobernar. Grandes gestores con experiencia demostrada, vida estable y alejados de los corsés de los grandes partidos donde se reparte el bacalao por numerus clausus entre un grupo de especialistas en política cuyo mayor mérito es ser políticos, ni más ni menos.

Estudiando currículums, he llegado a la conclusión de que: por proyección nacional e internacional, capacidad gestora, interés demostrado por el medio ambiente y gran negociador, me gustaría que fuera presidente del gobierno:


JOSÉ MANUEL ENTRECANALES


Actual presidente de Endesa, comenzó su carrera en Airtel para pasar a Vodafone y más tarde a Acciona a la que revalorizó un 300% en un plazo de cinco años. Comprometido con el medio ambiente y de gran proyección internacional formaría un equipo sólido de personas capaces como lo ha demostrado a lo largo de su carrera.

No me consta que quiera dedicarse a la política, pero desde aquí, le animo a hacerlo.

sábado, 1 de marzo de 2008

LOS MUCHACHOS DE LA OTAN



DIA 02/28/07

8 HORA WATUSSI.

Centro de mando MCKELY. Cocina de Oficiales. Suena el teléfono.

- Se han adelantado, señor. Les esperábamos mañana pero aseguran que la cita está marcada en su agenda. Les he propuesto posponerlo y me han asegurado que si se van, no volverán nunca.
- ¿Cuántos son?
- Eran tres, señor. Uno bajito con granos hacía de intérprete, pero ahora quedan dos, señor.
- ¿Qué llevan encima?
- Nada, señor. Han pasado por el detector y excepto un móvil marca Polski, una petaca con tres cuartillos de vodka y una libreta inofensiva, no llevan nada sospechoso. Están limpios, señor.
- ¿Vehículos?
- Una furgoneta Nissan Vannete, modelo del 82, rosa con círculos amarillos. Ha pasado el control espectral de masas y el ordenador solo indica materiales plásticos básicos, metales alumínicos y herramientas de uso común. También sacos con productos silíceos y otros derivados sin trazas de explosivos. Solo una cosa fuera de lo normal. Un barril de cerveza de 60 litros, una hogaza de 3 kilos y una barra de salami picante del tamaño de una pata de elefante. Todo en orden, señor.
- Entreténgales diez minutos, que tengo que ir a obrar.
- Señor, si señor.

Me encuentro solo en el centro de mando. En la garita, el suboficial Medroso atiende las llamadas y controla la puerta de acceso. El resto del edificio está vacío. Ayer desratizaron y las estancias están casi todas selladas. La Generala Montarique y sus tropas están en el desfile de Ágata Ruiz de la Braga de la pasarela Kalashnikov. Desde que Zapatero se perfila de nuevo como presidente es necesario un cambio de imagen. Los uniformes de camuflaje van a ser sustituidos por algo nuevo, quizás algo de tafetán gris marengo con corazones rojos y la boina naranja. Modernidad dentro de la sobriedad, es el lema.

En el retrete, enfrascado en mi soliloquio me pregunto y me respondo; sensaciones extrañas de alivio por la temprana resolución del conflicto interno y pesaroso por la dureza de la acción, pero soy un viejo soldado. No hay nada que altere mi espíritu acostumbrado a la lucha feroz. Según lo convenido todo se resumirá en una operación táctica de aprovisionamiento y modernización. 48 horas de caos medianamente organizado pero me han pillado con el culo al aire y sin papel. Habrá que improvisar.

Memev y Panfilov se presentan pero no se cuadran ante el mando aliado. Suponen que la diferencia de nacionalidad no obliga al respeto debido, pero se van a enterar. Informaré de ello al alto mando de la OTAN. (Obliteraciones y Tientaparedes Anastasio Negrero).

Me presentan la documentación. Todo en regla. De fondo, en el casete de mi despacho suena una pieza única que jamás se volverá a interpretar y que tuve la suerte de grabar con mi antiguo magnetófono. Se trata de la sinfonía Heroica de Beethoven interpretada por la banda del Regimiento de pífanos y tambores. Después de aquella ejecución, la banda fue disuelta y los excelsos músicos fueron destinados a servir mesas en el comedor de tropa. Gran ignominia para el arte. La música militar perdió en aquel acto a los más virtuosos instrumentistas de los cuarteles de la zona sursudoeste. En este momento arranca la segunda parte, la marcha fúnebre. Se me manifiesta un sentimiento de hondo dolor movido de gozoso llanto; en el fondo soy un puto sentimental pero la obligación me ordena reponer el espíritu y les pido un trago de la petaca. No me entienden. Saco del cajón mi botella de Fundador y le pego un tiento de dos sorbos largos que me abrasa el esófago. A punto de toser me golpeo el pecho con el puño cerrado y el anillo con el escudo del arma de sufridor en casa se me queda grabado en la tetilla derecha como si fuera una calcomanía. Lo mostraré orgulloso aunque tenga que depilarme con la minipimer.

Memev me habla en lengua extranjera. Es alto y fornido, con el pelo al uno. Panfilov es calvo y tiene un bulto en el cráneo del tamaño de un huevo cocido partido por la mitad. Apenas les entiendo. Me hacen firmar el parte y me indican por señas que van a recoger el material. Salen a la calle y respiro un poco. Me tomaré otro café y volveré al baño porque no es seguro que lo pueda volver a utilizar los próximos días. Esta vez me llevaré las páginas amarillas.

10 HORA WATUSSI: UNA HORA MENOS EN PORRIÑO. (SEGÚN EL BNG)

El ascensor para en la planta 6. Se abre la puerta y veo el recinto lleno a rebosar de cajas, sacos y herramientas. Me pregunto cómo habrán podido colocar el material sin que quede espacio para un sello de correos. También cómo el viejo montacargas puede soportar tanto peso sin que sus gastados cables se deshilachen y caiga al vacío en ese silencioso viaje que precede al estruendo final. 60 años de servicio a la patria son suficientes para dudar de su salud. Seguro que aquel arresto de cuatro años por pillar a traición los cataplines del comandante Ovo Huevales le ha sentado bien. A veces es bueno dar al guerrero una temporada de reposo y este ascensor es un ejemplo de servicio y abnegación. Los muchachos del sector ZQ34x de la OTAN comienzan la descarga.

12 HORA WATUSSI

Revisión de materiales. Procedo a revisar la mercancía y veo con estupor que no hay información en el exterior, ni siquiera un código de barras. Protesto pero se lo toman a chufla. Llamo por el walki a Medroso para ver si entre los dos logramos que entren en razón.

- Medroso, no me entiendo con los chicos. ¿De dónde diablos son?
- Polacos, señor
- ¿Sabe vd. polaco?
- Negativo, señor. Le ruego que se tranquilice, se vaya a tomar una cerveza y me los deje. Voy a intentar comunicar en algún otro idioma.
- Tiene quince minutos desde, tres, dos, uno, ¡AHORA! Quiero el inventario completo a mi regreso. - Señor, si señor.

Después de 4 latas de Skoll el cinturón se desliza de la tripita hacia abajo y me deja el pantalón tan caído que me piso los bajos. Lo sujeto con las dos manos y tirando hacia arriba doy unos saltitos hasta que se me coloca cerca del esternón, como un Jesús Gil cualquiera. Medroso me informa de que todo está en perfecto estado de revista. Le pregunto cómo se ha comunicado con los foráneos y me contesta que en latín. Parece que los 8 años de noviciado del sargento y la influencia de Juan Pablo II sobre la población polaca han obrado el milagro.

Me dispongo a organizar la operación y les llevo al cuarto del cabo cuartel. Un camastro, una nevera con lo mínimo y una radio skreibson de después de la primera gran guerra, cuando los aparatos se hacían para durar. Allí les indico la situación sobre un plano y marco este objetivo como punto de encuentro para el avituallamiento y el solaz. Ríen como conejos. Les entrego la llave y sin venir a cuento me sujetan por la axilas, me introducen en el cuartucho, cierran la puerta con llave, y me dejan en la semioscuridad que proporciona la luz lúgubre de un patio interior sin vecinas que se desnudan ni más entretenimiento que el aseo bucal de mis uñas. Estos muchachos tienen sentido del humor. Acepto de buen gusto la broma pero pasadas dos horas el asunto está empezando a cabrearme. La radio solo consigue señal audible de una emisora de Vladivostock en onda corta que en vez de las gloriosas marchas militares de antaño, pone música de melenudos y gente de mal proceder. El post-comunismo ha acabado con lo único bueno de la antigua Rusia.

Me quejo insistentemente pero no obtengo respuesta. Por el Walki, sólo un zumbido mortificante, como de abeja dormida. Me echaré en el catre y esperaré acontecimientos.

17 HORA WATUSSI

No me quedan uñas, solo padrastros que duelen como si los tuviera metidos en salmuera. Oigo gente que viene. Voces alegres que entonan cantos populares de más allá de Los Cárpatos. El puro que les va a caer va a ser sonado. Creo que no será suficiente con pena de prisión. Voy a proponer degradarles con deshonor para que pasen de oficiales de ingenieros a cabos de capilla. Abren la puerta y veo a Medroso con los ojos turbios de una sobredosis etílica.

- Medroso, ¿Qué está pasando aquí?
- Me han emborrachado a traición, señor. Se han hecho con el mando del centro de mando y me han dicho que no mando un pimiento. Y que usted tampoco, señor.
- ¡FIR - MES!. Nada, que ni puñetero caso. Mejor me voy a casa y mañana será otro día.

DIA 02/29/07

8,30 HORA WATUSSI

La puerta del centro de mando está cerrada con llave y sujeta con unas cadenas de acero que me resultan familiares. Me acerco para verlas de cerca y me doy cuenta que son las de mi maletín sadomaso, esas que terminan con una chapa dorada que reza “No me hagas mucha pupa”. Maldita sea, mi más estricta intimidad a la mierda. No puedo abrir ni entrar por ningún sitio. Cojo el walki y llamo a Medroso. Un susurro modorro por toda respuesta. Llamo por teléfono y no contesta nadie. De repente, un ruido infernal, como si estuvieran demoliendo el edificio por dentro. Martillos pilones y sierras eléctricas golpean mis delicados oídos dos días después de la visita al otorrino. Libres de los tapones, mis tímpanos oyen como si los tuviera recién estrenados.
Me estoy poniendo nervioso y decido que lo mejor es ir al bar de Nemesio a desayunar. Creo que me tranquilizaré si me tomo una ración de callos y una caña de tinto. No resulta efectivo. Tomo una de oreja a la plancha y otro vaso de vino. Desde que me diagnosticaron que tengo el colesterol alto, evito los churros.
Pasa el tiempo. Cambio 20 euros y echo a la máquina. Avances, un, dos tres. Bajo la manzana, la ciruela y las guindas. Tengo 3 campanas. Cobro o me lo juego . ¡AVANCES, COÑO! dice Nemesio. Me lo juego; pierdo. Después de 200 euritos y 7 tercios de Mahou se me hace la hora de comer. No tengo apetito. Ni dinero.

Suena el móvil. Es medroso que me informa de su mal estado de salud. Se le ha reproducido la úlcera de duodeno y sangra como un gocho en una matanza. Gilipolleces; eso se cura con los antigripales de las fuerzas armadas, pero es un flojo y se va pitando al hospital. Cualquier cosa en vez de atender sus obligaciones.

20 HORA WATUSSI

Me acerco al Centro de Mando y lo encuentro abierto de par en par. Entro con cuidado, como un felino al acecho de una liebre, con los 5 sentidos sintiendo el peligro. Todo está sucio y revuelto. Parece como si hubiera pasado Atila, los Unos y los Otros. Subo al primer piso. Todo en orden. Cojo el ascensor y doy al botón del sexto. Desolación. No sé que habrán podido hacer pero el resultado es el mismo que haría una bomba atómica de 8 megatones. Encima de lo que antes era una mesa, tres centímetros de polvo de ladrillo y yeso blanco. Veo un sobre amarillo. Lo cojo con cuidado y leo.

TRAVAJO FIN. 9 BENTANAS A 600 UROS. TOTAL 5400 UROS. MANANA PASO COBRAL.

Nunca entenderé cómo pude encargar el cambio de ventanas a los muchachos de la OTAN.

viernes, 22 de febrero de 2008

MIS BENEFACTORES

Todas las mañanas reviso mi correo con la ansiedad de un ansiolítico, la premura de un renco y la excitación que me provoca la vista de un solar con una caca de chucho por todo mobiliario. Cierto es que poseo numerosas cuentas que me proporcionan una ingente cantidad de literatura, pero normalmente hago caso omiso y les doy boleta con un arrastre de ratón que ya quisieran las mulillas de las ventas tirar del muerto con tanto arte.
Todas las suscripciones que he ido sumando a lo largo de los años acumulan en mis carpetas material suficiente para tenerme entretenido durante más horas de las que dispone el día, pero no soy fácil de conformar y aquello que hace años me pareció interesante, me resulta ahora tedioso como un gorigori en el entierro de la sardina.
Suministros industriales, clubes de compras, coches deportivos, cotizaciones en bolsa y revistas mil, acaban en la misma papelera en la que vierto la diligencia necesaria para ordenarles que me borren, que no doy abasto.
Hace ya tiempo que me veo gratamente sorprendido con una profusión de mensajes que me hacen creer que soy el tipo más afortunado del planeta. Todos los días, y digo todos, por fas o por nefás, soy agraciado con numerosos premios de la lotería. De entre millones de direcciones de correo, las mías siempre tocan desde todos los lugares del mundo. United Kingdom, Australia, los Estados Unidos de América, Singapur y Hong Kong me comunican mi buena suerte en un festival de premios que nunca bajan del millón de dólares y llegan hasta los treinta. Hoy, sin ir más lejos, he pillado venticuatro kilitos.
También recibo angustiosos mensajes de gente desgraciada que requiere de mi ayuda para sacar de su país grandes sumas depositadas en oscuros bancos de países africanos, donde un albacea testamentario, necesita de un experto en finanzas como yo, para ganarme un dineral con el único esfuerzo de mi firma y el número de mi cuenta corriente. Mi fama como gestor está llegando a los más remotos lugares del planeta.
Lo curioso del caso es que no recojo los premios ni los apremios. La razón: porque soy asquerosamente millonario. Para mí, un millón es el gasto diario en el queroseno de mis aviones, el caviar beluga que comen mis gatos o el dispendio que reparto en propinas a los crupieres de cualquier casino. Esos angustiosos mensajes subsaharianos no saben que los capitales retenidos lo están porque así lo decido yo, que soy dueño de todos los bancos de Marruecos para abajo, que los sorteos me tocan a mí porque manipulo casi toda la información mundial, que influyo decisivamente en el precio del oro comprando y vendiendo mis propias reservas, que la bolsa de Nueva York o la de Tokio, suben y bajan a mi antojo, que el petróleo está así de caro porque he comprado las reservas mundiales hasta el 2.025…
- ¡Marido!
- Zzzzzz
- ¡MARIDO!
- ¿Qué pasa, qué pasa?
- Que te llaman de hacienda. Tienes que pagar la contribución del año pasado.
- Diles que mañana sin falta. He comprado un cupón de los ciegos que toca seguro, y si no, responderé a un correo de UK Lottery o a un individuo de Burkina Fasso que me jura un buen pellizco si le doy el número de cuenta.
- Pues como lo quiera para timarte, va apañado, que han devuelto el recibo del gas porque en vez de descubierto lo tienes en pelotas.
- Marditos roedores.

jueves, 14 de febrero de 2008

EL VIEJO SAN VALENTIN

Al viejo San Valentín le van jubilar pronto. Dieciocho siglos juntando pimpollos no sería mucho tiempo si hubiera dedicado su vida a sanar ciegos, que era su especialidad, pero le metieron a casamentero porque en aquellos tiempos la iglesia se encontraba con overbuquin de infieles que se querían convertir a la fe cristiana en un dos por uno de bautismo y matrimonio.
Cambió la oftalmología milagrosa por la grata tarea de echar sermones a los esposos y repartir bendiciones , con tan buenas artes, que se le multiplicó el negocio y tuvo que abrir franquicias por doquier en las que, además de los elementos decorativos de la iglesia, se entregaba a los nuevos pastores y coadjutores una edición facsímil con sus discursos y sus rezos. Hay que reconocer que el éxito fue tremendo hasta que en el siglo XX se empezó a torcer el bisnes. Ahora, en el veintiuno, la cuenta de resultados pronto se escribirá en rojo y los contables de Dios le van a echar por incumplimiento de contrato. Las parejas que fracasan llegarán pronto al límite máximo permitido de la mitad más una y como recompensa por los años de servicio, le darán una ayudita social de seiscientos para que pague la habitación de la pensión celestial y se compre sopas de sobre, acelgas y peras de agua, esos manjares que comen los pobres y que asientan el estómago como una lavativa de agua bendita bien caliente.
Le imagino en el parque de Géminis leyendo la prensa gratuita sin anuncios de putas, vigilando los besos furtivos de los amantes en su hervor a borbotones sin poder hacer nada para evitar que el furor inicial termine en una relación formalizada sin más futuro que el que proporcione el aguante de la desgana y la comprobación de que los ronquidos de tu ángel no suenan a balada sino a motocarro acelerando en la cuesta del punto final.
Le sigo la mirada vítrea de miope que se niega a ver la maldita realidad y se cuaja de agua ante los fracasos, pero se torna celeste y vibrante cuando ve a una pareja de viejos emborrachados de cariño, pasito a pasito, subiendo la cuestecilla agarrados del brazo.
No conoce el porqué del fracaso. Algo normal para quién nunca tuvo amantes carnales. Si hubiera sabido que la eternidad puede llegar a ser tan efímera como el tiempo que tarda en llegar un nuevo amor para sustituir a otro gastado, no hubiera cometido la torpeza de aseverar que las uniones son para siempre, como si el pegamento del amor no fuera en muchos casos un loctite caducado que se quiebra ante las vibraciones de la bronca verdulera y que deja en cada uno de los trozos una pátina invisible y dura que dificulta la adhesión de una pieza nueva y brillante, como el reflejo de la luna en una navaja de afeitar.
Descubrí el influjo de San Valentín y las erecciones casi al mismo tiempo, cuando las tetas empezaban a asomarse y al erial de mi pubis le plantaron un césped negro de pecado mortal y un árbol de plexiglás que me atormentaba las noches . Y los días. Recuerdo mi desesperación por acercarme a ella con esa pasión de las hormonas multiplicándose y la mente obsesionada de un loco que no conseguía olvidar ni un momento que aquello que tanto anhelaba solo podría calmarse derramando a escondidas el licor del instinto. Aquello pasó y volvió, volvió y pasó, hasta que la maquinaria perdió revoluciones y encontró el ritmo sosegado y amable de un motor diesel que, según los catálogos, debería funcionar de por vida si le revisas de vez en cuando y le pones combustible a menudo sin pasarte de revoluciones, que le puedes gripar en cualquier momento.
Esta mañana me miré al espejo y me devolvió la imagen de San Valentín disfrazado de mí. No era viejo, ni mucho menos; tampoco muy joven. Sólo esa edad en la que tu vida pasada te pone diez o te quita ocho según el trato dispensado. Era mi cara sin afeitar y con el pelo huraño del sueño intranquilo. Pensé que estaba dormido y decidí ducharme. Cuando salía de casa tuve que confirmar un dato. Miré en la cartera. Solo unos billetes, el bonometro y el DNI. Lo leí con cuidado para no equivocarme. Nombre: M – Apellido: San Valentín. Espero que no sea un aviso celestial para suplir al viejo, porque no valgo para guardián del amor. Pensándolo mejor, lo estudiaría si estuviera bien pagado y me jubilaran con la máxima a los 65.

lunes, 11 de febrero de 2008

UN GRAN REGALO


Mi amiga Xiquetä me regala este premio por ser un blog excelente.
Estoy encantado de recibirlo y me he puesto orgulloso como un pavo real. Supongo que es un reconocimiento a algunos buenos ratos leyendo y comentando mis relatos que ella presupone de mezcla de ficción y realidad. En eso ha acertado de pleno. Recuerdos ,vivencias y ficciones exageradas a la caricatura, algo mordaz quizás, pero con la sana intención presidencial de que todo se desarrolle bajo la más absoluta pretensión del buen ambiente.

Es habitual que los galardones tengan su contrapartida. La mayoría de las veces, hay que salir al escenario y dar un ligero discurso de agradecimiento, otras, promocionar la obra en los medios. En este caso particular hay que corresponder nombrando a siete colegas del gremio que merezcan, en tu opinión, tamaño galardón.

Pienso que el oficio de juez debe ser el más difícil del mundo. Examinar cada circunstancia vital de un individuo y someterlo al peso de unas leyes pretendidamente justas se me antoja tan complicado como saber si un melón será delicioso sólo mirándole la cáscara. Hay muchos blogs que merecen este premio. Todos aquellos que recomiendo en mi página y algunos cientos que leo de vez en cuando pero no comento porque me resulta imposible implicarme hasta el punto de hacerlos imprescindibles. En asuntos de amigos ficticios pero reales, de gente que aprecias de verdad aunque no les conoces, no puedo hacer distinciones. Tengo que descartar a los que ya han sido premiados y colocar otros que no os resultarán desconocidos. En este caso, los tentáculos del pulpo se pueden alargar un poco pero al final todo queda alrededor de la cabeza, que es el círculo que tu has elegido o te han elegido para ser miembro de esa familia putativa, tan querida.

Los dos primeros son para Carmen, la lunática Cordobesa que me sacó del arroyo cuando estaba a punto de tirar la toalla y me llena de gozo cuando publica sus historias, sus peomas y cuida la estética al punto que su blog parece de filtiré. Todo la sensibilidad y estética de una gran Mujer.

Primero las damas, amigo Batanero. Lo mío contigo transciende al blog porque me siento muy cercano a tí, en pensamiento, palabra, obra y en este caso, omisión de primer grado. Ya me salió el catecismo que debería practicar más, pero me aburren las plegarias repetitivas. Por eso tu blog es tan adictivo. Me sorprendes con un viaje, una cena romántica, un problema social o un pensamiento de esos que te machaca el termo de cavilar en temas de primera necesidad social, sin extensiones ni manicuras conn un razonamiento inapelable donde predomina el sentido común, tan escaso en los tiempos que corren.

Mención especial a El Loco Oficial. Un individuo que mezcla una prosa atrevida con la música más sorprendente, hilbana historias delirantes con melodías de todo pelaje. Desde el más exquisito jazz hasta el punk más desaforado, explica las técnicas de los clásicos y su transformación en música actual desde su punto de vista de matemático loco. Ya quisiéramos los cuerdos manejar tanta cultura y sabiduría.

Andrés Martínez es otro de mis favoritos. Un genial arquitecto que mezcla las excelencias de sus obras con explicaciones sobre soluciones urbanísticas y temas de debate de altísimo nivel que convierten su website y su blog en un punto de encuentro en el que para atreverse a comentar, hay que andar con paso firme. Algo así como un arquitecto ensayista que nunca me deja frío.

No quería despedir este blog sin reconocer los méritos de Raindrop, Avellaneda, Soloyo, Zafferano, cruzcampo, y otros muchos que olvido con mi mala cabeza pero que sigo con fervor. También sigo de cerca los pasos de Ana Vázquez, una segoviana estudiante de periodismo con la fuerza de un mihura que ya tiene columna propia en nuestro querido Adelantado de Segovia. El Sábado leí su columna y os aseguro que deberían temblar los cimientos de los consagrados. Está arrolladora.
Por supuesto, todos aquellos que comentan mi blog y los visitantes asiduos y eventuales. Me encantaría poder saludarles a través de un comentario, anónimo, no pretendo más, donde me dijeran "saludos desde Méjico o de donde el destino les haya enviado a nacer o vivir.

Seguiré en esto, aunque mi fábrica de fabular esté en crisis. Lo superaré con unos supositorios de té verde y plomo candente que encargaré al herrero de mi barrio. No seguimos viendo por aquí, como todos los días.

miércoles, 6 de febrero de 2008

POR ESTA NO PASO

Leo con estupor que unos pequeños incidentes contra el piloto de Fórmula 1, Lewis Hamilton, donde un grupito minúsculo de descerebrados exhibieron unas pancartas donde se le decía que no era bienvenido, han provocado un incidente diplomático.

El ministro británico de deportes ha escrito a la FIA y al gobierno Español para quejarse de los incidentes racistas contra el piloto de raza oscura.

Parece que entre los gritos de la multitud se oyó "puto negro", comentan los periodistas ingleses.

El tema tiene su enjundia viniendo de donde viene. Qué un país cuyos hoolligans provocan incidentes multitudinarios donde quiera que vayan, que se emborrachan y emplean la violencia extrema en todo el mundo, al punto que se necesita arbitrar medidas especiales de seguridad cuando ellos llegan, que están consentidos por su gobierno que no hace nada por erradicar tamaña lacra, ese mismo gobierno se enfada porque unos bocazas insultan a su muchacho llamándole puto negro, que no es más que la constatación de que es de color, negro, y que para ellos en un puto, o un cabrón, o lo que diablos piensen que es, no deja de ser un acto aislado sin mayor importancia.

Un país que permite que en una de sus ciudades, Brighton, haya un día establecido para la "caza del español" como si fuera el sustituto de la prohibida caza del zorro, donde se maltrata sin pudor a unos tipos por el hecho de ser de otra parte, me viene con milongas y se la coge con papel de fumar pidiendo explicaciones y comprometiendo las dos carreras que se celebrarán este año en nuestro país. Pues señores británicos, por esta no paso. Amaestren a sus bestias, cápenlos si así se vuelven mansos, y déjenme de cuentos chinos. Controlen a sus ultras, prohíbanles la entrada a los estadios si han causado daños y no confundan a la gente. No es lo mismo golpear que insultar, no es lo mismo la furia alcohólica de la masa tarada que las pancartas o los gritos. En Barcelona, la policía no tuvo que intervenir, sólo una advertencia de la organización y se acabó el follón.

Que yo sepa, no hubo más violencia en Montmeló que la que hay en un mercado si a una dama le llamas hijaputa porque se quiere colar con mala baba. Por si acaso, un recuerdo para que comparen. Dios y la Reina les guarde a Vdes. muchos años, y que yo lo vea.






Tenía intención de colgar otro vídeo. Un resumen de la película Hooligans en la que interpreta el tema principal mi querido grupo Whitin Tempations. No ha sido posible incluirlo, pero os dejo la canción donde mi adorada Sharon den Adel, canta el tema Stand your ground.



miércoles, 30 de enero de 2008

LA RADIOFÓRMULA

Sentado en mi habitación, sin saber que hacer, se me pasa el tiempo…Otra vez los cursis de Mecano en los Cuarenta Principales. Salté a Radio Olé y una tonadillera pop versionaba a los Chorbos con Manzanita en un lamentable remix que me trasladó a un purgatorio sin fuego, a un paritorio de Caño Roto donde una pobre mujer alumbraba con dolor, un single de los setenta cubierto de la plateada pátina de un CD bien lijado. Nunca sanaré de la indigestión de ripios y flamencadas de nuestros queridos Dj´s, ampulosos y repetitivos, que pinchan hasta alterar la conciencia de los oyentes en su afán de convencer mediante la insistencia de un cobrador cabreado, que aquello que es malo se convierte en bueno porque te acostumbras, como si tomaras arsénico en pequeñas dosis para soportar un trago mortal que no mata, pero te aturde.

Pasé por la tienda a ver si me habían traído el portátil que encargué. Había elegido uno refrigerado por líquido porque apenas suena, ya que odio el sonido zumbón de la electrónica. De día soporto los bramidos del helicóptero que se posa sobre mi cabeza, como contándome los piojos y consigo encauzar la lectura de Sófocles aunque la vecina regañe a la asistenta con la violencia de una madam sado que, a falta de látigo, fustiga a la pobre rumana con un griterío desmedido por un guiso mal planteado o la limpieza maculada de algún tenedor de postre.

Sigo prefiriendo el sonido seco e hiriente de la cuchilla de afeitar que además de los pelos, te rasura las impurezas del alma y a veces te corta la jeta como si tu pendenciero interior te avisara de su destreza con un eficaz movimiento de chaira, al temblor frenético de las revoluciones alocadas de la eléctrica que pellizca y calienta la cara encarnada hasta dejar la carrillera humillada, como si fuera un filete cortado a la contra. Por la noche, delante del ordenador, el ventilador que enfría el procesador abrasado por corregir mi sintaxis, hace un ruido permanente apenas audible a dos metros que se me mete en la chola y no me deja en paz cuando tecleo incongruencias que borro y corrijo hasta que tengo dos líneas que puedan leerse sin tener que apostatar de mí mismo. Por eso decidí comprar una máquina silenciosa que me permita pasar las madrugadas en compañía de mis latidos como único tostón.

Tras constatar que mi anhelado silente se retrasaba otros días, entré en un bar de esos que cuando entras, sabes que estás en el sitio equivocado, para tomar una sin con boquerones en vinagre, ordenaditos por capas, tan blancos, que parecían pililas de ángel con su menudeo de ajitos y un chorretón de buen aceite.

En ello estaba, acompañado con el sonido de la tele que daba un informativo regional que no interesa mucho pero acompaña la soledad, cuando una camarera ultramarina de talla menuda cambió de canal, subió el volumen y comenzó a sonar una vieja canción de Los Inhumanos que me aguó, más si cabe, la insípida cerveza y a los lomos albinos no tuve más remedio que darles la vuelta para que apareciera su tono oscuro en señal de luto. Solicité un cambio de tercio sin haber pasado por varas, pero la señora presidenta con mandil negro y estropajo en mano, sacó un pañuelo verde y me mandó a los corrales de su indiferencia aduciendo que lo que se necesita en un bar es alegría y no tanta mala noticia.

- ¿Crees que un grupo que se llama Los Inhumanos y una canción que dice que todos los negritos pasan hambre y frío duduua, es animación para un local?
- No se me cabree, comandante. Esto es la MTV Latina. En un minuto cambian el vidéo y saldrá algo pelotudo como Edgar Ajaxpino o los Pajilleros de Jajacuate que son unos amores. Tocan rock-corridas potentes que me estimulan y me dan energía.
- Es que con ese nombre lo raro es que tocaran rancheras. ¿No te das cuenta que el vinagre y el onanismo son incompatibles?
- Los que somos incompatibles somos usted y yo, así que pague la cuenta y váyase no más, que me debilita su presencia de soso.

Le di veinte y me devolvió cuatro en un platillo de plástico que retiré al instante no fuera que hiciera bote con ese movimiento instintivo de algunos camareros, que ya querría Harry el Sucio para tirar de revólver en un saloon de Tejas.

Saqué la mano para parar un taxi y cuando entré, sonaba en la radio lo penúltimo de la década prodigiosa. Sin duda, hubiera preferido que el taxista fuera Luis Cobos.

sábado, 19 de enero de 2008

EL ARLINGTON, CLUB PARA SOCIOS

El Marqués de Tetaprieta hizo acto de presencia. Abrió la puerta metálica del bar donde se reunía la flor y nata de la aristocracia solvente, y como de costumbre, se agachó a tocar con su dedo índice de la mano izquierda el rodapié de madera en un tramo pequeño que había perdido el barniz. Nadie de los presentes se inmutó. Saludó un “nosdías” con la voz aflautada de un castrado y se sumergió en la lectura del ABC mientras le servían su primer trago que invariablemente era un vermú con ginebra. Abrió el periódico por el chiste de Mingote y se entretuvo un minuto sin mover el gesto, en una absorción que daba a entender al personal que lo observaba, que no entendía el mensaje o que se reía por dentro para ahorrar aliento. Acto seguido, continuó con su ritual diario que tanta expectación causaba. Movió las páginas hacia la sección de economía mientras hurgaba en sus bolsillos buscando un pequeño tarugo de ébano y no miró las cotizaciones en bolsa hasta que lo arropó con su mano derecha, de tal manera que no quedara a la vista ni un milímetro de su amuleto.

Pasó cerca de media hora anotando números en su moleskine rojo. Si los resultados de sus inversiones salían negativos hundía la cabeza entre los brazos y sollozaba, ¡La ruina, Pepe, vamos directamente a la ruina! y se pedía una manzanilla con un chorrito de anís para el sofocón mientras se pasaba por la cabeza el taco de la suerte, despeinando los jirones de poco pelo que le quedaban y que le daban el aspecto de un espantapájaros de cabeza de heno. Por el contrario, si obtenía ganancias, besaba la cartera repleta de estampas y pedía otra combinación con tono autoritario.

- Escánciame otro, Pepe, que nos hemos ganado el jornal.
- Perdone el señor marqués, pero el jornal se lo habrá ganado usted.
- ¡Mira que eres bestia, Pepe! Si yo gano, tú ganas porque bebo más, invito más y haces una caja pistonuda.
- Pero el señor marqués nunca invita a nadie.
- Siempre que gano, invito a San Judas, San Teódulo mártir y a San Pedro Regalado, pero no consumen, Pepe. Los santos no consumen más que oraciones y cirios, y de eso les tengo bien servidos. Además, plebeyo, te enriqueces cuando me sirves, que para ti debe ser un honor tenerme de cliente, con mi historial nobiliario.
- Si me dejara de propina tantos euros como títulos tiene, quizás en diez años podría cambiar de coche.
- ¿Cambiar de coche? ¿Hemos gastado una millonada en el metro y se te ocurre decirme que quieres cambiar de coche? Ponme unas olivas, animal, desagradecido, que no hacéis más que llorar como plañideras.
- Si señor. ¿Se ha dado cuenta el señor qué día es hoy?
- Lunes, ¿pasa algo?
- Lunes y trece.
- ¡Delante de mi no se pronuncia el número Toledo¡ Once, doce, Toledo, catorce. ¿Estás seguro de eso?
- Por supuesto.
- Me voy a cagar en la madre que parió al chofer, mira que no avisarme.

Y se largó pitando porque los días Toledo no salía de casa y si coincidían en Martes, no se levantaba de la cama. Era, con seguridad el hombre más supersticioso que nunca había existido. Otra de sus manías era llevar braguero sin estar herniado, por si un aquel, y utilizar tiritas en las yemas de los dedos cuando leía la prensa pues suponía que se le produciría una erupción debida a una falsa alergia, no se sabe si a la tinta, al papel o a las malas noticias. Tenía una leve cojera inexistente que se le manifestaba de cuando en vez, y que el camarero anunciaba a los presentes, - ¡El señor Marqués, va a cojear un poquito, no se lo pierdan! -, cuando iba al baño a quitarse los microbios de las manos o a echar una meadita a casi medio metro de distancia del mingitorio para que no le saltaran los bacilos de la sífilis, que era una enfermedad de puteros. ¡Y en este bar hay muchos!, decía con su voz de canario flauta.


Desde el otro lado de la barra, su primo Leonides, Conde del Enebro en Flor, apuraba su primer martini de las doce y se ahuecó en el taburete forrado de terciopelo púrpura para escamotear un cuesco insonoro pero de gran efectividad, que obligó a Antonio, el encargado, a indicarle con total corrección si permitía que abanicara un rato para orear el local. El Conde le respondió adusto, que la nobleza de abolengo tiene bula para pederse en cualquier lugar y los serviles, la obligación de estar callados, sin inmutarse. Los tres primeros cócteles se los preparaban según las normas habituales. A partir del cuarto, se los burlaban con agua, progresivamente, rebajando la cantidad de ginebra hasta casi desaparecer. En su total ebriedad habitual de las nueve de la noche, solicitaba la cuenta y Antonio le decía a Pepe.

- La cuenta del señor Conde.
- ¡Espera, que voy a mirar el contador del agua!
- Este mes, el canal nos va a moler en la factura.
- Si, pero al de la Beffeater le va a entrar pánico cuando le hagamos el pedido.
- Lo uno, por lo otro. Y a disfrutar de la exquisita clientela, que si no fuera por ellos seguiríamos poniendo cañas en el rastro.

Y el Conde sacaba la cartera repleta de billetes de cien y se la daba tal cual para que cobraran una cantidad que dependía del grosor del efectivo y del pedo del aristócrata.

Remataba el cuadro el Duque de Malocorpo y Grassini, un obeso de glorioso pasado militar, quintal y medio en poco más de cinco pulgadas, que despachaba a diario cuarenta litros de cerveza de barril servida en una copa de tres pintas que trasegaba en dos besos. Pedía almendras y croquetas que cogía con sus manos como morcillas llenas de oro y piedras de colores, y se las llevaba a la boca de tres en tres y las tragaba casi sin masticar, como si fueran juanolas.

Se comentaba en el club que estaba medio arruinado, pero vestía trajes a medida cortados en París y conducía el último modelo que Bentley sacaba al mercado. Tenía mujer de postín y amante chilena a la que llamaba “La pupila”, que le sacaba, además de un flamante apartamento de doscientos metros, tántos cuartos como para una familia de quince. Y como decía él, lo ilegal es caro, pero merece la pena. Fumaba tabaco Inglés, rubio y sin boquilla que apagaba en un cenicero de cristal donde ponía las colillas en vertical, tiesas y del mismo tamaño, en formación, como si les estuviera pasando revista. Nadie podía tocar ni soplar su pequeño batallón hasta que desaparecía, inmenso y bamboleante como un tentetieso.

Yo, mientras tanto, partido de risa, estaba sentado con una linda señorita tomando un gintonic de Heindrich´s con fever tree y una lámina de pepino no más gorda que una hoja de afeitar, allí en el Arlington, un bar-club con nombre de cementerio.

jueves, 10 de enero de 2008

SOÑÉ CONTIGO AQUEL MEDIODÍA DE JULIO

El último se marchó bien entrada la mañana. Lo sé porque la terraza era una chicharrera y los geranios me suplicaron agua con un lloriqueo silencioso y una huelga de ramas vencidas.

Me puse a recoger el desaguisado empezando por el salón donde se amontonaban botellas a medias, platos con canapés cuadrados de aristas bronceadas, discos de funky, ceniceros llenos de colillas que en mi alterado estado me parecieron abortos de anaconda, copas de martini sin aceituna y decenas de latas vacías que daban a la estancia el aspecto de un campo de batalla donde los generales hubieran disfrutado de la lucha mandando a los soldados metálicos a morir por saciar su sed de diversión.


Mis amigos tomaron mi casa como si fuera suya sin serlo, de aquella manera en que la confianza te permite sentir como en la propia, sin la obligación posterior de tapizar de nuevo las sillas blancas en su renovado estampado color rioja ni avisar al fontanero para desatascar la pila pletórica de rajas de limón, patatas fritas en inmersión y hasta unas perlas falsas de algún collar chino que no soportó la cariñosa acometida de un varón intentando en su valentía escocesa, de malta, robar un achuchón a la chica que descargaba vasos sucios.

Definitivamente, había sido una gran fiesta. Mis amigos salieron contentos, muy contentos, y la vecina británica que tanto se quejaba del volumen de la música, se incorporó al festejo sin refajo y disfrutó viendo que su inalterable vida podía convertirse, por una noche, en un festival audiovisual en el que se desmadró bebiendo rones morenos a palo seco, bailando con corderos que le parecieron cabritos porque no le salió plan y sudando la blusa concisa anudada por el ombligo que dejaba entrever en su generoso escote, un par de peras de casi dos libras por fruto, que se mantenían más firmes que su dueña a medida que avanzaba la noche.


De todo hubo en mi fiesta estival. Música bailable, alcohol de graduaciones varias, flirteos descarados, risas por doquier y como no, a la hora precisa de las canciones conocidas, la sempiterna monserga del pop de los 80 tan gastada como hace quince años. Minifaldas escalofriantes levantaban el vuelo con el rock de la cárcel exhibiendo piernas de afrodita rematadas por una escasa lencería de pubis en claroscuro y nalgas de caoba. Nosotros, haciendo corro y esperando la oportunidad de que sus ojos de pantera se posaran en los nuestros, no perdíamos la ocasión de abrazar su cintura para atraer a nuestro pecho un leve roce de los suyos con los que soñar hasta que aquello terminara.

Después de las despedidas, me tumbé en mi cama sospechosamente revuelta pero quería dormir y no era momento de poner pegas ni estirar las arrugas. Al apoyar la cabeza noté una molestia en la nuca. Rebusqué hasta encontrar entre las plumas y la funda de raso azul, un broche de nácar pinchado en mi almohada. Lo dejé caer alargando la mano hacia el suelo para que apenas hiciera ruido que pudiera despabilarme y al darme la vuelta tropecé con algo duro entre mis piernas. Bajé la mano en dirección al bulto, palpando, hasta encontrar un objeto que por su textura y tamaño no parecía pertenecer a mi cuerpo y resultó ser un vaso de tubo con olor a Jack Daniel´s y carmín en el borde con forma de beso, que imaginé de unos labios carnosos y dulces, como de gominola de fresa.

Aquello no estaba allí por casualidad, pero no imaginaba quién me podría haber dejado ese mensaje tan excitante. Alventé las sábanas buscando una nota o un teléfono, pero no encontré nada. Revolví toda la estancia y desesperé en mi intento de encontrar lo que no existía.

Ya insomne, volví al salón y miré en la terraza a mis plantas sedientas. Abrí el grifo para llenar la regadera y cuando la levanté pude ver detrás de ella, una botella de bourbon con una servilleta de papel anudada a su cuello.

Ponía: Te busqué con mis ojos pero parecías ciego. Me voy a un viaje que me llevará lejos de ti hasta que las acacias pierdan sus hojas. Entonces será nuestro momento.

Creo saber quién escribió aquello. Ya en mi habitación, cogí el vaso y besé los labios de carmín.

Soñé contigo aquel mediodía de Julio esperando un otoño frío que desnudara las acacias cuanto antes.

jueves, 3 de enero de 2008

PECADOS Y PENITENCIAS

Había pecado contra los siete capitales y de todos, la lujuria copaba el top seven seguido de la gula en estado líquido ya que apenas comía, pero le daba al frasco alegremente como si la vida se resumiera en revolcones y copazos.

No acudí al confesor de sotana negra y kiosco lúgubre, no por desconfiar de su eficacia, sino porque tenía para rato y no era plan organizar una cola como la que hay para renovar el pasaporte. Así, opté por la vía directa y consulté con mi dios sin intermediarios en un dicharacho que se me hizo eterno porque la lista era larga y yo, minuciosamente, desgranaba la piña de mis faltas hasta que la dejé como un palo seco de frutos y escamas.

La absolución debía venir precedida de un merecido castigo pero como no obtuve respuesta a mis peticiones, opté por consultar el tarot de la famosa vidente Pamy Laguita y marque su número 908.

Soporté una charla preparatoria de veinte minutos donde se me preguntó si quería la modalidad Marsellesa, Siciliana, de Chicago o de Marbella y opté por ésta última porque supuse era de eficacia demostrada ya que la adivina tenía como clientes a algunos, ya enchiquerados, luego estaban penando sus faltas, que era lo que yo pretendía.

- Elije un número del uno al diez.
- El nueve.
- Otro del uno al cinco.
- El tres.
- Un palo de la baraja.
- Los bastos.
- Otro palo más.
- Las copas, largas de whisky y con tres hielos.
- Veamos..los arcanos mayores están en conjunción con Saturno y la constelación de piscis entra con fuerza en tu zona astral con ascendencia acuario lo que te puede provocar malestar en las hemorroides. ¿Notas ya las molestias?
- Pues, no. Todavía no.
- ¡Espera a ir al baño la próxima vez! No hagas esfuerzos innecesarios y no leas a Shopenhawer en la espera, que estriñe mucho.
- Yo, en el baño solo leo el Tebeo.
- Aquí la única que te ve soy yo, que soy vidente. ¡A ver si me vas a hacer la competencia, mangante!
- No señora, no es eso.
- Han salido diecisiete cartas hasta que ha aparecido el sumo sacerdote, lo que quiere decir que tu castigo es rezar diecisiete padrenuestros de un tirón y abstenerte de beber, comer o pecar de palabra, obra u omisión mientras dura la oración. Ten cuidado que después ha salido la calavera lo que indica que te lo tomes muy en serio o sufrirás grandes desgracias.


Diecisiete padrenuestros me parecieron poca penitencia y al estar la calva al acecho de mi destino, decidí cortarme el pelo al cero en una barbería donde el dueño era mudo o un maleducado ya que no me dio los buenos días ni abrió la boca mientras duró la faena más que para estornudarme al oído unas miasmas que me secó con la bocamanga.

Finalizó la tarea abrillantando mi cabeza monda con una gamuza empapada en alcohol que me produjo un escozor de tal calibre que parecía que me estuvieran quemando con un soplete de autógena mientras yo daba saltos diciendo, sople, coño, sople, que me arde, y el paisano cogió de la estantería una bota de vino y se amorró al pitorro diciendo, ya soplo, ya soplo.

Le aboné los ocho euros y por prescripción gubernamental y porque me cayó como una patada en los lichis no le dejé propina pero pareció no importarle mucho porque me despidió enseñándome una boina y diciendo:

- Se la alquilo, que la va a necesitar en los próximos meses.
- Quédesela, que eso tapa mucho los cuernos, mamonazo.

Salí cabreado y casi sin dinero. Tuve que pegar un palo a una señorona de visones y bisutería que llevaba ochenta euros y un rolex más falso que un euro de contrachapado y me metí en un bar a tomar un carajillo de ron con el que calentarme los cascos sin percatarme de que no había terminado de rezar toda la letanía.

Al salir, no se si fue por una descompensación aerodinámica de mis orejas que planeaban libres de la presión del pelo o por incumplimiento de pena, pero caí en una zanja y me rompí la crisma.

Solo recuerdo un quirófano y que un tipo de bata verde señalaba con un boli el lugar de la operación en mi craneo desnudo. Le sonó el móvil y aprovechó para apuntar una dirección en mi relumbrante hemisferio. Si guapa, dime que lo apunto. Hotel Saturno. Habitación 17, Calle Penitencia 80. Ahh, estáte atenta y cuando me veas en el parking hazme un calvo desde la ventana.

En ese momento perdí el conocimiento.